Iñaki SOTO
Director de GARA
SIMILITUDES Y DIFERENCIAS ENTRE GRECIA Y CATALUNYA

La gestión internacional en Catalunya sigue el patrón griego

Es difícil leer el libro de Yanis Varoufakis sobre la crisis griega y la gestión que de la misma hizo la comunidad internacional y no ver paralelismos con la actitud tomada respecto a Catalunya. La lógica y la razón son ahogadas en el pozo de los intereses y la democracia arde ante el tótem de la «estabilidad»

Una de las voces de la esfera internacional más contundentes y sensatas en relación al referéndum del 1 de octubre pasado en Catalunya fue Yanis Varoufakis. Es evidente que su experiencia política en Grecia y Europa condiciona su visión sobre la democracia y la soberanía.

En nuestro entorno ha sido Arnaldo Otegi el que más claramente ha trazado las conexiones histórico-políticas entre Grecia en 2015 y Catalunya en 2017, en su caso con un mensaje muy crítico al papel pasivo de la izquierda y de los demócratas europeos en el proceso heleno.

Leer de nuevo la entrevista que dio el exministro griego al “Huffington Post” en setiembre resulta impactante [goo.gl/aYVodH], especialmente visto todo lo que ha sucedido después. Leer en este contexto su último libro, “Comportarse como adultos” (Deusto, 2017), lleva indefectiblemente a realizar comparaciones entre la manera en la que la comunidad internacional trató la crisis griega en 2015 y cómo ha reaccionado ante el proceso pacífico y democrático de la ciudadanía catalana tan solo dos años más tarde.

Los representantes catalanes tenían un mandato, convocar un referéndum sobre la independencia, igual que Syriza tenía el de parar las políticas de austeridad y renegociar las condiciones leoninas aplicadas por la Troika a raíz de los rescates firmados por sus predecesores. Desde perspectivas y situaciones diferentes, ambos mandatos contenían un elemento común: recuperar la soberanía. Ambos estaban abiertos a negociar las condiciones –sí, las garantías–, pero no a renunciar a lo que les habían demandado sus pueblos en las urnas.

A los poderes europeos esa idea les resulta ajena. El libro de Varoufakis relata la primera reunión que tuvo en Atenas con el presidente del Eurogrupo, Jeroen Djisselbloem, y la iracunda reacción del holandés al plantearle, precisamente, el «problema» del mandato.

En un esquema negociador los interlocutores son muy importantes y es mejor poder elegir no solo los propios sino los del contrario. Varoufakis denuncia que desde un principio buscaron apartarlo, en algún momento empujándole a hacer una extraña pareja antisistema con el beligerante ministro alemán Wolfgang Schäuble, que era partidario directamente del Grexit.

En cambio, si no quieres negociar, lo que tienes que hacer es eliminar interlocutores, primero no asignando los tuyos y luego inhabilitando los contrarios. A esa carta jugó Mariano Rajoy con Carles Puigdemont. De momento va ganando el president.

En el caso griego, fue la Comisión la que ejerció de «policía bueno», con Jean-Claude Juncker y Pierre Moscovici turnándose para quedar en evidencia. En el caso catalán, la Comisión hizo el papel de «policía malo», con el luxemburgués haciendo de nuevo el ridículo pero enojado, mientras Donald Tusk ejercía de cándido, pero policía al fin y al cabo. Ese reparto de papeles, junto con decir una cosa en privado y otra en público, es una contante en ambos casos.

La desproporción de fuerzas es otro elemento común, aunque en sentidos diferentes. Grecia tenía la ventaja de ser un Estado homologado y de ser periférico y residual, lo que facilitaba en principio una solución acordada. También hay que recordar que los representantes de Syriza eran, con diferencia, los griegos más comprometidos y de fiar que se sentaban en los órganos europeos desde hacía décadas. La quita era la única solución viable y renegociar las medidas que no se habían aplicado o habían surtido efectos nefastos era relativamente sencillo. Nada de eso les sirvió. La UE quiso que el trato a Grecia fuera ejemplarizante.

Los desequilibrios de Catalunya vienen por otro lado. No es un Estado, y su independencia pone en cuestión la viabilidad económica de un Estado mediano y en crisis, España. Tiene el riesgo además de desencadenar efecto simpatía en otras regiones y efectos perversos en otros estados, como Italia.

En Europa entienden perfectamente la máxima de Canovas del Castillo que dice que «español es el que no puede ser otra cosa», pero esa simpatía hacia los catalanes no se ha convertido hasta el momento en apoyos suficientes. A diferencia de Grecia, Catalunya no es tanto una cuestión de dar una lección sino un cálculo de daños, aunque el método –mentiras, amenazas…– tenga similitudes.

Dicho esto, hay que señalar que los griegos lograron un gran apoyo de expertos a nivel global y que los catalanes han dado una batalla diplomática titánica.

Gran parte del libro de Varoufakis versa sobre economía, y aunque la situación de Grecia y Catalunya es divergente en este ámbito, aunque en los análisis diarios lo dejemos de lado, una parte importante del enfoque europeo sobre Catalunya y España son esos cinco puntos de diferencia que hay entre PIB y demografía (Catalunya aporta en torno al 21% del PIB del Estado y su población es tan solo un 16% del mismo).

Dentro de la estrategia del miedo, los planes de asfixia económica, de aislamiento, inestabilidad y empobrecimiento son recurrentes aquí y allá.

Paradójicamente, la que Varoufakis denomina en el libro «la comparsa de Schäuble» está formada sobre todo por los países independizados tanto en los Balcanes como en el Báltico. Estos eran los que tenían más opciones de reconocer la República catalana, y sin embargo son los más cercanos y subordinados al centro de poder de la UE.

Los catalanes están a tiempo de sacar grandes lecciones de otras experiencias, tanto negativas como positivas. Como en su momento a los escoceses, hasta hace poco posicionarse como un caso único les resultaba rentable, pero ya no. En este sentido, el libro de Varoufakis les alerta también del riesgo del ensimismamiento.