Mikel Insausti
Crítico cinematográfico
CINE

«Quo Vadis, Aida?»

La cineasta bosnia Jasmila Zbanic está obteniendo un gran impacto con su última película “Quo Vadis, Aida?” (2020), cuyo estreno está anunciado por la distribuidora VerCine para el 7 de mayo. Presentada en la Mostra de Venecia, también pasó por Donostia, para finalmente colarse entre las finalistas del Óscar a la Mejor Película Internacional, al igual que en los BAFTA del cine británico, en los que opta a Mejor Película Extranjera y Mejor Dirección. Pero no acaban ahí los reconocimientos, habiendo sido votada con el Premio del Público en el festival de Rotterdam, y con el de Mejor Película en el festival de Gotemburgo. No quiere esto decir que las reacciones hayan sido todas favorables, ya que al tener un posicionamiento político tan claro sobre el conflicto de los Balcanes, donde las heridas siguen muy abiertas, también se ha encontrado con ataques en esa zona de la ex-Yugoslavia, incluso virulentos, con insultos y amenazas para la parte serbia del reparto, bajo acusaciones de traición.

La más directamente afectada es la actriz Jasna Djuricic, por ser la que da la cara en el papel protagónico de Aida Selmanagic. Se trata de un personaje ficticio inspirado en un traductor que debía transmitir en su idioma las órdenes que le dictaban en su trabajo para la ONU, tales como exigir a su propia familia que abandonase el campo de refugiados, lo que equivalía condenarles a una muerte segura. Ese tipo de situaciones al límite son las que revive la película, y lo hace sin medias tintas, en su intención firme y declarada de condenar el mayor genocidio cometido después de la II Guerra Mundial en suelo europeo, pues no hay que olvidar que en Srebrenica fueron asesinados más de ocho mil bosnios musulmanes.

Las imágenes y sonidos terribles de “Quo Vadis, Aida?” poseen toda la contundencia del reflejo real de unos hechos todavía demasiado recientes, tanto que no se puede hablar de un ejercicio de memoria histórica, sino de una crónica inquietantemente cercana, descrita con un sentido de la inmediatez muy consciente y deliberado. En los países balcánicos viven con esa sensación de la tragedia colectiva no superada, mientras que fuera se sigue mirando para otro lado, tal como ocurría en el momento de emisión de los noticiarios sobre la masacre de Srebrenica, de la que el pasado año, fecha de producción de la película, se cumplía el 25º aniversario.

La acción se retrotrae, en efecto, a aquel fatídico once de julio del año 1995, mediante una narración de auténtico suspense y tensión, que se vuelve más angustiosa y generadora de impotencia en la audiencia al saber cómo acabó todo. La inmersión en el horror es total, gracias al magistral montaje de Jaroslaw Kaminski, colaborador polaco del cineasta Pawel Pawlikowski. Apenas un flash-back, que recuerda los tiempos felices con un concurso de peluquería, libera el ambiente caótico que se va adueñando del relato a cada minuto que pasa, al modo de una funesta cuenta atrás.

El horror se vive desde dentro, por cuanto la protagonista accede a información de primera mano, siendo sabedora de que el discurso oficial transmitido por los Cascos Azules no se corresponde con la realidad, y hay gente que se deja engañar por las palabras de esperanza hasta creer en un posible rescate que nunca llegará a producirse.

Mientras es cuestionada por su gente sobre lo que se dice en neerlandés o en inglés, ella se siente atrapada entre dos bandos, con el temor añadido de que su marido y sus hijos, perdidos en medio de la masa desorientada, no logren salvarse en una zona ONU que ya no es segura, y que no da cabida a miles y miles de personas atrapadas sin vía de escape.

En cuanto a las fuerzas militares de la República Srpska, al mando del comandante en jefe Ratko Mladic, junto con grupos paramilitares serbios, toman el control y la suerte está echada. La película de Jasmila Zbanic saca a relucir el género bélico más terrorífico, aquel en el cual las armas apuntan a civiles.