Mistiquerías
De gramatiquerías escribíamos recién y hoy lo haremos de mistiquerías con un fin que se verá como cumple, al final de este serventesio. Tengo para mí que la mística es un abobamiento contrabandeado de «arrobamiento» para entonar el discurso, vestirlo. No hay que ser «bobo», sino «estarlo» para columbrar los himalayas transverberantes. No me burlo. Los monjes hesicastas del monte Athos (Salónica) oraban mirándose el ombligo para entrar en éxtasis, y por ello se les conocía como «umbilicarios». Ya antes de Cristo, en el siglo VI, Lao-Tse, en su metafísica quietista, enseñaba en China la abstención de la acción y la meditación sobre la fuerza primigenia del Tao (=el Camino), que lo penetra todo sin hacer nada, como el Zen. En el siglo V, pero esta vez después de Cristo, los llamados «euquitas» enseñaban que por la indiferencia completa el hombre llega a un estado de, vale decir, oración perpetua en que el repudio de todo trabajo corporal coadyuva a la unión de lo Absconditum donde ya es imposible pecar, y ello, además, dentro de una conducta amoral, otrosí, «extática» o fuera de sí –de ti–, al igual que el «abobamiento» es un deliquio ensimismado y arrobado. Los llamados «alumbrados» del siglo áureo español presentaban la contemplación como la sola oración segura. Su doctrina los emparentaba con los euquitas ya citados –dentro del quietismo– para quienes el perfecto no puede cometer ya pecado –el concepto de «delito» era prosaico, civil– alguno ni ninguno.
Lejos del jansenismo, que todo lo fía a la Providencia, estos quietismos se esfuerzan, valga el oxímoron. Un sacerdote secular español, Miguel de Molinos, el «molinismo» (no haré chiste fácil con los molinos quijotescos), elabora un manual con técnicas para llegar a la contemplatio, al nirvana budista. Los jesuitas, que crearon los mortificantes Ejercicios espirituales, se opusieron con vehemencia a estas prácticas ascéticas. También a los jansenistas como el bendito atormentado Pascal.
El espacio se acaba. ¿De quién hablamos? Adivinaron: de Rajoy. Sin hacer nada a comerse el rosco, again. Un esperpento.

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