Recio y celebérrimo denuesto que espetó el rey Alfonso XIII cuando recibió la petición del general Silvestre, amigo personal suyo, de ir a domeñar al díscolo rifeño.

Y vino el llamado Desastre de Annual en 1921,una escabechina.

Es el cojonudismo que Unamuno (pre)veía como una constante española. En una carta escrita a Azorín en 1907 –antes, pues, del Gurugú–, y sobre la «cuestión catalana», deplora la postura adoptada desde Madrid: «Merecemos perder Cataluña. Esa cochina prensa madrileña está haciendo la misma labor que con Cuba (una prensa venal que se recochineaba de la flota naval de casco de acero yanqui. Nota mía). No se entera. Es la bárbara mentalidad castellana, su cerebro cojonudo (tienen testículos en vez de sesos en la mollera)».

Un Unamuno sin pujos, todo lo contrario, proseparatistas catalanes, pero que lamenta el cerrilismo obtuso de la testiculina proverbial de los mandamases finiseculares españoles. Lenguaje cuartelero pasado por el túrmix del parlamentarismo (=charlamentarismo) español cuyo liberalismo consiste en a): «esto es así porque sí», o b): «me sale de los cojones» o cepillarse (Guerra dixit) un Estatuto. Y ello amparado por una Constitución concebida como camisa de fuerza y último valladar del Estado español.

Sale Arnaldo Otegi de la cárcel y el cojonudismo le niega su carácter de preso político, ¡cuando hasta el “New York Times” se hace eco de su puesta en libertad! Al cojonudismo resulta imposible convencerle de nada,salvo que se le fuerce.

¿Qué pensaría ese espíritu de contradicción en persona andante que era Unamuno de ver el neocojonudismo de quienes, como los Rajoy, Susana Díaz, Rivera, Sánchez, Iglesias, Garzón, etc. invocan la sagrada unidad de España como una «línea roja» imposible de traspasar so pecado de lesa patria? Esta es la piedra de toque –hay más– entre un demócrata y un fascista. Y, encima, ladrones, logreros, concusionarios.