En la sala de cine
El cine fue concebido para ser visto en penumbra, para que nuestras miradas y pensamientos sean absorbidos por la gran pantalla y envueltos por el sonido. El resto de los visionados son sucedáneos que me hacen pensar en admirar la Capilla Sixtina fotocopiada en blanco y negro. Puede que esto último sea interesante o artístico, me refiero a la fotocopia, pero no será la Capilla Sixtina y no podremos valorarla como tal. La calidad de la imagen y el sonido, la oscuridad y el acto simbólico que conlleva, condicionan experiencia, visionado y posterior modo de ver y entender.
Pienso en el noir y no me imagino seducida al ver algunos de esos grandes momentos del cine policíaco desde un móvil o una mini-pantalla, sin saborear la imagen y el sonido en su totalidad. Pienso en el noir y en la lluvia fina que cae sobre los rostros de las detectives, esa que moja sus cuerpos y su pensamiento mientras tratan de descifrar el enigma. Si hay algo que caracteriza el cine es, sin duda, las atmósferas que se generan y, estas, no pueden vivirse plenamente fuera de una sala. Rememoro “Ascensor para el cadalso” (1957) de Louis Malle y veo el rostro de Jeanne Moreau bajo la lluvia de París, en blanco y negro, mientras suena la música de Miles Davies. Dos amantes planean asesinar al marido de esta, las cosas se tuercen, la lluvia cae y la sala de cine se convierte en un volcán de experiencias.

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