Dabid LAZKANOITURBURU

Rusia, Putin y el poscristianismo

Tiene su razón Vladimir Putin cuando insiste en que la desaparición de la URSS fue «la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX». Sin duda lo fue para Rusia, e incluso para la izquierda, en el sentido de que vino a confirmar que el modelo de socialismo instaurado por la revolución de octubre –hace un siglo– certificó su fracaso histórico. Por contra, fue utilizada como una oportunidad por EEUU y aliados para condenar a la insignificancia política al viejo imperio ruso.

Yerran, sin embargo, unos y otros cuando coligen de ello que el hombre fuerte de Rusia desearía la restauración de la URSS. Entre otras cosas, porque él mismo ha apuntado al Partido Comunista y al propio Lenin como el responsable de «la destrucción del país». Y porque el modelo económico imperante en la Rusia de Putin es el de un «capitalismo de amiguetes» modulado con ciertas dosis de paternalismo socioeconómico. La nostalgia del inquilino del Kremlin apunta más atrás y más profundo, a la idea de que el país más grande del mundo debe tener su correlato en el reconocimiento en la arena internacional.

Dejando para más adelante el debate sobre si la propia configuración de la URSS no acabó disfrazando lo que era pura pulsión imperial tras la bandera del proletariado mundial, el simple hecho de que Rusia se haya atrevido a desafiar a un imperio, el estadounidense, que hace escasos años alardeó de liderar el «fin de la historia», le ha generado simpatías, sobre todo en los sectores políticos y en los países más agraviados con EEUU.

Pero pensar que la Rusia de Putin se va a limitar a reivindicar lo suyo sin tratar de imponer su idea-fuerza en el juego de influencias internacional es pecar de ingenuidad. Y esa idea la resumió hace días el ministro de Exteriores, Serguei Lavrov, cuando denunció los, a su juicio, «valores políticos poscristianos» de Obama y Europa. Un postsoviético devenido adalid del cristianismo.