Xisco Navarro
ITEN, LA cuna keniata de los atletas olímpicos

SANGRE KALENJI

Talentosos maratonianos son explotados por agencias en la cuna del atletismo. Iten, una villa al oeste de Kenia, atesora el mayor número de medallistas olímpicos del mundo. Esallí donde tiene origen un negocio que se lleva por delante la carrera de cientos de kenianos antes de llegar al éxito.

En Iten, todos corren. Todos excepto Kigen. Él se prepara para otra carrera, la de ser independiente. Sally, su madre, le apoya en todo y hasta ahora no se han separado. Pero Kigen debe aprender. Cuida gallinas durante seis semanas para luego venderlas en el mercado. Además, es el chófer de los muchos corredores y turistas que se acercan a su pueblo en busca de medallas o, simplemente, a contagiarse de ese espíritu de superación. Iten es una villa al oeste de Kenia donde el rojo de la tierra y el verde de los pastos bañan los kilómetros de caminos recorridos por corredores de todo el mundo. Y es que Iten destaca porque, con apenas 5.000 habitantes, posee el mayor número de atletas que han ganado medallas olímpicas y campeonatos mundiales, lo que le ha valido el apelativo del “hogar de los campeones”.

Atletas de diversos lugares del planeta llegan aquí en busca de su secreto. Unos dicen que es por la altitud (unos 2.500 m sobre el nivel del mar), otros afirman que es por sus condiciones físicas: esas piernas finas y rígidas, sin gemelos, que hacen que se muevan más ligeros y veloces. Los de la zona saben que es “sangre kalenji”, una mezcla de genes y autosuperación que les hace correr en busca de una vida mejor.

Los kalenji son un grupo étnico keniano de habla nandi, localizado en la zona del Valle del Rift. Cuando los miembros de esta tribu fueron reclutados para la Segunda Guerra Mundial empezaron a utilizar el término kale, con el que se define a un guerrero que ha matado a un enemigo en batalla. En la Meca del fondo africano saben que no todos llegarán a ser Wilson Kipsang, Eliud Kipchoge, Lornah Kiplagat o Abel Kirui –medallistas olímpicos o mundiales, algunos de los cuales residen y entrenan en esta zona de Kenia–, porque en Iten lo primero es sobrevivir.

Kigen conduce. Llega al primer cruce, para y mira a un lado, luego al otro. Repite la acción dos o tres veces para a continuación salir despacio, muy despacio. Su vida es más lenta que la del resto: según cuenta mama Sally, hasta los 4 años no supo hablar. Se dirige al Lornah Kiplagat Sports Academy, una pista de entrenamiento fundada por la maratoniana del mismo nombre nacionalizada holandesa, quien es propietaria también del HATC, una realidad para europeos y americanos, en forma de centro de entrenamiento con todas las comodidades, y un sueño para los locales. Los aproximadamente 50 euros por noche que cuesta son casi la mitad del sueldo medio mensual en Kenia.

La historia de Iten se remonta a la década de los 70 y al St Patricks High School, una escuela donde hoy se concentran las mejores promesas y, al mismo tiempo, siguen allí sus estudios. Brother Colm O’Connell dejó su Irlanda natal y acabó en Kenia sin saber lo que le esperaba: «Enseñar geografía en ese momento era fascinante, pero entrenar a atletas que habían resultado decepcionados por las decisiones políticas en los Juegos Olímpicos fue aun más emotivo. Conocí a muchos atletas a una edad temprana y fomenté una buena relación con ellos». Esta declaración de Bro Colm se puede leer escrita en una placa conmemorativa que hace referencia a los boicots políticos de los Juegos de Montreal’1976 y Moscú’1980.

Colm O’Connell era un sacerdote irlandés que llegó a Kenia como profesor y, con sus dotes de visionario emprendedor, contribuyó a hacer de Iten un lugar de peregrinaje del mundo del atletismo. El hermano O’Connell aprovechó el poder de la religión en un país tan creyente como Kenia, junto a la fuerza y la resistencia de los kalenji, para colocar a Iten en el mapa. Esa escuela, por la que han pasado algunos de los atletas más destacados, terminó por atraer a corredores de todo el mundo, que comenzaron a llegar para entrenarse en las instalaciones del St Patricks High School, convertido hoy en día en un lugar de culto.

Con el tiempo y la llegada de más turistas a Iten, otros sitios se han ido convirtiendo también en una visita indispensable. El Iten View Point es uno de ellos, un lugar donde la panorámica del valle invita a relajarse después de las largas carreras. Apoyado sobre la barandilla, Kigen contempla las vistas del horizonte durante un buen rato con la mirada perdida y sin decir nada. Es un chico tímido y escasamente entiende el inglés.

No solo lugares de visita. En Iten no todo son lugares de visita. John Starret, un entrenador irlandés que regenta una fundación, prepara a un pequeño grupo de atletas kenianos a quienes, además, les facilita lo necesario para que puedan sobrevivir. En alguno de sus entrenamientos suele ir a un bosque con pronunciadas rampas lo que, junto a la altitud del paraje, hace que sea un ejercicio perfecto.

Para empezar el día: series de velocidad y técnica; una sesión corta que, como cada mañana, acabará con un desayuno de té con mandazi (desayuno típico de Kenia) en el Finland Bar, un pequeño local característico keniano. Con él entrena Geoffrey Kipyego, quien corre desde 2012 pero apenas lleva dos meses en el equipo de Starret, ya que anteriormente estaba en las filas de la agencia Runczech. En 2015 murió su entrenador Zane Branson, explica con voz temblorosa y la mirada baja. Ese día cambió su suerte. Ja María, un francés que trabaja para Runczech, pasó a ser su nuevo representante. En solo un año, en 2016, Kipyego recorrió maratones por medio mundo sin apenas descanso. Eldoret, Valencia, Etiopía, Bombay, Praga, Eindoven... hasta que su cuerpo dijo “basta”. Ja María recogía un buen puñado de dinero por cada carrera de su representado; no le importaban las consecuencias en su trayectoria deportiva ni se ejercía control alguno por parte la agencia.

Geoffrey pasó mucho tiempo lesionado sin que pudiera correr o, lo que es lo mismo, sin poder realizar su trabajo ni alimentar a su familia. Durante los siguientes años, el dolor iba y venía. Se veía forzado a correr por obligación hacia su agente, quien le exigía el cumplimiento de su contrato. Además, comenta que le obligaban a tomar analgésicos para eliminar el dolor, pero no se le trataba la lesión en sí. «Durante la carrera, mi cabeza parecía que iba a explotar», añade refiriéndose a los efectos secundarios que producen este tipo de medicamentos. Los objetivos no se cumplieron y, por lo tanto, la agencia decidió no pagarle, pese que existía un contrato firmado. El hambre superaba las ganas de correr y, en 2018, tuvo el “atrevimiento” de finiquitar su relación con Runczech pese a las consecuencias que esto le acarrearía. La agencia reaccionó buscando otros corredores, a los cuales les entregó los nuevos accesorios que correspondían a Geoffrey y que Adidas cede como sponsor. «Hay representantes que hacen negocio con la ropa y demás equipamiento que las grandes marcas entregan a las agencias para los corredores. Muchos visten a sus familiares o incluso la venden en el mercado», explica Geoffrey.

El reparto de dinero. En cualquier tienda especializada del Estado español se pueden adquirir artículos como Isostar y BCAA u otros suplementos. En Kenia, ese privilegio está reservado a las agencias, que ejercen su monopolio. Ellas reciben y deciden cómo utilizar los 3.000 dólares por año y por corredor, procedentes de Adidas, para pagar a los atletas trimestralmente.

Algunos entrenadores en Iten obligan a los deportistas a consumir aminoácidos, suplementos que los corredores no necesitan. De este modo, se lo descuentan del sueldo, fijándolos al precio que los propios agentes marcan. Estos managers también se quedan con parte de los beneficios por la “intermediación”. Los masajes, a su vez, son obligatorios: lo que cuestan las tres sesiones por semana que les exigen y que los corredores pagan con sobreprecio podría, sin embargo, ser utilizado para dar de comer a los suyos. Es todo un mercado clandestino, que se extiende igualmente al transporte privado que lleva a los atletas hasta Moiben Road, la carretera principal de entrenamiento. Les cobran 300 shillings o chelines kenianos, cuando llegar hasta allí en transporte público cuesta solo 50.

Ante todo esto, en junio de 2018, 25 atletas optaron por abandonar Runczech. Más cuando llegó a sus oídos que estaban siendo estafados a raíz de un acuerdo en base al cual el sponsor pagaba a la agencia si sus atletas terminaban la carrera en un registro determinado, mientras que esta, a sus corredores, les exigía un tiempo de un minuto menos. Ese minuto de diferencia era aprovechado por la agencia para reservarse el dinero del sponsor y no enviárselo a sus corredores.

Dos historias, dos destinos. El objeto más preciado de los ocho metros cuadrados de la casa de Richard Lagat son unas zapatillas para correr, su medio de vida, pese a que no llega al salario mínimo en Kenia. Es lo único que pudo tener de pequeño. Con ellas y su “sangre kalenji” saca adelante a la familia.

Wilsong Kipsang Kiprotich se colgó la medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de Londres’2012, la ciudad donde ha ganado dos veces su prestigioso maratón comercial. En sus comienzos, tras los entrenamientos descansaba en la cómoda habitación de la comisaría de policía, su empleo principal. El fondista de Keiyo District tuvo la oportunidad de estudiar y tener un modo de vida que le permitió alcanzar sus objetivos.

Hubo un tiempo en el que ambos corrían juntos. En 2007, llegaron a ser profesionales y en Holanda coincidieron hasta tres veces en la prueba de 10 km: Richard Lagat salió vencedor quedando Wilson en segundo lugar. Pese a ello, Kipsang Kiprotich ha sido uno de los mejores del mundo. Su objetivo no era otro que entrenar para las grandes citas ya que no tenía que preocuparse de buscarse la subsistencia a diario, pues estaba arropado por el cuerpo de Policía.

Kipsang, a cambio, proporcionaba una buena imagen al siempre cuestionable sistema policial del país. Hoy posee varias medallas olímpicas y es propietario del Keellu Resort, otro hotel de la zona y punto de llegada de turistas a Iten.

Mientras, las carreras de Richard Lagat tenían como meta conseguir el alimento diario: correr en pequeñas maratones, debido a los escasos recursos, era su único objetivo. En la actualidad, las zapatillas de Richard descansan en su casa junto a sus tres hijos y su mujer, a la espera de una nueva oportunidad en forma de gran cita. «Si no pasa nada, llegará en dos años con una nueva gran carrera», afirma junto a su familia y el irlandés John Starret, quien se ha convertido en su nuevo entrenador y apoyo a través de su fundación.

Dos historias distintas, la de Wilson y la de Richard, y de cómo el nivel económico repercute en la vida. Pese a todo, Richard no ha caído en la trampa del dopaje. Muchos atletas en Kenia, tras ganar su primera carrera, invierten parte del dinero en productos prohibidos con el objetivo de seguir ganando para generar más ingresos que les permitan sobrevivir. Esta situación es debida al precario acceso a la sanidad y a la desinformación, además de a la ausencia de médicos que les aconsejen y, por supuesto, a la falta de estudios.

En Kenia puedes ir a la farmacia, comprar e inyectártelo tu mismo. Pero es un instrumento que se vuelve en su contra, con efectos secundarios, futuros controles y la consecuente retirada profesional. Es el fin de los únicos ingresos disponibles para ellos.

Kigen, por suerte, prefiere conducir. Con música kalenji de fondo, llega al Kamariny Stadium, la única instalación pública para los corredores locales que encima lleva en proceso de remodelación desde 2016. «Los casi 260 millones de shillings que cuesta su construcción no es demasiado dinero para un gobierno con ganas de más», se rumorea en la zona. El retraso en su finalización, prevista para octubre de 2017, ha sido un duro golpe para los jóvenes soñadores de Iten, quienes luchan para llegar a fin de mes y hacerse un nombre en el mundo del atletismo.

Finalmente, Kigen arriba al Kerio Hotel, donde se le une mama Sally. Fundado por un chef belga, aquí solo se hospedan los atletas destacados, pagados por sus sponsors. Vienen en temporada, mientras entrenan y preparan las grandes citas. El restaurante es amplio y señorial, decorado con sincretismo entre arte africano y colonial, un estilo que recuerda a los años 20, cuando Kenia se encontraba bajo dominio británico.

Kigen pide patatas fritas, su plato preferido. Mientras Sally acaba de contar su historia. «Es un chico especial con una deficiencia que le afecta a las funciones cognitivas. Esto provoca que su aprendizaje sea más lento de lo habitual», explica. Pero Kigen tiene “sangre kalenji”.