IBAI GANDIAGA PÉREZ DE ALBENIZ
ARQUITECTURA

El judío desconocido

Tan solo falta un año para el cincuenta aniversario de la muerte de Alfred Neumann, el gran arquitecto desconocido de posguerra. Pero algo nos dice que esa incoherencia le haría gracia al propio arquitecto, quien acostumbraba a cambiar las reglas del juego cuando le convenía: al alcalde responsable de su primer proyecto, el ayuntamiento de Bat Yam, le convenció para cambiar el solar del edificio y colocarlo no en el centro del pueblo, sino en sus afueras, prácticamente en el desierto. Del mismo modo, también convenció al industrial Dubiner de que, en realidad, él no quería una villa en la ciudad de Ramat Han, sino un edificio de doce apartamentos.

Neumann fue una persona atípica y su aportación a la arquitectura se empieza a valorar casi medio siglo después de su desaparición. Era uno de esos profesionales que “creían” en la arquitectura, en su función social, en su capacidad transformadora, pero también en la belleza de la misma, de las proporciones naturales y su aplicación a golpe de hormigón armado.

Su educación y trayectoria previa no podrían haber sido más arquetípicas de los arquitectos de la época. Nacido con el siglo XX en Viena, con 22 años ingresó en la Academia de Viena, donde impartió clases Peter Behrens, el padrino del Movimiento Moderno. De ahí pasó a París, donde trabajaría con August Perret elaborando trabajos tanto en el Estado francés como en Argelia; así entró, de paso, en contacto con la realidad del norte de África. En Praga, dada su condición de judío, se vio atrapado en el gueto y sobrevivió a duras penas a su internamiento en el campo de concentración de Terezin.

Tras la guerra, su actividad se alejó de la construcción y entró en la oficina de planeamiento de la región checa de Moravia. En esa época, publicó una carta de amor al número Fi, número que relaciona dos segmentos de modo estéticamente atractivo y que se encuentra tanto en la naturaleza como en las construcciones clásicas. Este trabajo seguía la estela de las investigaciones de Le Corbusier, quien pretendía darle a la arquitectura –hasta entonces de orden gigante, similar a los templos griegos– una escala humana.

Alfred Neumann cambió Checoslovaquia por el nuevo Estado de Israel en 1948 pero, a diferencia de sus colegas, no se dedicó a construir el nuevo país, sino que prefirió la enseñanza, llegando a convertirse en el decano de la Escuela Politécnica de Haifa. No sería hasta 1959, apenas diez años antes de su muerte, cuando dos de sus antiguos alumnos se acercarían a él para proponerle asociarse. Eldar Sharon y Zvi Hecker, que luego alcanzaron gran notoriedad en Israel, habían ganado un concurso para realizar el ayuntamiento de Bat Yam, localidad a las afueras de Tel Aviv, pero buscaban la experiencia y los conocimientos del maestro.

Neumann cogió el diseño de los dos jóvenes arquitectos, una especie de zigurat invertido, e insertó en él un módulo geométrico, compuesto por cuadrados girados a 45 grados que actuaban como elementos de protección del abrasador sol palestino.

En los diez años siguientes, el trío compuesto por Neumann, Sharon y Hecker construirían unos pocos edificios y se presentarían a bastantes más concursos. Sin embargo, pese a su pequeña producción, su obra resultó tan singular, tan original en un momento de aburrimiento y agotamiento de un estilo –el Movimiento Moderno–, que recibió una atención inusitada en los medios especializados y protagonizó no pocos debates en el seno de las capas más conservadoras de Israel.

La gota que colmó el vaso se produjo con la construcción del edificio de Ingeniería Mecánica en Haifa. Para el proyecto, Neumann tomó un prisma y lo dividió en dos partes, que resultaban dos especies de alas de hormigón. Con la adición de estas alas, las unas junto a las otras, conseguía limitar la entrada de sol, al tiempo que lograba iluminar el espacio de modo controlado. Los ingenieros del campus, en un giro kafkiano de los acontecimientos, decidieron que el edificio era demasiado moderno para ellos y comenzaron una pelea encarnizada por el control del proyecto, llegando Neumann a extremos como entrar en el edificio para romper ventanas realizadas sin seguir sus instrucciones, demandas contra el arquitecto...

Después de la Guerra de los Seis Días, Alfred Neumann no encontró su sitio en Israel, envuelto como estaba su país en un fervor patriótico que apartaría este tipo de vanguardias experimentales en favor de un estilo con raíces más vernáculas –en realidad, una especie de posmodernismo local– y murió en Quebec, desconocido para el gran público, listo para ser redescubierto cincuenta años más tarde.