Mientras los señores sapos repiten, a modo de mantra, aquello de «somos la primera fuerza», el croar de las alteradas ranas anunciando el apocalipsis todo lo inunda. Los bárbaros ya están a las puertas amenazando la democracia y la civilización occidentales.

Esperanza, rana grande de España, denuncia la configuración de soviets en barrios que rodean Madrí y, por tierras valencianas, en pleno caloret, una fan de Rita augura quema de conventos y violación de monjas (por este orden), cosa que se antoja harto difícil. Ganas de complicarse la vida con lo de violar monjas mientras el convento es pasto de las llamas. Lo propio sería primero violar a las monjas para después, una vez acabado, en plan fallero, darle fuego al convento. Pero… amigos, son bárbaros y los bárbaros, de suyo, al carecer de civilización, son torpes.

La exministra de Aznar, exvicepresidenta del Banco Mundial y miembro del Consejo de Estado Ana Palacios (aquella tan lista como Rato), analizando los resultados electorales, durante la segunda jornada de la XXXI Reunión del Círculo de Economía de Sitges (de la que es ponente junto con el consejero delegado de Repsol, Josu Jon Imaz, especialista en polímeros), ha advertido de la irrupción de nostalgia por el Califato islámico o la Arcadia Comunista feliz.

Al tiempo que, en palabras de Yolanda Barcina, eternamente Yolanda e inmisericordemente Barcina, (inspirada, al parecer, por la lectura de unas memorias de Stefan Zweig), el Viejo Reyno ha devenido en la República de Weimar anterior al III Reich de Adolfo (Hitler, no Araiz, se entiende). Tiempos convulsos en los que florecieron vanguardias culturales, sociales… críticas con el orden social imperante que alarmaron al timorato Zweig. Parte de la burguesía alemana, al sentir amenazados sus intereses, financió y dio soporte a la reacción fascista. Zweig no lo aprobó.

A la Señora quien le causa espanto es Adolfo (Araiz, no Hitler, claro está).