Mikel INSAUSTI
CRÍTICA «Juego de armas»

¿Hasta dónde pueden llegar unos emprendedores?

Si un cineasta es capaz de sobresalir como autor dentro de un género tan denostado como la comedia gamberra, es porque posee un talento fuera de lo común. Todd Phillips lo tiene, y en “War Dogs” goza además de la oportunidad de sacar a relucir su solida formación de documentalista, al ser una película de ficción basada en un caso real. No hay más que fijarse en los gráficos y estadísticas que utiliza al principio del metraje para cimentar la base histórica de su relato, ya que de lo contrario serían muy difíciles de creer unos sucesos como estos, de los que cuando salen en las noticias parecen escritos por algún guionista, y no digo de Hollywood, porque allí no andan tan sobrados de imaginación.

Phillips recrea los acontecimientos a un ritmo vertiginoso, mediante la división de las casi dos horas de duración en segmentos o capítulos de un cuarto de hora aproximadamente. De esta manera la meteórica ascensión de la pareja protagónica es descrita de un tirón, y sin irse nunca por las ramas perdiéndose en innecesarias subtramas. A la eficacia narrativa contribuye en gran medida la caracterización histérica de Jonah Hill, con un risa gangsteril que te pone de los nervios. En teoría debería ser el personaje segundón, el socio del verdadero David Packouz, que fue quien dio a conocer su periplo. Pero Jonah Hill se come a su compañero de reparto Miles Teller, a quien corresponden los momentos más insustanciales, relativos a la vida familiar que comparte con una engañada Ana de Armas, que siempre va por detrás de las correrías de su marido.

“War Dogs” contiene una sátira brutal de la locura armamentística en los EEUU, mostrando como dos veinteañeros en busca de su primer trabajo pudieron introducirse en el negocio del tráfico de armas, tras empezar comprando munición y pistolas en subastas de Internet. A raíz del affaire Cheney supieron aprovechar el limbo legal abierto por la administración Bush.