La realidad y el bloqueo
Obreras, anarquistas, burguesas, paupérrimas, presas, campesinas, socialistas, etxekoandres, monjas, prostitutas, aristócratas incluso, se querellaron en el pasado contra los mandatos patriarcales que malograban la vida de todas las mujeres. Siempre tuvimos algún hombre aliado, ellas también eran una minoría y a menudo se sintieron muy solas. Pero no desistieron. Ahí está nuestra fuerza portentosa: poca gente peleando contra las injusticias ha cambiado la historia, ha expandido nuestras posibilidades. No estaría escribiendo aquí de no haber luchado nuestras aguerridas antecesoras para que las mujeres recibiéramos instrucción y para que nuestras voces no continuaran acalladas. Tampoco existiría este periódico de haberse rendido nuestro pueblo a la asimilación española, a la represión policial y al cierre del Egin.
Somos la mejor prueba de que el mundo sólo mejora cuando nos empeñamos tozudamente. Porque esto siempre ha ido de mejorar, de ampliar la buenaventura de la gente. Luchar porque un pueblo, su lengua, sus costumbres, sobrevivan al colonialismo, para que recupere y alcance su soberanía. Luchar para que las mujeres puedan votar, estudiar, trabajar fuera de casa, decidir por sí mismas con quién comparten sus vidas en cada momento, cuándo ser o no ser madres, sin amenazas y sin asaltos. Luchar para que la heterosexualidad no sea un mandato que condene a sus disidentes a la frustración o al calvario, para que nadie sea castigada por desobedecer el género que le impusieron.
Aquellas multitudes del Foro de la Familia que tomaron las calles en 2004 para oponerse a la ampliación del matrimonio a parejas homosexuales, es decir, contra los derechos de otra gente, terminaron aceptando que la sociedad había cambiado. A mejor. Estoy convencida de que hoy no albergan tanta homofobia. Porque esa, que era una batalla justa, la ganamos. Soy hija de esas transexuales, maricas y bolleras que salieron a las Ramblas de Barcelona en 1977 por primera vez para denunciar el hostigamiento policial y social en el que vivían. No dieron marcha atrás y la Ley de Peligrosidad Social fue derogada.
Para no bloquearnos es imprescindible reconocer lo que hemos logrado, actualizar continuamente el análisis y seguir avanzando, porque como dijo este martes Otegi en aquella explanada gélida pero rebosante de ilusiones: las pruebas son las que se contrastan con la realidad. Ongi etorri, Arnaldo! Hoy estamos más cerca de conseguirlo.

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