Cuando se habla de una franquicia de tan larga duración como “Dragon Ball” y “Dragon Ball Z” y todos sus derivados, conviene precisar el grado de conocimiento de quien hace el comentario, y el mío es de perfil más bien bajo. Lo aclaro, porque en teoría el propósito del estudio Toei Animation con la nueva etapa de largometrajes en 3D es ofrecer una evolución o maduración de contenidos a los seguidores, mientras que al público ajeno se le brinda una entretenida y ligera comedia de acción. Pero dicho objetivo no se cumple del todo, ya que el fan suele ser muy exigente y se resiste a entender que este tipo de películas animadas en 3D y en 3D IMAX se hacen pensando en el máximo de espectadores, y de ahí el alto rendimiento comercial que han obtenido dentro y fuera de Japón tanto “La batalla de los dioses” (2013) como “La resurreción de F”.

Comprendo que a los más fieles de las aventuras de Son Goku y compañía les moleste el tono paródico empleado por Akira Toriyama en su vuelta a la franquicia, pero es el autor del manga original y como guionista tiene pleno derecho a reírse de su propio material, lo que no debe de entenderse en ningún caso como un burla a los muy iniciados. Dentro de estos, los occidentales miran más el grado de poder de cada personaje, como si se tratase del género de superhéroes. En cambio, los orientales están más acostumbrados a la tradición humorística del cine de artes marciales, y no tienen ningún problema en divertirse con la caricatura de las coreografías de lucha, ya sean en imagen real o de animación.

En contra de quienes piden un mayor nivel para los combates de los guerreros saiyajin, mediante transformaciones, fusiones y teletransportaciones, lo que ha hecho el realizador Tadayoshi Yamamuro es rebajar ese potencial ilimitado a unos niveles más realistas. Dada su condición de experto en artes marciales, le preocupa más dar a cada personaje su técnica particular.