Aritz INTXUSTA
IRUÑEA
Entrevista
RICARDO FELIÚ
AUTOR DE «NAVARRISMO POP»

«El navarrismo ve como anatema cualquier tipo de modernización»

Doctor en sociología, imparte clases en la Universidad Pública de Navarra y en la UNED de Gasteiz. Coordina el seminario Imagen, Cultura y Sociedad y es asesor de sociología urbana, sociología política, investigación social aplicada, publicidad y comportamiento social.

Feliú ha arrugado innumerables cajetillas de Ducados desde que revolucionara los análisis políticos de Nafarroa con su tesis sobre las 40 familias que copaban el 90% de los puestos de poder. Katakrak le ha publicado ahora un librito titulado “Navarrismo pop” en el que destripa algunos de los totems de esta ideología.

Su libro despista. Pese a su título provocador, usted no se baja demasiado del formalismo universitario.

Siempre me ha preocupado ver en la biblioteca de la Universidad Pública tantos libros sobre la historia de Navarra, porque hay muchísimo trabajo académico que no llega al gran público. Los hay mejores y peores, pero lo cierto es que no salen de esa burbuja universitaria. Aunque hay una inquietud intelectual personal detrás, solo intento difundir las ideas de esos trabajos que existen sobre el navarrismo. Porque si vamos a hablar de navarrismo, hay que hacerlo con cierto fundamento.

¿Qué es lo que los navarros no saben del navarrismo?

Como cultura política tiene puntos oscuros, hay ausencias en las investigaciones. ¿Qué pasa con el navarrismo después del 36? ¿Qué problemas le surgirán durante el franquismo? ¿Cómo se hubo de reinventar? Y luego, es necesario establecer una división muy importante entre lo que es una cultura hegemónica y una cultura dominante. El navarrismo ha sido dominante, pero no hegemónico. Además, abordo cómo el navarrismo ha intentado crear una cultura popular coherente con sus planteamientos, o una seudocultura, si se quiere. Y también, analizo cómo esos elementos han ido sobreviviendo durante el tiempo. Porque ese gran invento propagandístico en torno a elementos culturales creados ad hoc que se dio durante el franquismo es lo que denomino «Navarrismo pop».

Hablamos de la «javierada», del culto a San Francisco Javier, de la reconstrucción de castillos navarros...

Eso es. Fíjate que con la javierada o la Marcha a Javier he tenido que enfrentarme con ideas preestablecidas y me he llevado sorpresas. Ahora vemos la javierada desde una perspectiva navarrista, pero si lo estudiamos bien, en su origen la javierada generó un conflicto de poder. Más tarde, la javierada ha mutado hasta darse la gran ironía de que, ahora mismo, se ha transformado en una gigantesca romería popular en la que hay nostálgicos pero a la que otros van por deporte u ocio.

Para muchos es el viaje a la Meca foral, algo que hay que hacer una vez en la vida.

Y es que eso es de chiste. El franquismo intentó controlar todas las romerías populares y encajarlas en el manual nacionalcatólico. Ellos querían una nueva religiosidad imperial y española, etc. La Iglesia persiguió la religiosidad popular por ser, precisamente, popular. Tiempo después, quienes iniciaron las javieradas escribían en la prensa en términos de pérdida de ese espacio, pues se había perdido ese espíritu con la que nació en los años 40.

Es más una sensación, pero mientras leía su libro me ha parecido que, más que una radiografía del navarrismo, leía una autopsia. ¿No están todos los mitos pop del navarrismo muy caducos?

La metáfora forense tiene sentido. A mí el libro me ha servido para hacerme un mapa: de dónde venimos, qué ha pasado y hacia donde vamos. No solo están caducos. &dcThree;Si tienes el mapa claro, cuando escuchas determinados discursos, te das cuenta de que son cosas que se decían igual hace 80 años.

Recuerdo el Congreso de UPN en el que Barcina se impuso a Catalán. Fermín Alonso, presunto joven, arrancó con citas de San Francisco Javier. Sonaba muy marciano.

Esa es la gran tragedia del navarrismo. Poner encima de la mesa elementos fuera de contexto suena cada vez más carpetovetónico. En los últimos años, el navarrismo tiene unos problemas discursivos muy importantes. Llevan mucho tiempo sin preocuparse por actualizar su discurso y todo son actos de propaganda. Detrás ya no hay nada y, lo peor, no se lo creen. Es una postura cínica que llegó al paroxismo con [Juan Ramón] Corpas.

¿A qué se refiere?

Año 1999, UPN se afianza en el poder y trata de reinventar el navarrismo, pero busca claves absurdas. Corpas crea la marca Reyno de Navarra y un discurso absolutamente.

Lo que consiguió es reducir el Reino a un campo de fútbol.

En el libro me detengo mucho en Osasuna y su historia. Todo es ridículo. Pero, aunque desde un punto de vista intelectual todo aquello no tenía sentido, seguía siendo la cultura dominante. Esta cultura se enraíza en algo puramente emocional y que se basa en algo puramente identitario. El vasquismo no tiene el copyright de lo identitario. Jugamos en un terreno donde lo racional pierde ante emocional.

Entendiendo a UPN como el gran reducto navarrista, me viene a la mente una frase suya: «Para Sanz, Corella es un barrio de Pamplona y, para Barcina, Pamplona es un barrio de Madrid». ¿Elegir como líder a una mujer con las ambiciones de Barcina no tenía un puntito suicida?

Cuando se analizan muchos aspectos que tienen que ver con Navarra, un error es caer en el localismo. Muchas veces, tenemos una comprensión más certera si ampliamos la mirada y miramos a Navarra en relación con otra cosa. Digo esto porque al navarrismo, como corriente política, habría que encuadrarlo dentro del tradicional conservadurismo español. Nació, junto con otros regionalismos, a inicios del siglo XIX. Y también hay otro elemento a tener en cuenta como es la conexión de las élites navarras con las élites madrileñas. Porque la base del navarrismo no está en los pueblos, sino en la burguesía pamplonesa que tenía negocios en Madrid. Barcina tuvo un punto cínico, pues acudía a misas en Javier muy del gusto navarrista y luego realizaba discursos orientados a continuar con su carrera política en Madrid.

Hay un punto en su libro que puede escocer. Dice que cuando se escucha a un abertzale discutir con un navarrista parece uno estar presenciando una bronca familiar.

Cuando se estudian las ideas, es fundamental saber quién construye los discursos, qué grupo social. Las bases del vasquismo y del navarrismo, si se estudian, son idénticas históricamente y nacen del mismo grupo social. La evolución las hará diferentes. Hay un punto clave, que es la aparición del PNV, que es cuando se da la fractura. Y luego el devenir fue muy distinto.

Llegó la guerra.

Fue mucho más. El vasquismo se fragmentó en numerosas corrientes políticas. La conservadora establecerá diálogos con otros conservadores europeos. La izquierda abertzale surgirá de otro diálogo con los movimientos anticoloniales, maoístas. Pero en general, todas evolucionan y se modernizan. Y eso con el navarrismo no ocurre. Se quedó simplemente ahí. Es más, cualquier intento de modernización será visto como un anatema. Ellos se quedaron atrapados en el tiempo. Todo este tiempo han jugado con los mismos mitos.

Otra de las cosas que me sorprende de su trabajo es la ausencia casi total de pensadores navarristas.

Es una de sus grandes taras, no tiene pensadores de talla. No lo digo con alegría ni regocijo. El único que intentó algo fue Juan Cruz Alli. Tiene dos obras que, para mí, son básicas en su conato de modernizar el pensamiento navarrista. Los intelectuales del navarrismo son gente que, fundamentalmente, escribe textos de opinión en diarios y no va mucho más allá. No tienen nada de fuste. Santi Leoné, en su tesis, hace referencia a que Jaime del Burgo citaba mucho a Víctor Pradera. Pradera escribe en los años 20 y Del Burgo, en los 70. Nada cambia. Navarra es navarra, etc. Esta carencia es uno de sus grandes dramas. Y lo peor es que también renunciaron a pensadores como Campión y a toda esa generación que, a finales del XIX, sentó las bases del navarrismo. No les queda nada.