Mikel INSAUSTI
CRÍTICA «Mala sangre»

Una corazonada creativa en los oscuros años del SIDA

No me gusta hablar en pasado de los cineastas que están en activo, y de un genio como Leos Carax siempre cabe esperar otra sorpresa más, máxime cuando se prodiga tan poco y sus películas son esperadas con la máxima ansiedad. De momento, su apabullante “Holy Motors” (2012) nos tiene satisfechos, pero la memoria cinéfila no descansa y necesita recuperar sensaciones casi olvidadas, por lo que la reposición de su segundo largometraje “Mala sangre” (1986) no puede ser mejor bienvenida.

Cuando se habla de películas que marcan una época, una de las que se prestan a dicha definición es “Mauvais sang”, porque Leos Carax hizo de puente generacional, conectando el futuro cine de autor que estaba por venir con la nouvelle vague de Godard y el noir de Melville. De ahí que le saliera una obra tan multigenérica, que combinaba ciencia-ficción, drama romántico y cine negro. Estaba mostrando todos los caminos posibles por recorrer, y así es como en las tres décadas posteriores han ido surgiendo nuevos autores que ya iban bien encaminados.

Pese a las influencias antes citadas, a quien invoca en una aparición misteriosa es a Jean Cocteau, seguramente para adueñarse de su aliento poético y surrealista. Y es un poco el artista que le sirve de guía en su viaje desde las sombras a la luz, dado el modo en que la fotografía de Jean-Yves Escoffier trabaja a partir del blanco y el negro, con sus grises intermedios, para introducir muy simbólicamente colores primarios, de los que a Juliette Binoche se le puede adjudicar el azul y a Denis Lavant el rojo.

La composición visual también se extiende a la banda sonora, que mezcla diálogos y expresivos silencios a partes iguales. La gestualidad de Denis Lavant, sobre todo con las manos en función de su oficio de prestidigitador, recupera la significación pura del cine mudo.