El futuro es mujer
No hago otra cosa que reflexionar sobre la construcción de las categorías «mujer» y «hombre», y hasta qué punto estas constituyen un sujeto compacto, coherente y estable. Por eso, me congratulé cuando vi el número de la revista “National Geographic” consagrado a la «revolución de género».
En la portada, una fotografía de Avery Jackson, niña transgénero que declara: «Lo mejor de ser una chica es que no tengo que intentar ser un chico». Un retrato de grupo muestra un repertorio de identidades de género, cada una de ellas asociada a una persona; «intersexo no binario», «transmujer», «bigénero», «transhombre», «andrógino» y «hombre». ¿Alguna ausencia remarcable? Sí, «mujer» queda fuera del inventario de identidades de género. Nadie se autoproclama «mujer». No obstante, a lo largo del reportaje constatamos el hecho de que pertenecer a esa categoría desencadena violencias, discriminaciones, jerarquías y desigualdades concretas y específicas, por lo que resulta pertinente e imprescindible seguir utilizando la etiqueta «mujer».
El espectro del género parece emulsionarse y disolverse y, al mismo tiempo, asistimos a un reforzamiento de los roles: hipersexualización de la imagen corporal, obsolescencia de los cuerpos no jóvenes. Curiosamente, ambas afectan principalmente a las mujeres.

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