Koldo LANDALUZE
CRÍTICA «El editor de libros»

El domador de divos literarios

Avalado por su status de prestigioso director teatral y por su experiencia al frente del Donmar Warehouse de Londres, Michael Grandage ha dado el salto a la pantalla siguiendo la ruta al igual que otros tantos compañeros suyos de profesión que siempre tienden a confundir la escena con la secuencia. En su intento por no arriesgar en demasiado, o bien porque su talento no da para más, en esta su tarjeta de presentación Grandage se ha escudado en un estilo academicista que racanea con lo imprevisible y apuesta abiertamente por los clichés habituales del biopic encorsetado. En este lineal acercamiento al célebre editor estadounidense Maxwell Perkins y la camada de grandes divos de las letras con los que le tocó lidiar, un selecto club de autores en el que campaban a sus anchas, entre otras personalidades, F. Scott Fitzgerald, Ernest Hemingway y Thomas Wolfe. Si en su premisa se intuye un intento por ahondar en las complejidades de la creación literaria y en lo difícil que resulta coquetear con el éxito y la desproporción, “El editor de libros” se queda a mitad de camino en un trayecto que se le presuponía interesante si se hubiera adentrado por las carreteras secundarias pero que finalmente transcurre por una autopista trillada que carece de ese entusiasmo que quiere transmitir. La presencia protagónica de Colin Firth figura entre lo más reseñable de un reparto repleto de nombres conocidos y en el que, en clave negativa, destaca la histriónica caracterización que realiza Jude Law de Tom Wolfe. Una discordancia excesiva que chirria en todo momento dentro de un engranaje visualmente bien resuelto, pero huérfano de entrañas ecomocionales lo cual da como resultado un producto con ínfulas intelectuales que fracasa en su empeño por contagiar el entusiasmo por la literatura y quienes se encargan de dotarla de sentido.