Mikel INSAUSTI
CRÍTICA «Blade Runner»

El estreno en cines del montaje final es justo y necesario

Este tardío estreno en cines del montaje final, que también es el del director, hace justicia a una obra maestra que fue maltratada en su momento. Cierto es que coincidió en la cartelera con “E.T.” de Spielberg, obteniendo recaudaciones en los EEUU muy por debajo de lo esperado. Para terminar de arreglarlo en los Óscar solo recibió dos estatuillas en categorías técnicas, consideradas como el premio de consolación. Gran parte de la culpa, sino toda, la tuvo el estudio Warner, que masacró la película de Ridley Scott en la sala de edición, eliminando escenas claves para su comprensión, e imponiendo un final idílico totalmente fuera de lugar.

Era cuestión de tiempo que “Blade Runner” terminara siendo lo que tenía que haber sido desde el principio, máxime al convertirse en una pieza de culto para el público europeo, que es el que mejor sabe reivindicar el material procedente de Hollywood cada vez que llega a las pantallas incompleto o manipulado. Por su parte, Ridley Scott ha sabido defender muy bien su patrimonio creativo, desgranando información y dejando caer paulatinamente pistas que han ido dando lugar a una leyenda del cine moderno.

El cineasta británico siempre dispuso de margen suficiente, escudado en el convencimiento de que había hecho una muestra de ciencia-ficción adelantada a su época, y que ha influido en toda la producción posterior del género en su modalidad distópica. Aun con eso, desde el punto de vista del celuloide inmortal “Blade Runner” es, al fin y al cabo, más comparable a “Casablanca” que a cualquier otro título imaginable. Entra en esa dimensión mítica en la que cualquier aspecto técnico o artístico cobra un valor cinéfilo especial, ya sean los diálogos, la banda sonora, los diseños futuristas u otros elementos que normalmente pasarían desapercibidos. El espectador se siente como un replicante más al verla, en un mundo tecnocrático y sistematizado.