Aunque la mona se vista de seda, mona se queda

La imagen de Adam Sandler no va a mejorar con esta pretendida comedia de autor, pero por contrapartida la del realizador y guionista Tom McCarthy sí sale perjudicada. Había adquirido prestigio con su ópera prima “The Station Agent” (2003), premiada en Donostia y en Sundance, manteniéndolo intacto con sus posteriores “The Visitor” (2007) y “Win Win” (2011). No sucede así con este su cuarto largometraje, porque “The Cobbler” es un proyecto hipotecado al rendimiento estelar de Adam Sandler. Y ya se sabe que el actor vive como productor de un tipo de comedia basura que solo funciona en el mercado interior de los EEUU, por lo que en Europa busca recuperar el prestigio perdido mediante algún que otro vehículo premiable. Desde luego no va a ser este, aunque tampoco creo que caiga hasta la humillación de los Razzie.
Sin entrar a discutir sobre la originalidad de la idea argumental de partida, la mayor carencia radica en su posterior nulo desarrollo. La ilustración del dicho según el cual no se conoce a una persona hasta que se camina un largo trecho con sus zapatos podía haber sido otra bien diferente, pero Tom McCarthy no sabe ir más allá de la relativa sorpresa inicial que supone para el protagonista descubrir que la máquina de coser suelas de zapatos, heredada de sus antepasados judíos, tiene poderes mágicos que le permiten convertirse en cualquiera de sus clientes cuando se calza sus zapatos.
Salvo el inesperado giro final que afecta al cambio de identidad de otro de los personajes, las sucesivas transformaciones del zapatero remendón del relato carecen de enjundia, y se limitan a un simple juego infantil de volverse invisible y poder robar o ligar, hasta que toma conciencia del don que le ha sido concedido y decide hacer el bien en el barrio. En definitiva, todo el recorrido sentimental a lo Capra no sirve de mucho, porque no deja de ser una comedia fantástica tipo “Click” (2006).

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