Marian Azkarate
BJÖRK

BJÖRK

Björk la rara, la extraña, la vanguardista, la genial, la intensa no podía siquiera imaginarse a sí misma como alguien tan convencional como para sufrir lo que se conoce comúnmente como mal de amores: «Al principio, luché contra ese proceso, porque me resistía a ser como todo el mundo, a ser tan normal, tan predecible», explica de su separación del artista californiano Matthew Barney, su pareja durante más de una década y padre de su segunda hija. Este doloroso proceso lo ha interiorizado, asumido y regurgitado para abrirse en canal en “Vulnicura”, su último trabajo, uno de los discos del año. Y de esa catarsis han surgido no solo este disco y una gira mundial, sino también la retrospectiva que dedica el museo MoMA de Nueva York a una artista convertida en un auténtico icono global. La exposición es una metáfora de la misma Björk: colas kilométricas de visitantes por un lado y ataques de la crítica a la muestra, con peticiones de dimisión incluidas hacia Klaus Biesenbach, gurú de la modernidad neoyorquina y director de la sucursal más experimental del museo (el MoMA de Queens). Es lo que tiene ser un icono: unos te aman, otros te odian.

Rara para unos, visionaria para otros. Puede sonar como una obviedad, pero es así: a Björk o se la adora por su vanguardismo, su personalidad, su espiritualidad y su vasto mundo creativo, o produce alergia por rara, caprichosa, moderna y excéntrica. La exposición que le dedica hasta el 7 de junio el neoyorquino museo de arte contemporáneo MoMA (www.moma.org) es una demostración de ello: «Extrañamente poco ambiciosa» (“The Guardian”), «aburrida» (“Forbes”), «la experiencia es insignificante y te deja con la sensación de que no te has enterado de por qué Björk es diferente de sus coetáneos» (“New York Post”) son algunas de las reacciones de la «prensa seria» a la exposición que desde marzo le dedica el «templo de la modernidad» de la Gran Manzana. Lo cierto es que no ha dejado indiferente a nadie: mientras cada fin de semana se forman largas colas en la calle de visitantes que esperan a entrar en esta inmersión en el «mundo björkiano», en el mundo del arte se han centrado las críticas en Biesenbach, el director del MoMA de Queens, por su política expositiva centrada, dicen, en «aumentar la asistencia de público» más que en la calidad. Quien lo dice es el crítico de arte del muy leído “Time Out”, Howard Halle. La cosa ha llegado tan lejos que el crítico del “New York Magazine”, Jerry Saltz, ha publicado en su cuenta de twitter un selfie en el que quema su pase de prensa del museo a la manera de los soldados que quemaban sus cartillas de reclutamiento en protesta por la guerra de Vietnam. Pese a todo, y digan lo que digan, nadie puede obviar que Björk es una gran artista. Si no, ahí está la clásica lista de los cien personas más influentes del mundo que “Time Magazine” acaba de publicar y en la que Björk ha sido uno de los pocos músicos incluidos. La también icónica Marina Abramovic, conocida como la «abuela de las perfomances», dice de ella en la revista que «como artista, siempre está al filo de todo, pero no es que sea trendy, porque cuando trabaja con la última tecnología, moda, imágenes y sonidos, siempre está ofreciendo su propio mundo personal y profundo».

¿Esta mujer es humana o de otro planeta? Björk Guomundsdóttir (Reikiavik, Islandia, 1965) ha recorrido un largo camino desde aquella comuna hippie en la que se crió con su madre, una activista medioambiental, y sus seis hermanos. Tras un precoz primer álbum a los 11 años con su grupo punk femenino, se dio a conocer con la banda de post-punk experimental Sugarcubes, a la que abandonó en 1992 para saltar a Gran Bretaña y Estados Unidos. Desde entonces, esta compositora e intérprete ha producido ocho discos en 22 años, en los que ha conformado un mundo sonoro y visual propio, que le permite crear un hit, hacer historia con sus videoclips, trabajar con distintas disciplinas artísticas como la moda –aunque ha llevado trajes indescriptibles por espantosos, como el de cisne que preside la entrada de la exposición neoyorquina– y hasta hacer una única incursión, casi magistral, en el cine (la ciega Selma de “Dancer in the Dark”, película en la que casi terminó a tortas con el cineasta Lars Von Trier). Björk ha pasado toda su carrera siendo sinónimo de avant-garde y, hay que reconocerlo, puede resultar hasta marciana por su estética y ese ambiente que crea con su particular voz y esa ornamentación sonora que le permite mezclar sonidos de baile con objetos, como una bobina de Tesla, convertidos en instrumentos musicales. Pero es una marciana muy humana. Si en “Biophilia”, su anterior trabajo, se interconectaba con el universo, en “Vulnicura” se abre literalmente el corazón en público. La palabra tiene su origen en el latín y significa «cura de las heridas».

Bienvenida al club de los corazones rotos. «Muéstrame respeto emocional/, tengo necesidades emocionales», reclama en ‘Stone Milket’ (Ordeñadora de piedras), la canción que abre “Vulnicura”. A punto de cumplir los 50 años, la islandesa despliega unas canciones descarnadas en las que relata la muerte de su relación con el artista Mathew Barney, padre de su hija Isadora, de 12 años. En su página oficial, Björk define el disco como «un álbum sobre un corazón completamente roto» y la verdad es que las canciones que lo integran son como heridas hermosas y sangrantes. Parafraseando la letra de ‘Family’, ha creado «un lugar donde rendir homenaje por la muerte de mi familia». La cosa llega hasta el punto de que la información sobre las canciones detalla cuántos meses antes o después de la ruptura fueron escritas. Sorprende lo novedoso que resulta este tema tan manido cuando pasa por las manos de Björk: «Un yuxtaposición en el destino/ encuentra nuestras coordenadas mutuas./ Los momentos de claridad son tan inusuales,/ será mejor que los documente./ Al otro lado del horizonte está el temor./ Todo lo que importa es:/ ¿quién está con el pecho abierto,/ y quién ha coagulado?».

Llegada de la frontera del norte. Björk vive en la ciudad de los rascacielos, pero mantiene raíces y hogar en Islandia, donde también reside su hijo Sindri de 27 años, a quien tuvo a los 21 con el líder de Sugarcubes. La segunda isla de Europa le debe mucho a una de las mujeres más famosas del planeta. Lo reconocía incluso David Oddsson, primer ministro del país en el año 2000, quien quiso regalarle una isla deshabitada llamada Ellidaey en agradecimiento a su contribución a la proyección internacional del país. Al final tuvo que desechar la idea por culpa de varias protestas ciudadanas. Por otra parte, el site Reykjavic Grapevine informaba hace pocos días de un proyecto en torno a Björk, que consiste en un parque de atracciones experimental en Islandia dedicado al universo artístico de la compositora. Sería, según parece, una adaptación de la exposición que se puede ver en Nueva York, y se abriría en el pueblo de Hijómskálagarouinn.

Esta moderna es un genio. La red, esa gran amiga hasta ahora de Björk, le ha salido un poco rana en esta ocasión: un día después de que “Vulnicura” se filtrara completo en internet tuvo que adelantar el lanzamiento del disco en iTunes. A la espera de la salida en otras plataformas y soportes –disco físico, edición CD y vinilo–, nos ha ido surtiendo con «caramelos» para ir abriendo boca como los videoclips “Lionsong” y “Family”. Para verla en directo habrá que acercarse a Barcelona, donde parece que recalará el 25 de junio en la gira de presentación europea. Como pasó en el caso del Guggenheim bilbaino –actuó en el décimo aniversario del museo, en 2007–, parece que la compositora desea actuar en un recinto vinculado a una institución artística, como es el Museu d’Art Contemporani de Barcelona, que este año conmemora su veinte aniversario y en cuyas dependencias se celebraría una cena privada coincidiendo con el recital.