Igor FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

Moverse hacia el ideal

Todos intentamos ser mejores de lo que somos en esto o aquello y tenemos aspiraciones en torno a una imagen ideal de nosotros mismos; quizá una en la que seamos más fuertes, comprensivos, etc. Dicha imagen se construye a partir de fuentes diversas, con influencias diferentes. Por ejemplo, en parte se formará desde una reacción a la percepción de nuestros defectos.

Le ponemos esa etiqueta generalmente a aspectos de nosotros que reciben o han recibido la crítica de algún agente: puede que tal o cual cualidad no haya sido deseable para las personas que apreciábamos o admirábamos y nos lo hayan hecho saber; puede que hayamos llegado a la conclusión de que con estas cualidades no podemos encajar en un grupo al que deseamos pertenecer; e incluso puede que las consideremos como un defecto al rememorar cómo en otras ocasiones lo hemos hecho diferente –por ejemplo, considero un defecto mi falta de concentración cuando me acuerdo de cómo me centraba en una tarea a fondo en el pasado–.

Por supuesto, la crítica recibida no deriva directamente en el pensamiento “si me lo han criticado será verdad, es un defecto en mí”, sin embargo, si es algo que se repite a lo largo del tiempo, o si las personas que critican son importantes, uno se lo plantea. Otra fuente que nutre esa imagen ideal es el potencial que percibimos en nosotros mismos, venga dicha idea de fuera o de una construcción propia. Del mismo modo que puede que nos hayan señalado cualidades poco deseables para otros, esas mismas personas han podido elogiar otras cualidades. También sucede que construimos por nuestra propia cuenta ideas que nos hacen parecer mejores ante nosotros mismos –por ejemplo, hemos llegado a la conclusión de que somos fuertes en los momentos difíciles, o comprensivos, o tenemos capacidad de crear cosas nuevas con poco…–.

Estas ideas de potencialidad van a entrar en diálogo con la vivencia de nuestros defectos, de modo que el resultado entre las dos fuerzas generará movimiento hacia algún lugar, normalmente a uno en el que las potencialidades finalmente venzan a los defectos en la cuenta final. Es entonces cuando, desde esa pugna interna, empezamos a hacer planes para decantar la balanza. Si percibimos que las potencialidades pueden ser mayores que los defectos, o que pueden contrarrestarlos, nos será más fácil movilizar las energías, sin embargo, a la inversa, los pasos serán más difíciles; y no porque la realidad futura, lo que nos vaya a pasar o vayamos a conseguir vaya a ser un reflejo tal cual del aspecto “defectuoso” o “potencial” de nuestras cualidades, sino más bien porque vivirnos de una manera u otra, genera inercia, y el hueco generado por la incertidumbre tiende a ser “rellenado” con las consecuencias potenciales de la idea predominante sobre nosotros mismos.

Si nos vivimos como capaces, esa capacidad será creciente en el futuro porque nos arriesgaremos y, por tanto, se sumarán nuevos logros que engrosarán nuestra visión potencial de nosotros mismos. Por el otro lado, si vivimos fijándonos en lo “defectuoso”, también acumularemos mayor cantidad de fracasos en el futuro, simplemente porque probaremos menos y lo que probemos lo haremos con mayor temor. En cualquiera de los casos es evidente que, si perdemos de vista el otro lado de la balanza, viviremos como si nada importara o como si todo tuviera importancia, y en ambas situaciones la imagen estará distorsionada. La imagen ideal es, entonces, no un destino en sí mismo, alguien en quien convertirse, sino más bien un catalizador del movimiento que nos hace reales. De modo similar, una imagen disminuida de nuestras capacidades no será más realista sino simplemente conservadora. Y la libertad para crear el futuro de quienes queremos ser, estará entonces en el fiel de la balanza, uno que no deja de moverse al cambiar los pesos de la mirada a nuestros defectos y potencialidades.