Ella, la no presente

En esta sutil e implacable radiografía de emociones compuesta por Andrew Haigh no topamos con lo que se denomina “duelo interpretativo” sino más bien todo lo contrario, una plena complicidad en la que no hay competitividad actoral entre Charlotte Rampling y Tom Courtenay.
Su brillante lección amplifica cada una de las principales señas de identidad de este drama y, de ahí su lección magistral, al otorgar sentido y presencia a una tercera “invitada” que si bien no aparece en escena, adquiere una importancia muy relevante dentro de su rol de fantasma regresado del pasado. Para entender mejor la importancia de esta tercera presencia nos remitimos a la premisa argumental basada en el relato de David Constantine y que se concentra en la, en apariencia, emotiva fiesta que compartirá una pareja que se dispone a celebrar su 45 aniversario de bodas. Todo ello transita los seis días previos a este día subrayado en un calendario y que, progresivamente, se convertirán en un maquiavélico espacio temporal en el que las manecillas parecen dictar una cosa bien diferente a lo que debería acontecer. El instante que determinará un giro en la emociones se traduce en la llegada de una carta, una fría misiva oficial del gobierno suizo en la que se detalla el hallazgo del cadáver congelado del primer amor del hombre que está a punto de celebrar con otra mujer sus 45 años de matrimonio.
A partir de ese instante ya nada será como antes, e incluso en la gélida mirada de Rampling, se atisba un leve fulgor que revela el volcán que se está formando en sus entrañas. Haighs ya demostró en propuestas anteriores como “Weekend” que es un consumado cirujano de emociones y en esta disección no desaprovecha el talento de dos pesos pesados interpretativos para elaborar el deterioro progresivo de una secuencia vital compartida y que acompaña una canción –”Smoke Gets in Your Eyes”– que parece tarareada desde el más allá por ella, la otra presencia.

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