Igor Fernández
Psicólogo
PSICOLOGÍA

Crear el mundo

Quizá quien lea estas líneas sepa que nunca tocamos nada realmente, es decir, los átomos de nuestro cuerpo jamás se tocan físicamente con los átomos de ningún objeto que manipulemos, sino que es su campo magnético el que se encuentra con el campo magnético en torno al núcleo de materia de la tecla que yo estoy apretando, por ejemplo.

Y quizá quien lea estas líneas sepa que psicológicamente tampoco llegamos a relacionarnos directamente con la realidad, sino que nos topamos con nuestra representación imaginaria de la misma. Cuando hablamos de alguien para admirarlo, criticarlo o analizarlo, nunca hablamos realmente de esa persona sino de la imagen que hemos creado en nuestra mente sobre ella. Su conducta, al igual que los electrones en un átomo, es la que ‘choca’ con nuestra conducta o nuestra forma de ver el mundo, y de ahí llegamos a conclusiones -en función de nosotros, nosotras-; pero conocer su naturaleza, operar sobre ella o realmente ‘poseer’ la esencia de otra persona u otro grupo, es en sí, imposible.

Nos apasiona la verdad, y si no podemos aprehenderla, queremos pensar que nos acercamos lo más posible. Ese impulso por explorar el mundo, por curiosearlo y ‘desmontarlo’ con la potencia de nuestro análisis, de nuestra inteligencia, nos ha permitido llegar adonde estamos, al tiempo que bordeamos el riesgo de olvidar que este es limitado, lo cual puede ser hasta beneficioso.

Tomar en consideración que la naturaleza de las cosas pueda ser diferente a lo que percibimos de ellas aparte de arrojar algo de humildad sobre la relación con el mundo, también nos puede dar la libertad de aproximarnos al mismo desde lugares nuevos, sin los prejuicios inevitables de la experiencia anterior, no solo sobre esa persona, situación o dinámica concretas, sino también sin los prejuicios sobre nosotros mismos, nosotras mismas. Lo que no pudimos entender en su momento, lo que no supimos cómo hacer en según qué circunstancias, las conclusiones a las que llegamos sobre nosotros, nosotras, los demás o el mundo pueden operar como una limitación a la hora de experimentar de nuevo, con recursos nuevos, aquello que parecía conocido para la persona que fuimos. Al punto de hacerlo imposible.

Mirar a lo que desconocemos con la compasión suficiente, ahorrarnos la exigencia o la omnipotencia, o el victimismo, nos permite probar de nuevo -literalmente, como si fuera nuevo-, acercarnos de nuevo. Y entonces pasará algo fascinante: tener una experiencia nueva, a pesar de la incomodidad del principio o la aparente inutilidad de acercarse a algo que no entendimos o que nos dolió, no solo nos reciclará sino que cambiará a partir de entonces nuestra representación de ese aspecto del mundo, y por tanto cambiará el mundo en sí, que no es poco. Y tener experiencias nuevas equivale a crear un mundo nuevo, al menos dentro de nosotros, de nosotras, en el que vivir. No es mal sitio por el que empezar.