Igor Fernández
Psicólogo
PSICOLOGÍA

Universal, lo justo

(Getty)

Como bien sabemos, la sensibilidad a los estímulos y dinámicas emocionales es una de las puertas de entrada preferentes que intentará franquear quien pretenda manipular al otro. Apelar al sentir resulta efectivo para cambiar la conducta de las personas, porque las emociones están íntimamente ligadas a la supervivencia, suponen una activación de todo el organismo y nos predisponen a un tipo de acción con mucha velocidad. Emocionarnos nos guía en lo importante, en lo primario -o lo primitivo- de la supervivencia, por lo que aquello que sentimos adquiere un estatus de veracidad casi inmediato para nosotros, para nosotras. Al fin y al cabo, si lo sentimos, si esta aquí dentro de forma tan clara, ¿cómo negarlo? ¿Cómo no va a ser verdad?

Sería extraño preguntarse: «¿Lo que estoy sintiendo será cierto? ¿Mi tristeza será otra cosa diferente? ¿En realidad, no estaré enfadado? ¿Mi corazón a mil estará equivocado?». No, la emoción ya está ahí, por lo tanto, lo que la provoque debe ser cierto, lo que la genera debe de estar generándolo porque no hay otra alternativa. La causa y el efecto emocionales se fusionan automáticamente en un causa-efecto único en la experiencia, que parece innegable, irrefutable.

Y, una vez que la emoción está en nosotros, en nosotras, requiere de toda nuestra atención, como si se tratara de hambre, sed o ganas de ir al servicio.

Esa inmediatez, su efecto global y su capacidad de fusionar la causa y el efecto son las cualidades que hacen de la emoción y su gestión una de las maneras más efectivas para impactar en la conducta de las personas. Ese compendio las hace, por así decirlo, autónomas del pensamiento, permitiéndoles actuar con independencia, al margen de lo que la mente consciente esté gestionando en ese momento (lo que estemos pensando, vamos).

Sin embargo, si bien no podemos decir que la emoción se equivoque, ya que es una vivencia diáfana e innegable en el cuerpo una vez que se inicia, sí podemos decir que podemos estar emocionados tras una equivocación. El hecho de sentir algo no nos da la razón, porque, entre otras cosas, ante el mismo estímulo dos personas pueden sentir emociones muy distintas. En particular, estímulos sociales. Un perro agresivo, la muerte de alguien querido o una gran noticia pueden hacernos sentir a todos cosas parecidas, pero no así un desplante, un halago o una amenaza. La reacción emocional a estos tendrá mucho que ver con la experiencia previa, la historia o el marco de referencia de cada cual. Son estos contextos, más que el estímulo en sí, los que darán la clave sobre si la reacción emocional tenga que ser esta o la otra.

Emocionarnos es algo inevitable, afortunadamente, pero la verdad es otra cosa. La emoción nos orienta ante la realidad, pero no define la realidad, no le da una entidad u otra, aunque sí pueda darle un sentido. Personal, eso sí.

Conocer nuestros contextos, poder diferenciarlos de los de otras personas y entender que la realidad puede ser vivida de formas muy distintas nos permite entender que nuestra emocionalidad es nuestra, no se trata de algo universal. Y eso limita nuestra emoción al mundo interno, impidiendo que nos confundamos en una fusión inextrañable y confusa.