Una campeona en el deporte y en la vida

La inolvidable Dina

La próxima Nochevieja Dina Bilbao hubiera cumplido 60 años. Deportista destacada, intrépida viajera, aventurera, carismática, feminista… vivió intensamente y murió joven, a los 36 años. Fue un espíritu libre que allí donde iba hacía amigos y encajaba en la definición de «buena gente». Algunos de ellos la recuerdan para 7K. Gracias a su entorno, a su afición por la escritura y a su dimensión pública, la figura de la ondarroarra permanece en la memoria.

 De izquierda a derecha, Josu Iztueta, Isabel Dumall y Xabin Mujika, que compartieron vivencias, deportes y viajes con Dina Bilbao.Fotografía: Conny BEYREUTHER
De izquierda a derecha, Josu Iztueta, Isabel Dumall y Xabin Mujika, que compartieron vivencias, deportes y viajes con Dina Bilbao.Fotografía: Conny BEYREUTHER

El próximo 31 de diciembre, Dina Bilbao Barruetabeña (Ondarroa, 1960 - Antigua, 1997) hubiera cumplido 60 años si no llega a ser por el fatal accidente marítimo en el que desapareció en aguas del Caribe a la edad de 36 años. El recuerdo de aquella mujer rubia de ojos azules, nacida en el barrio de Kamiñazpi, quedará eternamente unido a su carrera deportiva y a su pasión por los viajes. Ambas actividades, combinadas con su personalidad, le dieron una dimensión social de la que en Euskal Herria solo gozaban los futbolistas, los ciclistas, algún pelotari y algún montañero, por entonces todos hombres.

Dina, que tenía dos hermanas mayores y uno pequeño, no era la única deportista de la familia Bilbao Barruetabeña. Rubén, dos años menor, ejerció durante quince años de lateral izquierdo –llegó a jugar en Primera División vistiendo la camiseta del Athletic, Racing de Santander, Atlético de Madrid, Valladolid y Betis–. «Y aun así, a su padre le preguntaban más por ella que por él, pese a que Dina practicara un deporte minoritario», apunta Isabel Dumall, compañera y adversaria de triatlones y amiga incondicional.

Gracias al triatlón y a los viajes conoció muchos lugares, pero tres resultaron fundamentales en su trayectoria vital: en Ondarroa transcurrió su infancia y adolescencia, en Tolosa pasó su juventud y, finalmente, Antigua, donde falleció dos años después de instalarse. A Tolosa llegó de la mano de Josu Iztueta, montañero, deportista, monitor de esquí de fondo, guía de viajes… pero sobre todo viajero impenitente al que solo las imposiciones de la pandemia del covid-19 han conseguido frenar. Se conocieron en 1980, en las clases de Biología de la Universidad Vasca de Verano en Iruñea, cuando ella estudiaba Medicina, y comenzaron una relación de pareja que duraría quince años y resultaría decisiva en la faceta deportiva y en la aventurera de Dina Bilbao.

A una edad tardía, Dina descubrió sus cualidades multideportivas. Practicó ciclismo, triatlón, duatlón, esquí de fondo y piragüismo y terminó por entrar en el deporte federado y comprobar que el dinero de los premios o de las clases por impartir cursillos de piragüismo podía contribuir a costear los viajes que planeaba. «La primera vez que se puso un dorsal rondaba los 22 años y lo normal es que vayas pasando de alevines, a infantiles, cadetes… Seguramente así vas alimentando el espíritu competitivo. No era su caso. El deporte para ella era el pretexto para hacer otras cosas, el medio para viajar y vivir otras historias», confirma Josu Iztueta. Tal vez por eso, nunca fue una deportista al uso, de esas que sufren horrores cuando no cumplen objetivos aunque en competición resultara competidora y competitiva.

Formó parte del primer equipo femenino surgido en el Orbea, pero su popularidad llegó con el triatlón –ese combinado, por entonces novedoso, que aglutina natación, ciclismo y carrera a pie y hacía furor en Hawai– al que Dina dedicó una intensa década. En números redondos superó el centenar de triatlones –seis de ellos en distancia Ironman (3.800 metros a nado, 180 kilómetros en bicicleta y los 42,195 kms del maratón)–, participó en cuarenta triatlones de invierno y en sesenta duatlones. No importaba si la prueba era larga o corta, cerca de casa o en tierras lejanas.

Por el triatlón conoció a Xabin Mujika y a Isabel Dumall. El primero retrocede a 1987, cuando se acercó de Andoain a Tolosa para entrenar. «Dina, como era tan abierta y tan maja, me dijo: ‘¿por qué no te unes a nuestro grupo y pruebas con el triatlón?’ Ella me abrió la puerta del Tolosa Triatlón Taldea (TTT) y por ella conocí a Josu y al resto. El deporte fue el nexo y a través de él hicimos una amistad duradera». Muy dada a animar a participar, le quitaba hierro a las exigencias de un deporte de los duros. Según Mujika, «solía decir que un Ironman lo podía hacer cualquiera siempre que le dedicara tiempo a prepararse y eso que se enfadaba con el nombre (hombre de acero) porque en Hawai el nivel de las mujeres era enorme».

La ondarroarra en distintos momentos de su vida. Archivo familiar | Amigos de Dina Bilbao

 

Rivales íntimas. Isabel Dumall, natural de Jaca y procedente del esquí de fondo –con oros en Campeonatos de España de triatlón blanco y de triatlón a secas–, en más de una ocasión se jugó el triunfo con Dina, pero tampoco es de esas deportistas que llevan grabado su palmarés en la frente, al revés, hay que refrescarle la memoria: «No suelo acordarme de eso. Sé que estuve en dos Europeos y en dos Mundiales». En esas convocatorias internacionales y en las competiciones locales fraguó una complicidad con Dina, que duró siempre.

Alejadas del estereotipo de encarnizadas adversarias –«si no ganaba yo, quería que ganara ella; nos deseábamos suerte en la salida después de ponernos el neopreno»–, fueron pioneras del triatlón, un deporte surgido en 1978 y aprovecharon que la novedad les favorecía. «Tuvieron suerte, destacar en un deporte nuevo es más fácil. Los primeros años suelen ser interesantes porque todo está por hacer, desde cómo se organiza una carrera hasta cómo se establece el reglamento. Entonces aquí eran de las pocas que podían hacer esquí de fondo. Eso sí, cuando salían por Europa y el mundo se daban cuenta de que su nivel era muy limitado», reconoce Josu Iztueta.

Afortunada físicamente e imparable, Dina pasaba de los triatlones de verano a los de invierno viajando constantemente. «Podía tener sueño o cansancio, pero apenas sufrió lesiones», comenta Iztueta. Xabin Mujika apunta que «era de las pocas que entonces corría dos triatlones en un fin de semana», mientras Isabel Dumall completa las apreciaciones: «Tuvo temporadas, pero a la vez era muy disciplinada con la comida y con cuidarse. Pensó, ‘si me voy a dedicar a esto, me voy a dedicar en serio’. Teniendo el calendario tan cargado de carreras, no había otra manera de hacerlo».

Los tres la reconocen como la primera mujer que empezó a reivindicar aquí la igualdad en el capítulo de premios, una vieja costumbre de dimensión mundial, instaurada prácticamente en la mayoría de las disciplinas deportivas, por la que las recompensas económicas en categoría masculina eran exactamente el doble que en la femenina. Así que cuando al TTT le tocó organizar un Campeonato de España de duatlón en Tolosa, llevaron la igualdad a la práctica pese a que la idea no contara con el visto bueno de la totalidad de los integrantes del club. El argumento es conocido: «¿Siendo pocas, cómo se van a llevar los mismos premios que los hombres?». En 1993, Dina ya reclamaba por escrito y llamaba a otras deportistas, por ejemplo, a intentar conseguir que la ropa o el calzado deportivo se adaptara al cuerpo y a las necesidades de la mujer. «Si ahora levantara la cabeza y viera ¡traineras de chicas en La Concha!...» y al fin con premios idénticos para remeros y remeras, sonreiría seguro.

Su feminismo se demostró en otros ámbitos en tiempos distintos. «La sociedad ha cambiado, no todo lo que nos hubiera gustado, pero más de lo que hace 25 años nos hubiéramos imaginado, aunque quede mucho por hacer. No era la típica comprometida al máximo con el deporte y sin ninguna implicación en otras cosas, ni asocial, ni triste», evoca Iztueta.

Dina Bilbao en una competición. Archivo familiar | Amigos de Dina Bilbao

Una forma de vida. De ello dejó constancia en expediciones, viajes y carreras, que en los agitados 80 y principios de los 90, para ellos eran un asunto entre amigos. Simplemente improvisaban y de una cena salía un plan. «A nosotros no nos habían llevado nuestros padres en autocaravanas. Eran iniciativas que salían de nosotros y repercutían en nosotros y siempre se apuntaba alguien más», recuerda Iztueta quien, junto con Ángel Ortiz, ya había emprendido la odisea de Nairobitarra, aquel camión de mudanzas reconvertido en furgoneta con capacidad para una veintena de ocupantes, y en la que organizaban viajes a través de Europa, África y América. «Intentábamos no mezclar los clientes con la familia o parejas. Nuestro trabajo eran las vacaciones de los demás y que todo saliera bien era nuestra responsabilidad. Dina sí que vino a algunos viajes, también en Sudamérica. Otra cosa eran las escapadas con amigos a sitios no muy fáciles con pocos medios. Todos asumíamos la posibilidad de pasar frío, hambre, que nos perdiéramos o que nos pasara algo. Disfrutamos a tope», rememora Iztueta.

Arriba, Josu Iztueta, que fue la pareja de Dina durante quince años y uno de esos viajeros que ha recorrido gran parte del planeta.
A su lado, Isabel Dumall, amiga de la ondarroarra desde que se conocieron en los triatlones. A la derecha, Xabin Mujika. Conoció a Dina por el deporte y mantuvieron una amistad muy duradera. Fotografía: Conny BEYREUTHER

 

Cuando todavía no había entrado internet en nuestras casas y ni siquiera imaginábamos la influencia que tendrían las aplicaciones tecnológicas, sin GPS, ni teléfonos móviles, atravesaron el Nilo en piragua, realizaron travesías de esquí en Laponia y Groenlandia, pedalearon hasta el noruego Cabo Norte, participaron en una expedición del Ártico al Trópico y en alguna de estas aventuras, como en Alaska, sufrieron congelaciones. Tampoco resultó un viaje de placer la expedición a las islas indias de Andaman solo para mujeres integrada por Dina, sus antiguas compañeras del Orbea Txitxi Orbegozo y Amaia Elosegi, y Dumall que entonces tenía 21 años; los planes no les salieron como esperaban. «Fueron dos meses en condiciones muy precarias, pero a la vez resultó muy enriquecedor», asegura nuestra interlocutora.

Esos viajes terminaban siendo un aprendizaje profundo tanto de los íntimos como de los desconocidos porque Dina daba rienda suelta a su curiosidad y a su capacidad de acercarse a la gente. Literalmente entraba hasta la cocina, ya fuera en la India, en Laponia o en una jaima en el desierto y se interesaba por todo lo que rodeaba a esas mujeres y niños que encontraba en su camino. Respetuosa, desplegaba ese feeling y su capacidad de convivir.

Revela Xabin Mujika que una vez le preguntó cuál de las cosas que hacía era la que más valoraba. «¿Los viajes, el deporte...? y me contestó que las sobremesas». Un marco apropiado para la conversación en el que no era extraño que sacara papel y boli para tomar notas. Siempre dispuesta a ayudar a un amigo en un momento bajo o a una conocida con problemas, Dumall remarca que «era muy, muy buena persona y esas cosas son las que hacían que fuera tan querida».

Dina Bilbao escribió mucho: diarios, cartas, notas. En ellos refleja sus vivencias y su filosofía de vida, como en la anotación de arriba en la que apuesta por los caminos secundarios. A la derecha, en una competición.

 

In memoriam. En 1995 Dina se instaló en Antigua junto a Iñigo Ross Iztueta, primo de Josu y natural de la isla caribeña, que primero fue su amigo y terminó siendo su pareja. Seguían en contacto con su entorno y algunos hasta les visitaron en los dos años anteriores a su desaparición. Una de ellas fue Dumall, que se había establecido en Euskal Herria. «Ahora que tú vives allí, yo estoy aquí», le decía una Dina «que tenía muchas ganas de integrarse y de montar algo con Iñigo».

En 1997 ambos desaparecieron en aguas del Caribe. Se habían trasladado a la isla de Granada, donde compraron un viejo catamarán de 18 pies con el que participaron e incluso ganaron una carrera. Decidieron regresar a su casa de Antigua en ese barco en lugar de remolcarlo; él era un experimentado navegante y ella, una consumada nadadora. Al poco de partir, el timón les dio problemas y volcaron. Tras recibir ayuda, continuaron el viaje pero les sorprendió una tormenta y se quedaron a la deriva. Iñigo pidió ayuda en repetidas ocasiones y facilitó datos sobre dónde pensaba que podían estar. Cayó la noche y el equipo de rescate no los encontró. La última llamada de socorro data del 24 de junio, la búsqueda se prolongó durante cinco días y el 29 se suspendieron las labores de rescate. No se encontraron sus cuerpos pero, tiempo después, sí restos del catamarán.

Fue una muerte accidental bastante ligada a su afición por la aventura y la naturaleza. «A ella le gustaba el mar, pero nadie quiere morir haciendo lo que le gusta, aunque sí vivir haciendo lo que te gusta. Cuando tienes cierta edad, te das cuenta de que has perdido amigos en todo tipo de circunstancias: accidentes, monte, cáncer, obras… Nosotros decidíamos dónde íbamos», admite Josu Iztueta quien, de repente, perdió a dos de sus seres queridos.

Su desaparición causó un gran impacto en la sociedad vasca, suele ocurrir con las muertes inesperadas y Dina caía bien. Antes de afrontar el duelo y el vacío que dejan las tragedias se le despidió en sus lugares habituales. En Tolosa se organizó una proyección en el Leidor, una kalejira y se lanzaron barcos de papel a las aguas del Oria; en la playa de Saturraran hubo homenaje con aurresku, algo que se repitió en los prolegómenos de citas como el triatlón de Donostia, que mostraba así su reconocimiento a la campeona de las ediciones 1987, 1990, 1991 y 1992. Aquel año, el triatlón de Jaca, del que Xabin Mujika guarda el cartel, llevó el nombre de Dina Bilbao.

Después surgieron otras iniciativas; algunas como la Dinamartxa han perdurado en el tiempo. Primero fue una marcha en bicicleta entre Tolosa y Ondarroa, a la que después se añadió otra andando. Hace cuatro años se incluyó la natación, cinco kilómetros desde Mutriku y casi se ha convertido en un peculiar triatlón compartido que solo ha suspendido su última edición por exigencias del coronavirus.

En 2007, a los diez años de su desaparición, se creó la Dina Bidaia Beka. Se trataba de una beca puntual que sus amigos patrocinaron destinada a jóvenes con ganas de viajar. Los aspirantes tenían que presentar un proyecto de viaje que no pasara de tres mil euros, el importe del premio. Lo ganaron siete montañeros de Belauntza e Ibarra y se lo gastaron en los Alpes viendo el retroceso de los glaciares.

Portada de «Dina, bizitza eta kirol-ibilbidea», la biografía escrita por Nagore Salaberria Sorondo.

 

La biografía. Cinco años después, el Ayuntamiento de Ondarroa puso en marcha la iniciativa “Deportistas locales a lo largo de la historia”. Gracias a ella, Nagore Salaberria Sorondo escribió una biografía sobre esta vecina del barrio de Kamiñazpi que vio la luz el 26 de diciembre de 2013. “Dina, bizitza eta kirol-ibilbidea” es un recorrido cronológico por sus 36 años de vida, un trabajo ingente para el que la autora tuvo que leer y revisar «enormes paquetes de cartas». En 146 páginas, Salaberria recoge las vivencias de la ondarroarra y las acompaña con escritos de su puño y letra, algunas cartas, mapas, anotaciones, notas escolares, dietas alimentarias, sus pasaportes, tarjetas de federaciones y numerosas fotografías como las que ilustran este reportaje cedidas por su familia y amigos.

Dina escribió mucho, cartas, artículos, impresiones… llevaba un diario y en ellos se expresaba en dialecto ondarroarra –el euskara fue otro de sus frentes–. «El 90% de Dina está en este libro, incluso cosas íntimas. Seguramente hay gente que no comparte que se revelaran episodios que ella no había contado, como su decisión de abortar. Pero Dina sí pensaba así, para ella ser dueña de su cuerpo y tomar sus propias decisiones era una reivindicación como mujer», afirma Josu Iztueta de esta biografía publicada en euskara, que no ha sido traducida a otros idiomas.

¿Cómo sería Dina con 60 años? «Hubiese seguido disfrutando igual. Haría deporte, por supuesto no como antes, porque el tiempo no perdona. Lo demás, me la imagino como siempre, compartiendo mil historias y ayudando al personal», concluye Dumall.

Su historia da para una buena película. Confiesa Iztueta que en febrero, justo antes de la aparición del covid-19 en estos lares, pensaron en la posibilidad de hacer un documental. Disponen de abundante material, existen imágenes de archivo… «Pero solo quedó en idea. Dina es una persona tan cercana que se me hace difícil proponer algo. Apuesto más por los proyectos de otros que por los míos». Dentro de dos años, en 2022, se cumplen 25 de su desaparición, ¿quizás entonces?