Shyamalan sigue intentado vendernos la misma burra

En la cultura anglosajona el término “one-hit wonder” se utiliza dentro de la música para designar a los compositores o cantantes que solo han tenido un gran éxito a lo largo de su carrera, y ya es problema de cada cual si se dedica a intentar repetirlo una y otra vez, o por el contrario se da por satisfecho y se retira orgulloso de su única pero genial creación. En el cine la filmografía de Shyamalan se ha visto marcada por la fama de “El sexto sentido” (1999), y aunque la crítica le recibió como el nuevo Hitchcock del género de suspense, su posterior trayectoria ha demostrado que es director de una sola película, por más que trate de enmascarar bajo distintos envoltorios aquella ya desgastada fórmula de guion.
A pesar de que “La visita” parezca otra cosa es más de lo mismo, lo que ya provoca una mezcla de decepción continuada y cierto complejo como víctimas de una estafa artística. Shyamalan sigue creativamente atascado, sin tener nada nuevo que contar, motivo por el que busca otros asideros comerciales que le permitan estrenar de forma rentable. Y para ello se ha asociado con el productor Jason Blum, que es el rey actual de las películas de bajo o ínfimo presupuesto que dan beneficios seguros.
En “La visita” Shyamalan vuelve a utilizar su ya de sobra conocido giro argumental que cambia el sentido de toda la película, haciendo que lo que parecía una fantasía muestre su oculto lado real. Generalmente lo suele colocar hacia el final, y a estas alturas está de más decir que no sorprende. Debido a ello busca un tono narrativo y formal diferente, optando en esta ocasión por la comedia granguiñolesca al estilo del maestro Aldrich, al menos en lo tocante al diseño de la pareja de abuelos aparentemente inocensivos que esconden un perfil nocturno y siniestro. Sin embargo, al apuntarse a la moda de la videocámara que registra lo extraño en un tono de falso documental pierde la perspectiva.

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