Mikel INSAUSTI
CRÍTICA «Thor: Ragnarok»

Los dioses deben estar locos

No disfrutaba tanto con una película de superhéroes desde que Richard Lester hizo la parodia de Superman, lo que demuestra que se ha producido con “Thor: Ragnarok” una especie de salto temporal para recuperar el humor perdido en la galaxia dominada por los dos gigantes de la industria del cómic. La sombra del ya de por sí sombrío Christopher Nolan es alargada, y su oscurantismo ha teñido de seriedad mitológica todas las adaptaciones de la factoría DC, que ya son como tragedias shakespearianas. Iba siendo hora de que en la competencia alguien reivindicara el espíritu burlón de Marvel, representado fundacionalmente por Jack Kirby, al que la tercera entrega de la franquicia “Thor” homenajea como se merece. Cada vuelo del dios del trueno, cada arranque de la acción es punteado en el aire por una línea de dibujo que cobra vida a los sones del “Inmigrant Song” de Led Zeppelin, redescubierto como gran himno de batalla.

La entente Marvel-Disney marca la diferencia dentro del género de superhéroes con el fichaje del genial cineasta maorí Taika Waititi, que se ha traído de las Antípodas a alguno de sus personajes del revés, como el de Korg que interpreta él mismo o el de Topaz, a cargo de la también neozelandesa Rachel House. Ellos marcan el tono embromado de la función del que se contagia el resto del reparto estelar, y no hay más que ver la escena en que el auténtico Odin encarnado por Anthony Hopkins asiste a un teatrillo consagrado a cantar las alabanzas de los dioses, con Sam Neill, otro de Nueva Zelanda, haciendo del impostado rey de Aasgard.

Nuestro Javier Aguirresarobe tiene el inmenso mérito de no dejarse confundir por el aparente caos de la farsa cómica, exhibiendo una vez más su profesionalidad en la fotografía de mundos coloristas y estrafalarios, como el gobernado por Jeff Goldblum con una estética de peplum de ciencia-ficción.