Las herencias suelen conllevar una serie de cargas

Nunca es tarde para debutar en el cine. Es lo que ha debido pensar, a sus 76 años, el dramaturgo y director teatral Israel Horovitz. Contaba con la única experiencia previa en la realización de un mediometraje sobre el 11-S, junto con sus experiencias varias como guionista cinematográfico, las más destacadas para Arthur Hiller en “Autor, autor!” (1982) y para el húngaro István Szabó en “Sunshine” (1999). Claro que para su ópera prima ha tenido la ventaja de basarse en su propia creación escénica homónima, titulada originalmente “My Old Lady”.
Esta adaptación cinematográfica se sustenta en un reparto excepcional, tanto en su trío estelar formado por Maggie Smith, Kevin Kline y Kristin Scott Thomas, como en un par de secundarios con la personalidad del jeunetiano Dominique Pinon y del belga Stéphane de Groodt. La verdad es que no necesita mucho más, partiendo de un escenario tan bien definido, y que se convierte en la razón de ser de la historia contada.
La casa de Le Marais lo es todo, porque sus paredes son testigos insobornables de los conflictos pasados y presentes que conciernen a los protagonistas. El espectador parte de la información en el tiempo actual, por lo que inicialmente puede pensar que va a asistir a una comedia ligera en torno al malentendido entre el heredero del inmueble y la anciana inquilina. El problema legal que provoca el hecho de que la señora disponga de una renta vitalicia en usufructo, impidiendo al extranjero que reclama la propiedad ponerla a la venta hasta que ella muera, no es más que la superficie del relato. En el fondo subyace un drama ligado al pasado, y que afectó cincuenta años atrás tanto al personaje encarnado por Kevin Kline como al de Maggie Smith.
La transición de la teórica comedia a la tragedia romántica está bien llevada, sin grandes sobresaltos y con una narrativa en todo momento accesible.

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