Pello Guerra
TRABAJOS NOCTURNOS

Trabajar a la luz de la luna

En principio, las noches están destinadas a dormir, pero no siempre es así. Algunas actividades exigen que haya personas dispuestas a sacrificar su descanso para poder atender emergencias, dejar todo a punto para cuando el resto de la gente se ponga en marcha o entretener a insomnes, por citar varios ejemplos.

En unos casos, los trabajadores que ocupan esos puestos se han tenido que adaptar a esa circunstancia por obligación, ya que o se amoldaban a la idiosincrasia de su empleo o tenían que dejarlo. En otros, esas personas se han decantado por la opción de trabajar por la noche voluntariamente, ya que les permite, por ejemplo, compaginar la vida laboral y familiar en condiciones.

Sea por un motivo o por otro, todos sufren las consecuencias que entraña dedicar esas horas a trabajar. Una de las más comentadas suele ser que, en principio, el trabajo nocturno envejece más, aunque otras son más perceptibles a corto plazo. Problemas estomacales, tendencia a engordar a causa de unas digestiones que no pueden llevar su ritmo natural, cambios de carácter con tendencia al mal humor, fuerte cansancio y, por supuesto, somnolencia son algunas de las consecuencias en la salud que destacan los expertos.

Incluso las relaciones sociales pueden llegar a verse afectadas, ya que la necesidad de descansar durante el día puede limitar el contacto con las amistades, una situación que tampoco se puede solucionar a la noche, porque toca incorporarse al puesto de trabajo.

Para compensar las consecuencias de ser un gautxori laboral, conviene llevar una vida muy ordenada, procurando descansar siempre a las mismas horas, y hacer ejercicio para ayudar al organismo a sobrellevar esa vida.

Pero no todo son inconvenientes. Trabajar por las noches permite disponer de horas diurnas para afrontar tareas que muchas veces resultan incompatibles con una jornada laboral tradicional, especialmente cuando se trata del cuidado de los hijos. Y, además, abre espacios de ocio que de otra manera no se pueden llegar a disfrutar.

Para conocer de primera mano lo que supone un empleo de estas características, 7k ha recogido el testimonio de cinco trabajadores nocturnos y estas son sus historias laborales para no dormir.

Alfonso Urío, bombero conductor.

Pasar de cero a cien en un segundo. Eso es lo que les sucede a los bomberos cuando se produce una emergencia en mitad de la noche y tienen que salir a toda velocidad para atenderla. Uno de ellos es Alfonso Urío, que está destinado en el parque de Cordovilla, en Iruñea, como bombero conductor. En este cuerpo, «todos tenemos el mismo horario, que es una jornada de 24 horas. Entramos a las ocho de la mañana y salimos a las ocho de la mañana del día siguiente, aunque si estamos en una intervención, evidentemente hay que terminarla y este horario facilita los relevos en las intervenciones largas», desgrana Urío.

Por cada día de trabajo, dispone de «tres de descanso, lo que permite la conciliación laboral y familiar, porque durante 24 horas estoy fuera de casa, pero, por contra, después dispongo de varios días para estar con los hijos al cien por cien. A nivel personal, es un horario que tiene más beneficios que pérdidas», asegura.

Por lo tanto, una parte de su jornada laboral se desarrolla durante la noche, unas horas que tienen sus peculiaridades respecto al trabajo diurno. Durante el día, «sí que hay cierta actividad en el parque independientemente de las salidas que pueda haber. Hacemos maniobras, revisiones, formación... Pero por la noche, no hay nada de eso y es un rato más de relajo». Una tranquilidad relativa, ya que en cualquier momento «puede sonar la campana y tenemos que salir. Así que pasas de estar más relajado de lo normal a tener que estar al cien por cien, con mucha intensidad de trabajo. Ese arranque se hace más cuesta arriba, porque durante el día estás más activado, pero sabes a lo que tienes que estar y hay que responder al máximo».

Las situaciones a las que tienen que hacer frente los bomberos por la noche no son muy diferentes de las que se pueden encontrar durante el día, aunque la forma de afrontar esas emergencias varía mucho de unas horas a otras. Como señala Urío desde su experiencia de 21 años trabajando como bombero, «la noche supone varios problemas añadidos. No es lo mismo trabajar, por ejemplo, en un accidente a la luz del día, que todo lo tienes a la vista, que por la noche, cuando hay que utilizar focos, que alumbran donde alumbran y todo se dificulta mucho más».

Todavía más complicado puede resultar el incendio de una vivienda, ya que «le pilla a todo el mundo en casa y durmiendo, con lo que se mueven muchas más personas si hay que desalojar un edificio y la gente está más desorientada, porque la hemos tenido que sacar de la cama». Otro inconveniente añadido consiste en que «el incendio suele estar más desarrollado, porque durante el día en seguida cualquier vecino se da cuenta de que sale humo por una ventana, avisa y todo se suele quedar en un conato. Sin embargo, los que ocurren por la noche, para cuando alguien se da cuenta, el incendio ya tiene más entidad».

Izaskun Gurpegui, operaria de montaje de Volkswagen.

Hace dos años, Izaskun Gurpegui fue madre por tercera vez y le llegó el momento de tomar una decisión en su vida laboral como operaria de montaje de Volkswagen en Nafarroa. «Analicé la situación con mi marido y vimos que el horario que más nos podía convenir era que yo trabajara de noche, ya que él trabaja de mañana y así siempre podíamos estar uno de los dos en casa con nuestros hijos».

Entonces decidió «coger una reducción de jornada agrupada, que es como se llama. Trabajo siempre de diez de la noche a seis de la mañana y además voy agrupando una hora y pico todos los días, unas horas que después cojo en verano, lo que me permite compatibilizar las vacaciones de los hijos».

Una vez que termina su jornada laboral, «duermo durante la mañana y a las cuatro y media voy a recoger a mis hijos a la ikastola, así que para entonces ya he dormido lo suficiente». Gurpegui se ha adaptado bien a este horario entre semana, «aunque hay días que se pasa peor, por ejemplo, cuando alguno de los hijos está malo, debes atenderle y no puedes dormir. Pero te habitúas, no queda otro remedio. Hay que conseguir una rutina y llevar una vida muy ordenada».

Uno de los problema que le ha generado este horario es que «no consigo cambiar el ritmo de sueño cuando no tengo que trabajar y los fines de semana también estoy despierta hasta las seis de la mañana, porque no consigo dormirme a la noche. A veces igual me duermo un poco, pero es casi más como una siesta. Es como si la gente que trabaja de mañana o tarde, se duerme a las dos de la tarde y siguiera de tirón hasta las diez de la noche. Es imposible, y a mí me pasa eso. Me ha cambiado el ritmo de vida totalmente».

Salvo esa dificultad, «no echo de menos nada, porque de esta manera disfruto de mi familia. Cuando trabajaba por la mañana era peor, porque me levantaba a las cuatro y media de la mañana y me tenía que echar a la cama a las nueve». Además, «en la salud no he notado nada, aunque he oído muchas veces que este tipo de horario envejece más. De todos modos, algo debe de repercutir en la salud, porque las tareas son iguales y tenemos un descanso más de diez minutos y el sueldo es también mayor».

Sus relaciones sociales tampoco se han resentido, porque «el fin de semana, si tengo que salir, salgo. Como mucho, me pierdo el viernes a la noche, pero nada más. Tenemos autocaravana y salimos un montón».

Por el momento, «con los hijos pequeños, este horario es el que mejor nos viene y seguiremos así, pero en un futuro intentaré cambiar y, si puedo, trabajar en otro turno. No quiero estar así siempre, porque trabajar de noche es más duro que durante el día. A fin de cuentas, el ritmo del cuerpo es dormir de noche y trabajar de día».

Jabi Calvo, trabajador de Mercairuña.

Parte de noche y parte de día. Así es la jornada laboral de Jabi Calvo en Mercairuña, el mercado de abastecimientos de la capital navarra que agrupa a los principales proveedores de frutas, verduras y pescados de toda Iruñerria. Como él mismo la define, «es una cosa intermedia, ni trasnochar, ni madrugar, ya que entro a las dos y media de la madrugada y salgo sobre las diez y media o las once de la mañana».

Durante esas horas, Calvo se encarga de recepcionar y descargar los camiones que llegan al citado mercado, para que a las cinco y media de la madrugada, todo el género esté preparado y los minoristas lo puedan comprar y trasladar a sus respectivos negocios. Esa ocupación le supone «mover muchos kilos, ya que son cajas de entre 10 y 15 kilos, y sacos de 25 kilos. El esfuerzo es brutal, porque al día puedo llegar a mover entre 20.000 y 30.000 kilos». A ese impresionante desgaste físico, se suma el hecho de ese horario tan peculiar, ya que «por muy pronto que vayas a dormir, descansas cuatro horas como mucho, porque no terminas las tareas hasta media mañana. No te da tiempo a dormir lo suficiente». Tan condicionados están los posibles momentos de reposo, que «hay gente que no se adapta. He tenido compañeros que al mes lo han dejado, porque durante el día no podían dormir o iban a trabajar sin dormir», desvela Calvo.

Él ha conseguido adaptarse y gracias a ello, ya hace quince años que lleva este régimen de vida, aunque «el paso de los años también te pesa. Al principio cuesta hacerse a eso de levantarse a las dos, después tienes una etapa en la que estás a gusto, pero luego hay una fase en la que ya estás hasta las narices».

Aunque «siempre se le puede dar la vuelta a la situación», está sufriendo las consecuencias de este horario tan peculiar. La principal de ellas es que «no dormir engorda bastante. Si no duermes más de cuatro horas seguidas, no haces bien la digestión y esto te hacer engordar, porque no quemas nada. Por eso siempre estoy a régimen. He pasado por varios dietistas, pero cuando les cuento mi vida, se echan las manos a la cabeza, porque duermo unas cuatro horas a la noche y durante el día una o dos horas», señala. Por ese motivo, cuando llega el fin de semana y «puedo dormir ocho horas, me levanto como una rosa».

Otras repercusiones de su horario laboral tienen que ver con su vida familiar y social. En el primer caso, «tengo hijos, pero los veo más bien poco, porque ellos se van pronto a la cama y yo, cuando puedo, me levanto a las siete de la tarde». La vida social también le resulta «complicada, aunque soy una persona abierta y si tengo que tomarme unas cervezas, lo hago».

A pesar de los contras que tiene su horario laboral, a Jabi Calvo le gusta su trabajo, «ya que tienes mucho trato con la gente. Además, no es como estar en una cadena, haciendo siempre lo mismo y aprendes calidades de fruta». Esos conocimientos le han venido muy bien para poner en marcha su propio negocio, «una frutería en la que atiendo al público hasta las dos y cuarto».

Esa pequeña empresa es su gran apuesta, ya que «cuando mi situación económica me lo permita, me quedaré solo con mi negocio» y entonces dispondrá de las noches para dormir.

Maika Ojer, técnico especialista en Radiología.

Trabajar una noche sí y otra no. Ese es el régimen laboral que lleva Maika Ojer por voluntad propia, ya que «mi prioridad es la familia. Tengo tres hijos, no dispongo de abuelos de los que echar mano y era la única manera de poder estar en casa y organizarme con ellos». Así que, por las circunstancias, renunció «a un turno de mañanas y tardes, que es más llevadero, pero que me suponía tener que coger a alguien para atender a mis hijos. Por ese motivo me decidí por las noches. Pensé más en mi familia que en mí misma y me compensa».

Así que desde hace cinco años, esta técnico especialista en Radiología del Hospital Virgen del Camino de Iruñea trabaja la mitad de las noches, en un horario de «diez de la noche a ocho de la mañana, aunque algunas veces trabajo dos días seguidos para poder librar el fin de semana».

Una vez que llega a su hogar, «duermo por la mañana, aunque tampoco es que sean muchas horas, ya que antes de acostarme, tengo que llevar a los hijos al cole. Además, como esa noche puedo descansar en casa, tampoco duermo mucho por la mañana, aunque si tengo que trabajar varios días seguidos, sí que intento descansar más».

Aunque tenía una motivación muy poderosa a la hora de decidirse por un trabajo nocturno, Ojer reconoce que «es duro, porque las noches están hechas para dormir y a veces acabo muy cansada. Hay días que me levanto con los hijos a las siete de la mañana y a las diez de la noche me voy a trabajar sin haber parado. Voy aplazando el sueño para hacer otras cosas, no priorizo y al final no duermo nada». Semejante ritmo de vida es posible gracias a que «tiro mucho de mi físico, aunque a veces me pasa factura y al final estoy de mal humor e igual les riño a los críos más de lo debido. Psicológicamente también estás como triste por el cansancio y porque todo el mundo está en la cama y yo cojo el abrigo y me voy a trabajar. Antes, cuando les acostaba a mis hijos, me decían ‘Buenas noches y que duermas bien’ y ahora me dicen ‘Buenas noches y que trabajes bien’».

Otros efectos secundarios de este horario pasan porque «se descompensan las comidas y me tengo que forzar a hacerlas bien. A veces no tengo ganas de comer, me voy descompensando y se nota». Además, «también vas perdiendo vida social, porque a las nueve ya me tengo que ir, aunque procuro salir el fin de semana que tengo libre».

A pesar de estas notas negativas, Ojer está dispuesta a seguir «trabajando por las noches algún año más y entonces ya me plantearé coger un turno de mañana, algo que me dé una vida más centrada». Mientras, intenta darle la vuelta y disfrutar de las ventajas de este horario, como «la sensación de libertad que tengo la mañana siguiente al día que no he trabajado. Me voy a andar, correr un poco, a hacer ejercicio. Ese rato es para mí, porque si trabajara por las mañanas, el segundo turno por la tarde serían los hijos». Y desde luego, nunca pierde la referencia de que «este turno me compensa, porque es el que mejor me va para estar con mi familia. Siempre estoy disponible para atender sus vacaciones, ayudarles con las tareas, ir a una reunión con los profesores, llevarles al médico, al fútbol, a música... Es una gran ventaja».

Josetxo Gurrutxaga, repartidor de prensa.

Corría el año 1980 cuando Josetxo Gurrutxaga empezó a repartir periódicos por las noches. Entonces eran ejemplares de “Egin”, pero hoy en día, las ediciones de la mayoría de las cabeceras diarias pasan por sus manos, ya que «estoy en el cierre de ‘Gara’ y ‘Berria’ como responsable y cuando se terminan las ediciones de los dos periódicos, trabajo para Beralan, que, salvo dos periódicos, reparte de todo: diarios, prensa deportiva, económica...», detalla.

Para que los periódicos puedan cumplir con su cita con los lectores desde primera hora de la mañana, Gurrutxaga tiene que dedicar la noche a trabajar. Una jornada laboral que arranca «a las doce y media. Y tras coordinar a lo largo de la noche el trabajo, hago un pequeño reparto de periódicos que llegan a última hora, cuando los que se denominan adelantos ya han salido. Con esos últimos ejemplares, salgo entre las seis y media y las siete de la mañana. Así que suelo llegar a casa hacia las ocho».

Después de 35 años llevando este ritmo de vida, está tan habituado que asegura sin ningún género de dudas que «llevo mi trabajo con una absoluta naturalidad. Para mí, la noche es como trabajar de día, así que cuando salen esos artículos que dicen que trabajar de noche acorta la vida, suelo bromear diciendo que entonces me quedan pocos años».

Cuando comenzó en este trabajo, «el horario se me hacía un poco raro, porque entonces me levantaba a las doce para empezar a trabajar a las dos de la madrugada y terminábamos a las doce del mediodía». Pero ahora ya le tiene totalmente cogida la medida al descanso, que realiza en dos tandas: «Duermo entre tres horas y media o cuatro por la mañana, y las tres horas complementarias, antes de trabajar, ya que me suelo acostar hacia las nueve de la noche».

Está tan adaptado a su horario laboral que «no tengo ningún problema para dormir cuando toca, incluso aunque muchas veces me tomo cuatro cafés de máquina y otro durante el día». Lo curioso es que tampoco tiene dificultades para cambiar ese ritmo de sueño cuando tiene fiesta, ya que «duermo de un tirón por la noche sin ningún problema. Hay gente a la que le cuesta dormir cuando no tiene que ir a trabajar y puede descansar por la noche, pero yo no tengo dificultades».

Teniendo en cuenta esa capacidad para sortear uno de los problemas más habituales de este horario, no es de extrañar que Josetxo Gurrutxaga asegure que está «encantadísimo con mi trabajo, porque además tengo gran parte del día a mi disposición. Me levanto a la una del mediodía, hago la comida con los hijos y luego tengo toda la tarde para mí. Aprovecho mucho el día y me gusta andar en bici o pasear».

Además, las circunstancias de su labor también han cambiado, ya que recuerda cómo «la época de ‘Egin’ fue muy dura por los que nos controlaban. Ponían constantemente controles y fueron años turbulentos. Psicológicamente fue muy duro». Aunque hay factores que no cambian, como la meteorología, con la nieve y otras inclemencias dificultando el reparto en invierno, que «es lo más duro, pero, a partir de primavera, es una gozada, sobre todo en verano».

De hecho, uno de los recuerdos que tiene más grabado de estas tres décadas y media abasteciendo a los kioskos de periódicos tiene que ver con «una nevada terrible que hubo en el año 1985. Yo hacía la ruta del Goierri e iba hasta Legazpia. La autovía tenía pocos años y estuvo casi dos semanas sin quitar la nieve. La nevada fue sonada y después heló. A pesar de ello, yo no perdí ni un día de reparto, aunque al final descubrí que tenía las ruedas cortadas por el hielo. Tuve que cambiarlas todas, porque parecía que habían pasado por el picahielos». Así que con hielo o sin él, «jamás me he quedado sin llegar a destino».