«Não vai ter golpe?» (¿No habrá golpe?)
El autor aporta algunas de las claves necesarias para interpretar lo que está sucediendo estas últimas semanas en Brasil, donde las fuerzas de la derecha tratan de descabalgar del cargo de presidenta a Dilma Rousseff y la izquierda se moviliza (en menor medida, por ahora) para impedirlo, con un Lula exhibiendo todo su carisma.

Cinco días después de la gran movilización que la derecha impulsó para exigir el golpe parlamentario contra la presidenta, el encarcelamiento de Lula y la ilegalización del PT (por corrupción), la izquierda movilizaba a centenares de miles de personas en todo el país (en menor número que la derecha) para frenar la trama golpista. El lema central y compartido era nítido: “Não vai ter golpe” (No habrá golpe).
Las manifestaciones del 18 de marzo proyectaron la imagen del «otro Brasil», en su sentido ideológico y en términos de clase, etnia, imaginario político, estética... La Avenida Paulista de Sao Paulo fue un escaparate privilegiado para identificar las claves fundamentales de la respuesta antigolpista.
En primera instancia, cabe destacar el perfil sociológico de los participantes, mucho más heterogéneo que la protesta conducida por la derecha. En la Paulista se encontraron sectores de la clase media progresista blanca con las clases populares de la periferia, siendo estos últimos ampliamente mayoritarios. El porcentaje de población negra, mulata y mestiza fue a su vez muy superior a lo visto el fin de semana anterior.
El contenido de la movilización era antagónico y reactivo al del domingo 13: frente al golpismo, respuesta democrática. La mayoría de la izquierda asumió que en este momento la contradicción fundamental se expresa en la urgente postura a favor o en contra del golpe. Esto posibilitó una confluencia coyuntural de izquierda y progresista.
Aunque el lema central era «no habrá golpe», la importante presencia de militantes del PT, de sus juventudes y del sindicato mayoritario, la CUT, se tradujo en un fuerte apoyo a Dilma y a Lula. Paralelamente, la denuncia a los poderes fácticos golpistas más descarados se expresó con intensidad. En cuanto a la estética, la tonalidad vermelha (roja) fue predominante, acompañada de los colores de la bandera brasileña. La directriz previa a la marcha fue clara: «No podemos dejar que la derecha monopolice nuestra bandera ni el patriotismo». El momento álgido fue la aparición de Lula. La pasión que despertó con su presencia y su discurso dejó claro que, a pesar de los pesares, mantiene un vínculo emocional con las clases populares muy intenso, que lo sigue posicionando como el líder carismático indiscutible del campo popular.
Del discurso de Lula se pueden extraer dos conclusiones. En primer lugar, su capacidad para inyectar moral a las bases y su disposición a ocupar una posición de liderazgo en la contraofensiva antigolpista. En segundo, su apuesta por la vía de la conciliación política y de clases, seña de identidad del lulismo. Se puede afirmar que las marchas antigolpistas lograron agrupar tácticamente a diversos sectores de izquierda y democráticos y subir la moral política de las bases organizadas. Sin embargo, en un contexto de acción-reacción vertiginoso, el golpismo «golpeó» apenas media hora después del fin de la marcha, cuando el juez ultra Gilmar Mendes, del Supremo, suspendió el nombramiento de Lula como ministro. El objetivo era poner de nuevo en manos del juez Sergio Moro, héroe actual de la extrema derecha, a Lula.
Como se ve, sectores del Poder Judicial son agentes estratégicos del proceso de golpe, pero no lo únicos. En ese entramado golpista tiene un protagonismo creciente el latifundio mediático (corporación O Globo, “Folha de Sao Paulo”, revista “Veja”…), actor central en la creación de un discurso y un sentimiento golpista cada vez más descarnados. La imagen que proyectan los kioskos, mostrando portadas de alto contenido golpista, es un factor muy funcional en la construcción de un nuevo «sentido común» antipetista.
Un agente cada vez más implicado es la gran patronal, concretamente la Federación de Industrias del Estado de Sao Paulo (FIESP): su sede en la Avenida Paulista se ha convertido en el lugar frente al que acampan ultras que exigen urgentemente el golpe. Es de un descaro absoluto que les hayan dado comida y que en la marcha del día 13 les apoyaran con infraestructura.
Analistas autóctonos señalan que resulta sangrante que a pesar de que el Gobierno aplicó en el último año parte de la agenda de la FIESP (exenciones fiscales, reducción de la factura eléctrica), ésta ahora se suma a su derrocamiento. La historia demuestra por enésima vez que la oligarquía es insaciable.

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