Mikel INSAUSTI
CRÍTICA «Regreso a Ítaca»

Nostálgica velada anticastrista bajo la luz crepuscular

De entrada Laurent Cantet no tuvo ningún problema para rodar en Cuba “Regreso a Ítaca”, pero el tremendo lío se formó cuando la organización del Festival de Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana la retiró del programa, alegando que no tenía cabida en ninguna de sus secciones, lo que provocó las protestas de cineastas de la isla que se solidarizaron con Laurent Cantet y su película.

Con censura o sin censura comunista de por medio, no cabe duda de que a Laurent Cantet cada vez que viaja a Cuba le invade la nostalgia y el sentir contrarevolucionario, y se pone a hacerle el caldo gordo a la derecha occidental, regalándole los oídos con su tema predilecto del desencanto de la izquierda intelectual. En fin, siempre se dijo que la revolución era para obreros y no para universitarios, quienes no hacen más que quejarse de lo que pudo ser y no fue.

Ese discurso victimista y conformista a la vez, y que nos lo conocemos de memoria, forma el redundante entramado de “Regreso a Ítaca”. Los cinco protagonistas de la enésima reunión de viejos amigos cinematográficos son presentados por Cantet como gente preparada a la que el sistema ninguneó, forzándoles al exilio o a la supervivencia resignada. Nos recuerda él, que viene del mundo desarrollado, que no está bien que un ingeniero haga trabajos que no necesitan cualificación, pero nada nos dice sobre el peón que, dentro del sistema capitalista, como mucho solo podrá aspirar a parado de larga duración.

El culto quinteto cuando le da la llorera nostálgica escucha música tan elevada como “Eva María” de Fórmula V, y es que no todos los anticastristas son igual de melómanos o cinéfilos de lo que lo fuera Guillermo Cabrera Infante. “Regreso a Ítaca” resulta teatral y crepuscular, con un discurso nada espontáneo, y donde el naturalismo únicamente se cuela al fondo desde el fuera de campo.