IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

Como sentíamos ayer…

R&discReturn;ecordar es un acto de imaginación, por lo menos en lo que a las imágenes y vídeos que tratan de recuperar nuestra historia se refiere. No es la primera vez que hablamos de cómo la memoria puede ser explícita cuando podemos adherirla a imágenes coherentes o implícita cuando lo que recordamos son sensaciones corporales o emociones, del mismo modo que nos viene una imagen. Puede también ser verbal o no verbal, según si habíamos adquirido la habilidad del lenguaje para cuando pasó aquello que se fijó como recuerdo –y por tanto podíamos entender y expresar las situaciones con palabras– o antes de esto –cuando las vivencias son un marasmo de reacciones fisiológicas aún–.

De un modo u otro nuestra memoria no pretende simplemente ser un archivo, sino ser una herramienta dinámica que nos ayude a posicionarnos, reaccionar y por tanto adaptarnos; y este es el papel de las emociones, también las que recordamos. Cuando lo hacemos, hoy nos vuelve espontáneamente al cuerpo y a la mente lo que hicimos entonces, sin necesidad de hacer el esfuerzo de lo que popularmente llamamos “recordar”; nuestra memoria emocional se presenta automática y nos hace revivir aquello que fue relevante, sin que nos demos cuenta.

Estas fechas son particulares a este respecto porque se dan algunos encuentros que el resto del año son ausencias, o nos reunimos de la forma en que solíamos y que ya no es. Es como si volviéramos a representar por unos días o unas horas las dinámicas que solíamos tener tiempo atrás, cuando vivíamos juntos, cuando dependíamos unos de otros de una forma diferente o cuando tal o cual figura relevante en la familia aún vivía.

Y en esa representación volvemos a adoptar los roles que quizá durante el resto del año tenemos guardados en el cajón, la mayoría de las veces, sin darnos cuenta. De repente, nuestra pareja nos devuelve su extrañeza al habernos oído expresarnos como no solemos hacerlo; o en un momento que bajamos a comprar algo para la comida familiar a última hora nos sonamos raros al pensar en cómo acabamos de responderle a nuestro tío, padre o hermano antes de salir por la puerta. Esta regresión espontánea se nos impone a menudo sin darnos cuenta, y a veces es agradable si adquiere la forma de una relación de cuidado, de cierta fusión que recompone, pero cuando esa fusión se convierte en dependencia conflictiva, revertirla no es fácil.

Sin embargo, hay alguna cosa que podemos hacer para no caer en el bucle, como echar mano de contactos que nos saquen del bucle, que nos recuerde el nuevo papel que hemos elegido y que mantenemos el resto del año, hasta estos días. Podemos sacar un tema de conversación en el que podamos liderar, o estar atentos conscientemente a los cebos que pueden ponernos los otros para iniciar dicho bucle –normalmente sabemos de antemano los pistoletazos de salida de estos–, y quizá, igual que hacemos el resto del tiempo, elegir con quién y hasta dónde queremos discutir ciertos temas. Podemos incluso emplear un tiempo para recomponernos y salir del escenario que nos está dificultando evitar engancharnos: hacer una llamada a un amigo que nos cargue las pilas, bajar a tomar el aire, o ir al baño si no queda otra –y estar allí el tiempo necesario para salir y mirar hacia otro lado–.

Sea como fuere, estas fechas no suelen ser las mejores para tratar de resolver los asuntos pendientes dentro de una familia, a&discReturn;unque podamos estar seguros de que surgirán si esta no tiene la costumbre de reunirse en otras ocasiones y es de las que aprovechan para decir sin decir. Podemos seguir siendo quienes somos el resto del año, sin entrar en enganches que nos dejen dolidos o enfadados si ya lo estamos viendo venir, pero también tengamos en cuenta que no entrar a veces implica dejar de pertenecer a una manera de hacer las cosas en nuestra familia, y &discReturn;eso suele tener un precio. Como siempre, cuestión de elegir.