Una ciudad bajo el mostrador
Dicen que Gasteiz es una ciudad apacible. Tiene un equipo de futbol en primera, otro de baloncesto en liga europea, un festival de jazz, otro de rock y de teatro, un campus, museos, una catedral gótica, un casco medieval y una historia de lucha obrera sin la cual no se entiende lo poco que faltó para que hubiese una ruptura con el franquismo y no una transición. Incluso cuenta con un importante movimiento popular, okupa y autogestionado, que hace futuro. Mi abuelo, como buen anarquista, decía que Franco la convirtió en una ciudad de curas, militares y tenderos muy genuinos, muy al estilo de la familia de la Thatcher. Sin embargo, en las elecciones municipales, la movilización social contra la xenofobia de Maroto, logró echar de la alcaldía al PP, y con él a los herederos de aquella ciudad tan gris. Por eso cuesta comprender que en una Gasteiz tan renovadora, hoy, 8.200 menores se encuentren en situación de pobreza; que la segregación escolar por «razones socioeconómicas y de inmigración» sea la más alta de la CAV; que se discrimine a familias migrantes al alquilar una vivienda; que se organicen marchas racistas y que el fraude fiscal empresarial ascienda a 52,9 millones, mientras todavía existen más de 20.000 parados. Dos realidades y una misma ciudad. Una, la que venden y otra la que, como hacían los tenderos, esconden bajo el mostrador.

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