Mikel INSAUSTI
CRÍTICA «Las sillas musicales»

Una chica de la generación desprofesionalizada

La generación que anda entre los treinta y cuarenta años de edad, y conozco muchos casos cercanos, no ha gozado en su vida de oportunidades profesionales. Todas las actividades que realizan son forzosamente amateur, como si a pesar del paso del tiempo siguieran siendo unos aprendices o unos becarios, unos eternos aficionados en la sociedad del ocio. Ociosa porque no tiene un trabajo fijo está la protagonista de “Las sillas musicales”, que se considera a sí misma una músico semiprofesional. Dado que no puede ejercer ni como proferosa de música, ni como violinista, se dedica a animar fiestas infantiles y de cumpleaños con ridículos disfraces (banana gigante, Darth Vader, oso de peluche...) que hacen su situación todavía más patética.

Aún así no pierde las ganas de cantar, a pesar de que su público compuesto por niños y niñas no puede entender la letra de la canción setentera de Anne Sylvestre “Las gens qui doutent”. Es lo que le sale, lo que ella siente, porque está llena de dudas. Le queda el instinto de supervivencia, y se agarra a él con fuerza cuando un golpe del destino le coloca ante una de esas encrucijadas absurdas que únicamente pueden ser tomadas con sentido del humor y mucho amor, para de esa forma compensar tanta adversidad.

La debutante Marie Belhomme, que antes solo había hecho un corto, acierta al decantarse por una película pequeña, que no llega a la hora y media de duración. Dicho planteamiento va con la filosofía encarnada por la actriz Isabelle Carré, como una mujer dispuesta a ir superando sus temores, pasito a pasito. Su ejemplo viene muy bien para una época en la cual se persigue el éxito a cualquier precio, y como antídoto a tal grado de presión nada mejor que aprender a disfrutar de los pequeños logros cotidianos. Hay que reír, no solo a la mediana edad, sino también ante la vejez, lo que hace Carmen Maura al frente de su geriátrico Porca Miseria.