Mikel ZUBIMENDI
70 ANIVERSARIO DE LA ONU

EL DILEMA DE LA ONU: RENOVACIÓN O IRRELEVANCIA

La ONU cumple 70 años necesitada de una renovación urgente. Durante esas décadas ha hecho muchas cosas bien pero ha fallado muy a menudo. Con un mundo que ha cambiado tanto y un tiempo histórico tan acelerado, en esa tarea se juega su credibilidad.

El malogrado segundo secretario general de la ONU, Daj Hammarskjöld –fallecido en 1961 en un accidente durante un viaje para mediar en el conflicto de Katanga en Zaire–, dijo que las Naciones Unidas «fueron creadas no para llevar a la humanidad al cielo sino para salvarla del infierno». Uno puede imaginarse la idea de infierno que le rondaba en la cabeza tras la Segunda Guerra Mundial, los campos de exterminio nazi y el espectro de una bomba atómica que se extendía por el mundo.

Hasta qué punto ha ayudado la ONU a evitar el Armagedón nuclear es una cuestión importante para los historiadores. Pero no hay duda de que, en los setenta años trascurridos desde 1946, la ONU ha ayudado a millones de seres humanos a salvarse de otro tipo de infiernos: el de la extrema pobreza, el de ver a sus hijos morir de enfermedades que tienen tratamiento, el de la inanición mientras huían de guerras fabricadas en las calderas de las rivalidades ideológicas entre Washington y Moscú, cuyos campos de batalla estaban en Asia y África.

No obstante, decirlo es más fácil que hacerlo. Setenta años después de su creación, todas esas imperfecciones y la forma de corregirlas han pasado a un primer plano mientras la ONU redefine su función como organismo global en este siglo XXI. Las tensiones entre los «cinco grandes» –las potencias nucleares que vencieron a Alemania y Japón en la II Guerra Mundial– que dominan el Consejo de Seguridad incrementan esa percepción de ineficiencia, los países en desarrollo ven a esta organización como un ente antidemocrático liderado por los países ricos e industrializados, su presupuesto billonario –pagado en gran parte por EEUU– no da para sostener un funcionamiento óptimo de las 17 agencias especializadas, los 14 fondos, el secretariado y sus 17 departamentos y el despliegue –mayoritariamente en África– de sus 130.000 cascos azules.

Así es, en su mejor versión, como noble aspiración de un parlamento para la humanidad y como ideal de un gobierno global y coherente que le sirva, seguramente no habrá ninguna institución más estimulante que la ONU. Ahora bien, en su peor versión, tampoco habrá nada más frustrante y debilitador. Máxime cuando ha quedado probado que todos los intentos de renovarla y de adecuarla a los desafíos de esta época con un tiempo histórico tan acelerado han sido de los más quijotescos e improductivos que se recuerdan.

Poco apetito para la renovación

Grosso modo, son cinco desafíos a los que se enfrenta la renovación de la ONU. Y hay una dificultad añadida, las guerras de intereses que hacen imposible acometerla. En primer lugar, destaca su anticuada estructura de poder. Siguen siendo los vencedores de la II Guerra Mundial quienes dominan el cotarro. Pero el mundo ha cambiado y esa estructura no representa al mundo actual. Continentes enteros quedan fuera y los países –Brasil, Japón, Sudáfrica, Nigeria, India y Alemania– que piden el ingreso en ese selecto club se enfrentan al poco apetito de los «cinco grandes» y a los vetos de sus competidores regionales. Por ejemplo, Argentina, México y Colombia contra Brasil; Italia y el Estado español contra Alemania; Corea del Sur contra Japón; Pakistán contra India amén de países como Turquía o Indonesia que también piden turno y asiento.

Destaca también su pesada e inmanejable organización. Y llama la atención la inexistencia de una entidad centralizada que supervise las 17 agencias especializadas, los 14 fondos, el secretariado y sus 17 departamentos y sus 130.000 cascos azules. El secretario general intenta coordinarlas, pero carece de autoridad sobre muchas de ellas. En tercer lugar, el incremento de la demanda de intervenciones, bien sea a nivel de cascos azules o bien en emergencias humanitarias como la del ébola o los 51 millones de refugiados, demuestra cada vez más sus incapacidades –y sus vergüenzas–. La poco fiable financiación es otro dato a subrayar. Conseguir dinero es un problema crónico de la ONU, la contribución de muchos países es nula y EEUU pone gran parte de los fondos. Y claro, como es normal, para los estadounidenses ese no es un dinero a fondo perdido, exigen e imponen mucho a cambio.

Es evidente que la ONU se ha convertido en un caballo de batalla, especialmente duro en el Consejo de Seguridad o en el Consejo de Derechos Humanos. Las rivalidades y los lobbies marcan agenda y campan a sus anchas, detrás de los focos se negocian puestos y sustentos, se boicotean países y todo esto incrementa exponencialmente el escepticismo hacia la institución.

Cambios, concesiones y enmienda

Setenta años después –y 142 países más, de aquellos 51 a los actuales 193– de la histórica reunión en San Francisco, tras toneladas de frustración y desilusión recogidas durante este tiempo, parece evidente que, de alguna manera u otra, hay que hincarle el diente a la renovación. Sabiendo que integrar más países en este u aquel órgano no equivale a un mejor funcionamiento. Y siendo siempre conscientes de que en la percepción de mucha gente, la ONU se ha convertido en algo cómico, donde se discute como en un gallinero, donde las polémicas se planifican de antemano. Su credibilidad está en juego.

Y no solo eso. Si quiere seguir siendo relevante y de utilidad, necesita ser transformada por arriba, en sus órganos de dirección, y por abajo, necesita ser mucho más efectiva sobre el terreno, a nivel de logros prácticos.

Con esto no se quiere decir, ni mucho menos, que la Organización de Naciones Unidas en sí misma haya terminado. Pero es cierto que ha llegado a un punto histórico muy bajo en cuanto a credibilidad. Definitivamente, necesita otro punto de partida, más oxígeno para hacerla más viva y accesible. Todo ello no podrá afrontarse sin un gran cambio político, sin concesiones de los «cinco grandes», sin enmendar la propia Carta de la ONU. Seguro que hay una gran demanda para todo esto. Pero también es necesario para hacerlo que se produzca un cambio en el juego de equilibrios que se da entre los poderes globales.

Sencillamente, es obligado reconocer que esta organización mundial tiene ahora 70 años y se está quedando vieja en este mundo tan cambiante y con un tiempo histórico tan acelerado. La ONU ha conseguido muchas cosas pero ha fallado muy a menudo. Es un vehículo bastante antiguo que está necesitado de una reparación seria. Ese es el primer paso en el camino de la renovación. Porque con todos sus defectos y demontres, se necesita a la ONU en este mundo tan lleno de problemas y de tragedias. La verdad es que se necesita una ONU mejor. Y puestos a pedir, porque eso es siempre libre, con Euskal Herria como miembro de pleno derecho.

STALIN Y CHURCHILL lo propusieron en yalta y... hasta hoy

Yalta, pueblo costero de Crimea donde zares y aristócratas veraneaban, fue escenario de la conferencia donde los «tres grandes» dieron forma al nuevo mundo y establecieron la ONU.

Celebrada en febrero de 1945, para entonces Stalin, Roosevelt y Churchill sabían que habían ganado la guerra, pero aún no la victoria ni, con ella, la paz. Tras el fracaso de la Sociedad de Naciones, fue Roosevelt el que más insistió en la necesidad de un nuevo árbitro mundial: la ONU. Stalin lo vio como una garantía contra futuras agresiones a la URSS y, en contra de Roosevelt –defendía el sistema de unanimidad–, aliándose con Churchill propuso la idea del derecho a veto como funcionamiento del Consejo de Seguridad. Y hasta hoy.M.Z.