Mikel INSAUSTI
CRÍTICA «La vaca»

Cuando caminar y rumiar son sinónimos

La vaca Jacqueline se ha convertido en todo un fenómeno en el mercado francófono. No hace falta aclarar que en realidad no existe, ya que para crear este personaje de ficción se necesitaron en el rodaje varios ejemplares de la raza “tarentaise”, por su buena adaptación tanto a las montañas de los Alpes como a las del interior de Argelia. Por eso, cuando la película ganó el Premio del Público en el festival de comedia de L’Alpe D’Huez, allá que se fue el equipo a sacarse fotos en la nieve con una de esas vacas marrones tan resistentes a cualquier clima.

Una de las razones por las que el realizador de origen argelino Mohamed Hamidi me ha ganado como espectador cinéfilo, es por su ejemplar modestia, al reconocer publicamente que esta comedia está inspirada en el clásico de Henri Verenuil “La vaca y el prisionero” (1959). Si aquella película tan recordada contaba con la comicidad del gran Fernandel, “La vache” no tiene nada que envidiarle en ese sentido, porque Fatshah Bouyahmed, al igual que su compañero de reparto también de origen magrebí Jamel Debbouze, posee un singular carisma y se hace querer, casi tanto como el animal de sus desvelos. Forman una pareja indisociable, pues rumian juntos mientas caminan, y eso une mucho.

En cuanto a la trascendencia sociológica, que la película la tiene a pesar de su aparente superficialidad, Jacqueline, por ser argelina, se convierte en un símbolo de la integración. Coincido con quienes opinan que en la vida real no sería tan fácil trasladar cabezas de ganado extranjeras hasta la capital parisina, con los controles veterinarios que existen. No en vano se trata de una fábula, de un cuento en el que animales y humanos conviven en un mismo mundo feliz. Ya que una parte de la población rechaza a la inmigración de personas, a ver si al menos una inofensiva vaca es capaz de hacerles ver que la coexistencia pacífica es posible. Son seres que no piensan, pero comen pienso.