Ingo NIEBEL

LA AFD SE NUTRE DEL PANGERMANISMO Y LA XENOFOBIA QUE ANIDA EN EL 40% DE LOS ALEMANES

La irrupción de la AfD como segunda fuerza en Sajonia Anhalt y tercera en Renania Palatinado y Baden Württemberg ha resucitado el debate sobre las causas de su auge. Su sólida base electoral en el este alemán es sólo un aspecto y quizás sea el menos relevante.

Un patrón de la (des)información occidental es culpar a la extinguida República Democrática Alemana (RDA) de cualquier tipo de mal, como si este solo existiera en aquellos lares. Esta tradición se repite también hoy en día en el caso de la Alternativa para Alemania (AfD), como si solo se le votara en el este alemán. Esa suerte de pensamiento único, impuesto por la élite política de la RFA y sus medios, no ha dejado lugar al diálogo y la reflexión. Ahora piden respeto a los que no han respetado. A ello se añade que la reflexión tampoco era el fuerte de los dirigentes socialistas, que siempre antepusieron la doctrina ideológica al análisis de las circunstancias.

La RDA se definió como Estado antifascista y, en lógica consecuencia, no pudo haber ni nazis ni neofascistas. Los primeros solo existían en la República Federal de Alemania (RFA), innegablemente, pero al mismo tiempo tapaba con cierta semántica política la reintegración de miles y miles de exnazis en la propia vida política y social. Para ellos se había creado el Partido Nacionaldemocrático de Alemania (NDPD). Aunque el Ministerio de la Seguridad del Estado (MfS), popularmente llamado Stasi, sí persiguió a criminales nazis con más vehemencia que en la RFA, lo hizo con cierto oportunismo, dejando tranquillos a unos cuantos.

Sí trató con mano dura a aquellos jóvenes que protestaron contra el Partido Socialista Unificado de Alemania (SED) desde el opuesto extremo ideológico. Aunque su inclinación nazi era evidente, sus acciones fueron tachadas de «vandalismo» para proteger la imagen antifascista.

Sin embargo, la AfD y partidos a su derecha como el neonazi Partido Nacionaldemocrático (NPD), fundado en la RFA, se extienden también en el oeste alemán, que ha tenido su propia tradición de formaciones ultraderechistas de esta índole.

Su base social son el racismo y el pangermanismo, que anidan en el 40% de la sociedad, según un estudio sociológico de la fundación socialdemócrata Friedrich Ebert (FES), cuatro de cada diez alemanes sienten a los «extranjeros» como una amenaza y abogan por un «fuerte sentimiento nacional». En 2006, el 35% opinaba que habría que «mandar a casa a los extranjeros» en caso de que falten puestos de trabajo.

Además, el estilo contundente y expeditivo de la canciller Angela Merkel, quien ha defendido a viento y marea –aunque con el apoyo del resto de partidos con representación en el Bundestag– políticas polémicas como el rescate del euro o la acogida de los refugiados, ha hecho que una considerable parte de su electorado se haya buscado una alternativa política.

Esta llegó en 2011 con la AfD, creada por personas del centroderecha, como el catedrático Bernd Lucke o el expresidente de la Federación de la Industria Alemana (BDI), Hans-Olaf Henkel. Islamófoba, esta corriente ha sido apoyada el exmiembro del Bundesbank y socialdemócrata Thilo Sarrazin.

Con su escisión en 2015, en la que quedaron fuera Henkel y Lucke, la AfD se radicalizó, ante todo por sus comités regionales orientales, que mantienen una estrecha relación con el movimiento xenófobo Pegida, pero sin perder atracción en el oeste. En Baden Württemberg, su presidente es el teniente coronel del Ejército en activo Uwe Jung , y no es el único oficial en la AfD.

La formación atrae a gente que añora la RFA de los años 60 y 70, antiizquierdista y contra cualquier tipo de feminismo, y al mismo tiempo soberana respecto a EEUU, neoliberal si beneficia a la industria alemana, defensora de las exenciones fiscales para los más pudientes y de más recortes para los pobres. Todo ello aderezado con un reciclado pangermanismo retrógrado.

Dado que en la AfD existen dos corrientes, los denominados conservadores liberales y burgueses, por un lado, y los nacionalconservadores, por otro, el Estado y la «casta» intentarán separar a unos de los otros. Con esa misma táctica forzaron a adaptarse al sistema político primero a los Verdes y luego a Die Linke. Reforma sin revolución.