José Antonio Martínez

Oveja latxa, un preciado tesoro a conservar

Un carnero con un rebaño de ovejas latxas de cara negra en el hayedo navarro de Urbasa.
Un carnero con un rebaño de ovejas latxas de cara negra en el hayedo navarro de Urbasa. (José Antonio Martínez)

La oveja latxa es una joya, tanto por su belleza como por su adaptación al medio húmedo y todo lo que representa en nuestra cultura rural. Se trata de una raza vasca ancestral que, dentro de sus dos variedades de cara negra o rubia, sigue formando parte importante de la economía rural tradicional, así como una estampa esencial e indisoluble de los paisajes de montaña, sus valles y caseríos desde tiempos inmemoriales.


Las ovejas latxas, una raza originaria de Euskal Herria, son pequeñas y ágiles, algunas de cara rubia y otras de cara negra. Junto a estas líneas, una latxa de cara rubia mira a la cámara en un pastizal cercado de Atallu, en el valle de Araitz. Sobre estas líneas, también lo hace un carnero de cara negra, aunque desde los robledales nevados de Ultzama. A su lado, un primer plano de otro carnero de cara negra en Lizarraga, retratado en este concejo de la  Sierra de Andia. También, un rebaño de ovejas latxas de la variedad de cara rubia en la tranquilidad de Aralar.

Escenas de ovejas latxas en el mundo del  pastoreo de Nafarroa. Tras su ordeño manual en una borda al pie de San Donato, Isabel, una pastora de Unanu, saca su rebaño al prado. Debajo, Vicente Otamendi, un pastor trasterminante de Azkarate, en el valle de Araitz, esquilando su rebaño en la Sierra de Andia y, un poco más abajo, ordeñando a sus ovejas latxas en su redil junto a la borda.

 

La leche de las ovejas latxas contribuye a la elaboración de queso de alta calidad, incluido el de Idiazabal. En estas imágenes, parte del proceso de elaboración. Sobre estas líneas, Txomin Otermin, un pastor de Intza ya fallecido, haciendo queso en su txabola de Aralar, después de ordeñar manualmente a sus ovejas. Arriba de esta fotografía, Isabel, una pastora de Unanu que, tras el ordeño, vierte la leche del kaiku a un tanque refrigerado para su posterior elaboración de queso. Después, llega el momento de la degustación.

 

Joaldunak de Ituren. Su vestimenta rústica, elaborada con pieles de oveja latxa, junto a la visión y el sentir de sus enormes cencerros o «polunpak» retumbando en el ambiente de estos valles y pueblos pastoriles de la montaña navarra, confieren a este carnaval rural  una magia capaz de llevar el espíritu a otras escalas remotas del tiempo.