Repetición invernal de «Zunbeltz»para una cordada catalana
Los protagonistas de esta actividad que se realizó durante el pasado mes de marzo han sido Josep Maria “Tato” Esquirol y David Palmada “Pelut”. Para la segunda ascensión en invierno de esta vía vasca que se encuentra en la cara oeste del Picu Urriellu necesitaron tres días de escalada. Según los escaladores, tuvieron que hacer frente a fuertes vientos.
«Visiones, recuerdos, cosquillas y punzadas en el estómago. ¿Qué me está pasando? Es la llamada del Picu, que cada vez con más fuerza está perturbando mi mente. Una invernal». De esta forma comienza el relato de David Palmada “Pelut” sobre su última actividad en el Picu Urriellu.
Sí, el pasado mes de marzo, junto a Josep Maria “Tato” Esquirol firmaba la segunda repetición invernal de la vía “Zunbeltz” (A4), en la cara oeste del Picu Urriellu. Una línea abierta en 1989 por los escaladores vascos Antxon Alonso, Juan Antonio Olarra y Aitor Fernández, y liberada (8b+) en el 2003 por Iker Pou junto a su hermano Eneko. En general, esta línea cuenta con muy pocas repeticiones; solo dos en invierno: la de Álvaro Novellón en 2008 y esta última de la cordada catalana.
Antes de entrar en más detalles, Pelut quiere remarcar lo que supone escalar el Picu Urriellu en invierno: «Desde el punto de vista deportivo escalar el Picu siempre es una actividad buena, dura y comprometida (dependiendo de las situaciones o la época del año elegida). En nuestro caso, escalar una ruta en la oeste en invierno se convierte en una actividad de máximo nivel, empezando por los porteos de material que son un infierno; entre 5-6 horas dependiendo de las condiciones de la nieve. Algún año no hemos podido ni llegar al collado Vallejo. Otras hemos sido evacuados en helicóptero tras quedar bloqueados 11 días sin poder bajar del refugio. Con esto te digo que siendo un lugar tan cercano y amable en verano en invierno se puede convertir en una trampa mortal. Los fuertes vientos que azotan la oeste llegan a los 120 kilómetros por hora, levantándote de la hamaca al punto de volcar. El frío dependiendo del año puede llegar a ser tan intenso y húmedo que te congela hasta el cerebro. Y en esas condiciones cualquier actividad en la oeste se vuelve intensa y dura. No hace falta decir que la meteorología en Asturias es sumamente variable y eso es una gran parte del éxito de la escalada. Cualquier movida en invernal en el Picu es muy digna, porque estando tan cerca de todo allí arriba te sientes muy solo. Resumiendo: una actividad que curte y puntúa».
Tras este primer análisis, es el propio Pelut quien habla largo y tendido a GARA sobre la segunda ascensión en invierno de “Zunbeltz”.
«Zunbeltz»
«Primera retirada. Con la motivación al máximo, la semana del 6 de febrero nos ponemos camino de Sotres, donde parece que la ‘meteo’ puede aguantar. Efectivamente hay poca nieve en la pista que va a Pandébano y podemos llegar en coche. A la mañana siguiente preparamos unas suculentas mochilas de 30 kilos para cada uno. Reventados del viaje, nos ponemos en marcha a las 10 de la mañana y en 5 horas largas nos plantamos en la base del Picu.
La pared está increíblemente bonita y limpia, la aproximación se deja hacer bastante bien y sólo un molesto viento nos castiga durante la parte final. Bajamos rápidos a Pandébano otra vez para portear al día siguiente. Por la mañana todo cambia. Tato me comunica que hay cambio de tiempo; se esperan 3 días de fuertes nevadas. Pero la reacción es inmediata. Hacemos un segundo porteo y nos vamos a casa a currar. Ya volveremos cuando la ‘meteo’ sea más prometedora. Una sensación extraña se queda en nuestros cuerpos, pues estábamos preparados para el asalto final y se ha abortado la misión.
Segundo intento: mucho viento. Los días pasan y la ‘meteo’ se estabiliza. Ya no hay más espera y el 3 de marzo cargamos con nuestro último porteo. Esta vez la ‘meteo’ no es tan mala, pero tampoco buena. Está claro que jugamos a cara o cruz. Interpretada la ‘meteo’ a nuestra manera y tirando de recuerdos vividos en la oeste, decidimos dedicar los 2 días de fuerte viento que daban (de 50 a 80 y hasta 120 km/h, lo que convierte la escalada en una tortura) en intentar fijar 2 o 3 largos al menos, para no perder esos 2 días sin hacer nada. La gran suerte es poder contar con el refugio de invierno abierto, el cual hace la espera mucha más agradable.
La decisión es acertada pues nos da para levantarnos tarde: ya que por la mañana el viento es infernal e imposibilita la escalada, mientras que por la tarde se hace más llevadero. Tenemos el primer contacto con la vía y ya vemos la tónica que tendrá la escalada. Bonita pero difícil. Tato ha venido motivado y con ganas de probar algún largo en libre, y así lo hace: en el segundo largo ya se calza los gatos y navega un poco, pero la realidad es que las condiciones no son las óptimas para estar dándole al free-climbing. Así que nos centramos en nuestro objetivo que es escalar y disfrutar la ruta al máximo.
Tenemos 3 largos fijados y vamos a entrar ya con todo en la pared. Se nos pasó por la cabeza intentar hacer un ataque ligero escalando sin parar y sin hamaca; menos mal que no lo hicimos pues nos hubieran sacado pajaritos, ya que el primer día que nos quedamos en la pared después de escalar con un odioso aire puteador, no teniendo bastante con eso, una vez instalada la hamaca, las ráfagas eran tan fuertes que la levantaban. Resumiendo, estuvimos toda la noche en vela aguantando el toldo con las manos e intentando quitarme los malos pensamientos de la cabeza. Por suerte, entre Tato y yo no los dejamos entrar en la hamaca.
Por fin, la ‘meteo’ parece anunciar algo positivo: dos días más suaves en cuanto al viento se refiere y ya no dan nieve. Eso nos motiva mucho, pues es lo que necesitamos si queremos ir a cumbre y rapelar la oeste con éxito.
El martes nos ponemos en marcha con la motivación a tope. La línea desploma mucho, lo que hace que subir los petates no sea una tarea complicada (al menos algo positivo tiene que tener el desplome). Vamos escalando los largos de forma fluida pero no rápida y, siempre con el pensamiento de “joder con los Pou", superamos secciones de sartenazos importantes. Los seguros de los largos siguen siendo los mismos de la apertura y ya no están para muchas noches buenas. Largos muy poco marcados por las pocas repeticiones, que a veces te hacen dudar; pequeñas secciones intensas que ya demuestran una gran pericia de los aperturistas. En fin, una vía de disfrute y elegancia. El sexto largo, el del arco con el techito estético y aéreo, empieza a indicarnos que nos queda poquito de desplome. Tato le da duro, combinando alguna salida con un poco de artifo, y ya por la tarde montamos la R6.
Cargado con todo el material, salgo disparado. Sólo quiero escalar y ganar metros, pues se va oliendo el final (mentira, pero eso ayuda a motivarnos). Un larguito de A3 se interpone entre la R6 y la R7. La topo que llevamos nos descuadra un poco, pues la reunión me la marca con tendencia hacia la derecha y cuál es mi sorpresa al encontrarme una reunión justo encima de mí. Lo normal es dudar, creo intuir unos 10 o 15 metros más arriba un posible emplazamiento de la otra reunión, pero ya es tarde (más bien de noche), así que tomamos la decisión de dormir en la R6 y mañana miércoles escalar el último trocito del largo y llegar a Rocasolano.
Tercer y último día. La decisión es acertada, pues una noche en la más tranquila calma nos deja descansar de la horrible noche anterior. Preparamos el plan de ataque para el último día. Está claro, subiré a terminar el largo y montar todo para que Tato haga el último largo de “Zunbeltz”. Mientras jumareo, saco tanto material como me es posible del largo para evitar roces de cuerda, ya que tiene unas “zetas” importantes. Llegado a lo que creíamos que era una falsa reunión, sigo escalando, aunque me da a mí que realmente eso sí era la reunión buena, pues rápidamente me doy cuenta que sin quererlo estoy empalmando los dos últimos largos. Con un peso y roce considerable, escalo el último largo hasta llegar a la reunión común con el “Pilar del Cantábrico”.
Felicidad máxima, pues aquí termina la vía “Zunbeltz”, pero realmente nosotros queríamos algo más, queríamos la cima del Picu. Tato sube jumarenado a fondo y, ya a ritmo de rally, escala los dos largos ramposos hasta Rocasolano (por cierto, tarea lenta, difícil y aburrida con todos los petates). Miramos el reloj y son las 4 de la tarde, a fondo, mochila de ataque, juego de friends y gas para arriba. Tato escala como una locomotora los largos de la “Rabadá”. Por fin, las palabras mágicas: "¡ya estamos arriba!" ¡Brutal! Ensamblados llegamos a la cima del Picu.
Son las 7 de la tarde, con lo que no hay de qué preocuparse, pues la noche nos atrapará seguro. Pero bueno, no importa, tenemos toda la noche para bajar y todo el jueves para desportear y volver a casa (que el viernes hay que currar). Así que despacito y con calma. La bajada por la oeste con los petates también es intensa y vibrante, pero eso es otra historia.
Contentos, con las pilas recargadas y una leve sonrisa en la cara nos despedimos una vez más del Picu, que sin estar en un sitio muy lejano y remoto nos hace sentir sensaciones a la altura de cualquier expedición de envergadura».

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