LO QUE OCURRE ANTES Y DESPUÉS DE QUE ABRAMOS EL GRIFO
GIRAMOS EL GRIFO Y SALE EL AGUA LIMPIA. TIRAMOS DE LA CISTERNA Y EL AGUA SUCIA SE VA. Y NO PENSAMOS MÁS. PERO DETRÁS DE ESOS GESTOS TAN SENCILLOS Y QUE REPETIMOS VARIAS VECES AL DÍA SIN PENSARLO HAY UN PROCESO LARGO QUE IMPLICA EL USO DE INSTALACIONES QUE NO ESTÁN LEJOS DE LOS NÚCLEOS URBANOS.

No hay nada mejor que ver con nuestros propios ojos las cosas para entenderlas y darles valor. Con la intención de informar bien a los alcaldes y técnicos de las localidades, el consorcio de aguas de Gipuzkoa organiza cada legislatura una visita a las instalaciones de cada zona. Ayer fue el turno del Goierri con visitas al embalse y a la planta potabilizadora de Arriaran, en Beasain, y a la depuradora de Gaikao, en Legorreta.
A las 8.30 el grupo, más numeroso que en ediciones anteriores, comenzaba a reunirse en el barrio de Salbatore y poco después ya estaban todos montados en el autobús. La primera parada fue el embalse de Arriaran donde, de la mano de Josetxo Saizar, técnico de Gipuzkoako Urak, comenzaron a recibir la primera «clase». Tal y como explicó, la presa de Arriaran fue de las últimas en construirse en Gipuzkoa. Hasta entonces, los pueblos gestionaban sus aguas con los medios de los que disponían (pequeñas depuradoras, manantiales…) pero cada vez que llovía el agua se les llenaba de tierra. Finalmente, terminaron de construir la presa de Beasain en 1994.
Esta es capaz de retener 3,2 hectómetros cúbicos, es decir, lo equivalente a si llenáramos el estadio de Anoeta tres veces. No es el pantano más grande pero tiene una buena capacidad. El problema es que en esa zona no llueve demasiado. Por eso, trasladan agua desde Ordizia y también desde el embalse de Barrediola, en Legazpi, cuando este –más pequeño– está lleno. «El agua de Gipuzkoa es muy buena porque los embalses están más altos que la mayoría de las fábricas, por lo que tiene poca contaminación», explicó Saizar antes de entrar en las instalaciones.
Tras descender por una larga y estrecha escalera, los visitantes llegaron a una sala donde se veían los conductos por donde sale el agua. «Hay dos tubos y dos válvulas. Una siempre está abierta y la otra es de emergencia», explicó. Además, la presa dispone de una abertura por la que sale el agua en caso de que el nivel sea muy alto.
Limpiar el agua
El agua llega por inercia a la potabilizadora de Arriaran, un poco más abajo que el pantano. Allí tratan el agua para eliminar todo rastro de lodo y metales para que pueda ser consumida por los humanos. Eliminar el lodo es sencillo porque termina posándose en el fondo, pero los metales –hierro y manganeso– se disuelven «como el azúcar», por lo que para eliminarlos utilizan ozono. El ozono se consigue secando el aire y desestabilizándolo. De esa manera consiguen que el metal se oxide y que vuelva «como las partículas de polvo que hay en el aire». Después añaden un coagulante, que hace que las partículas se acerquen entre sí, y un foculante que hace que se peguen, cojan peso y se vayan al fondo. Una vez terminado con ese proceso pasan el agua por unos filtros y se le puede añadir ozono otra vez para eliminar toda impureza. Para terminar de potabilizarla, se añade fluor y cloro.
¿Pero qué pasa con el agua que desechamos en nuestras casas? Ese agua sucia también tiene que ser tratada para no desequilibrar los ecosistemas de los ríos. «Aquí aceptamos aguas domésticas e industriales, siempre y cuando no tengan químicos», aseguró Saizar en la planta depuradora de Gaikao. «Lo que vais a ver aquí no es tan bonito», comentó, señalando a un pozo con agua realmente sucia.
Primero eliminan con una pala los pedazos más grandes, después pasan el agua por unos filtros donde queda atrapada más suciedad. Una vez más, termina en un depósito donde se eliminan lodo (que queda en la parte inferior y que se usa para conseguir gas metano) y aceites (que quedan arriba). De ahí pasa a otros depósitos donde hay microosganismos que se ocupan de «comerse» la materia orgánica y el nitrogeno del agua. Así, el único contaminante que queda es el fosforo, que eliminan con químicos. «Si vertemos al río demasiado nitrogeno y fósforo actúan como fertilizantes y las plantas crecen. Cuando finaliza su ciclo de vida mueren y se pudren en el agua, reduciendo el oxígeno de los ríos. Algunos peces no toleran esas condiciones, por lo que es mejor prevenir», dijo el experto. El agua que se envía al río es inocua para el medio ambiente pero no es apta para el consumo humano porque tiene muchos microorganismos.

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