Koldo LANDALUZE
CRÍTICA «Proyecto Lázaro»

Rememoración del moderno Prometeo

En su ruta como cineasta, el constructor de aquellos primeros engranajes argumentales compartidos junto a Alejandro Amenábar, parece dispuesto a descubrirnos que no conoce límite alguno gracias a un estilo muy personal que se ubica en ese difuso territorio que linda entre el artesano que se descubre fiel a los arquetipos del género y el autor que se esfuerza en dejar su sello personal.

Tras su debut con  “Nadie conoce a nadie” –señalado por muchos como un trabajo deudor de aquellas primeras experiencias  junto a Amenábar–, Mateo Gil prolonga un viaje creativo que vistos sus resultados,  se torna en iniciático debido a los rumbos diferentes que adopta un cineasta preocupado en descubrir cuáles son sus límites. Tras superar el difícil escollo que suponía el género western con la muy estimable y entrañable “Blackthorn”, Gil ha apostado por el más difícil todavía con un filme de ciencia ficción de gran empaque argumental y que, si bien bordea peligrosamente los límites de la ampulosidad, se muestra como un aplicado ejercicio en el que el hombre, colocado a la par del “Creador”, adquiere un protagonismo determinante dentro de un discurso en el que se asoman connotaciones legadas por el cristianismo. El cineasta elude este difícil conflicto recurriendo a la madre de la ciencia ficción, Mary Wollstonecraf y su inmortal criatura literaria, “Frankenstein o el moderno Prometeo” y de esta manera, lo científico y lo espiritual se bifurcan a través de dos crónicas que parten de un presente habitado por un joven que padece un cáncer terminal y un futuro en el que este joven despierta tras ser crionizado y pasa a formar parte de los anales de la ciencia convertido en el primer ser humano resucitado. La quinta esencia sobre la que se sustenta la religión cristiana –la resurrección– salta por los aires dentro de un discurso cuyo riesgo debe ser valorado en su justa medida y resultado.