Victor ESQUIROL
TEMPLOS CINÉFILOS

Mel Gibson, sin ángel

Un día más, el foco de atención en Venecia estuvo lejos del Concurso por el León de Oro. A las 08.30 de la mañana, cuando Mel Gibson se iba a dormir, algunos nos metíamos en la Sala Darsena para ver su nueva película. Como director, no como actor, lo cual daba pie a buenos augurios. Pero no. “Hacksaw Ridge” es su quinto largometraje como realizador... y el primero en el que decepciona claramente. Se trata de un drama bélico que relata la historia verídica de Desmond Doss, primer objetor de conciencia en la historia de los Estados Unidos en obtener la Medalla de Honor del Congreso.

Un patriota, vaya. O como diría Mel, un enviado de los cielos, pues el film se encarga de subrayar siempre que las gestas conquistadas por dicho soldado se debieron a la férrea fe que este profesaba por Dios Nuestro Señor. Mr. Doss, en paz descanse, convertido en ángel de la guarda. Para entendernos, lo mismo que el “Marcelo” de Jorge Fernández Díaz. Nos movemos en estos mismos niveles de ridiculez. “Hacksaw Ridge” pretende conmover con su valor humano e impactar con sus escenas de batalla, pero ni una cosa ni la otra. La ahora endeble puesta en escena de un Gibson demasiado obcecado en sus delirios religiosos, no puede ofrecer más que una aburrida oda al torniquete y al chute de morfina. Así de elemental, de simple, de torpe.

Volviendo a la Competición Oficial, nos resarcimos momentáneamente, comprobando con agrado que en “El ciudadano ilustre”, Mariano Cohn y Gastón Duprat siguen fieles a su propuesta de humor (y de cine) desnudo. Tan desprovisto de artificios y tan directo en los gestos que hasta podría pasar por naif... si no fuera por la complejidad de su contenido. En este caso, tenemos a un reputado escritor argentino (estupendo Óscar Martínez) que tras años fuera del hogar, decide volver a su pueblo natal cuando su alcalde le ofrece nombrarlo Ciudadano Ilustre. En realidad, de lo que se trata aquí es de sacar al arte de su maradoniana torre de marfil, y enfrentarlo a la brutalidad de la vida real. Los resultados son, efectivamente, desternillantes, pero como siempre con dicha pareja, también amargos y, claro está, dolorosos. Como con en las mejores comedias.

Por último, y por aquello de cerrar una jornada capicúa en lo que a depresión se refiere, el nuevo documental de Massimo D'Anolfi y Martina Parenti. “Spira Mirabilis” son dos horas en -irritante compañía de micro-medusas, tambores metálicos y estatuas de mármol. Las imágenes pretenden celebrar el milagro de la creación (artística, artesanal, espiritual...); la banda sonora, alucinada donde las haya, pretende sofocar los ronquidos del patio de butacas. Los que aguantamos despiertos, intentamos justificar el desvarío con la libertad de la no-ficción experimental, pero ni así. Con tal pobreza de argumentos, tanto en lo sensorial como en lo conceptual, el producto no engancha, no transmite... no cuela.