Mikel INSAUSTI
CRÍTICA «Poltergeist»

La deuda es tan grande que no se paga ni con oro de ley

No hay mayor endeudamiento creativo que el contraído con la película original cuando se hace un remake, y de nada sirve que el nuevo “Poltergeist” se anuncie como un relanzamiento, porque no deja de ser una mera versión actualizada del clásico de 1982, obra de Tobe Hooper y Steven Spielberg.

Y a fe que han querido hacer un remake de calidad, que cuenta con Sam Raimi como productor, David Lindsay-Abaire como guionista, Gil Kenan como realizador y Javier Aguirresarobe como director de fotografía. Sin embargo, semejante reunión de talentos tampoco podía hacer mucho de novedoso o distinto, jugando con unas cartas tan marcadas.

Ya sé que el “Poltergeist” del 2015 ha sido concebido para las jóvenes generaciones que no conocieron el cine de los años 80, pero no está de más recomendarles que revisen la película madre, para que se hagan una idea más exacta. No voy a decir que la de ahora sea una hija bastarda, ni mucho menos, pues la considero natural y acorde con la coyuntura del presente, pero no deja de ser una copia forzada por las exigencias del mercado. Su puesta al día resulta argumentalmente incoherente, debido a que la introducción de la realidad cambiante que ha traido la crísis económica no encaja con el avanzado despliegue tecnológico que pretende marcar las diferencias con la época ya remota de los televisores de tubo y de los teléfonos fijos.

La familia de antes vivía el sueño ochentero de las urbanizaciones acomodadas en lujosas zonas residenciales apartadas del contaminado centro urbano. La actual ha de conformarse con una vieja ganga (la casa sigue estando construida sobre un cementerio indio), debido a que el padre ha perdido el trabajo. Aún así los hijos disponen de tablets, móviles conectados a Internet, pantallas gigantes de plasma y demás caros caprichos. Menos mal que la conexión con el otro lado infernal es gratuita.