Daniel RIVAS
Quíos
EL INVIERNO EN LOS CAMPOS DE REFUGIADOS EN GRECIA (I)

LA CRISIS RECURRENTE DE LA CIUDAD EN RUINAS

Tras dos inviernos, los migrantes en la isla griega de Quíos siguen viviendo en condiciones inhumanas.

Hoy no llueve y Bilal y sus amigos salen de la tienda de campaña, serrucho en mano, para cortar las ramas de los olivos cercanos. Con ellas forman una pila de madera cerca de la hoguera para que se vayan secando. El invierno en la isla griega de Quíos está siendo frío y húmedo para los migrantes que duermen en el campo de refugiados de Vial, el único que permanece abierto. En una misma semana pueden caer lluvias torrenciales durante varios días seguidos y, cuando despeja, las temperaturas se desploman hasta los 0 grados. Fue muy parecido en 2016 y 2017.

Han pasado dos años y medio desde que llegaran pateras de forma masiva a las costas de Grecia y todavía hoy en día hay personas que pasan la noche en tiendas de campaña. En Vial son 150. Entre ellos, Bilal, un chico de 20 años que entró en Europa tras escapar de la ciudad iraquí de Mosul.

El campo de refugiados es una gran nave central de cemento donde están las oficinas del Gobierno griego y de otras instituciones. En los laterales, rodeado por una alambrada coronada por concertinas, crece el asentamiento. En algunos puntos de la valla un gran agujero se abre como un atajo entre la maleza. Por esos huecos se desborda el recinto y aparecen tiendas de campaña, contenedores de obra y carpas. En la entrada de algunas de esas viviendas se queman hogueras durante todo el día. Vial parece una ciudad en ruinas. «Nadie parece estar aprendiendo nada de toda esta crisis. Es como un círculo con el mismo problema una y otra vez. Te puedo predecir cómo será el siguiente invierno: con gente pasando frío en tiendas de lona», reflexiona Nicholas Millet, coordinador de una escuela para migrantes en la isla.

Aunque sí hay una diferencia sustancial: muchas de las grandes organizaciones no gubernamentales cerraron sus proyectos en el país heleno el verano pasado. La Unión Europea dejó de financiar directamente a las organizaciones de ayuda humanitaria y transfirió esos fondos al Gobierno griego. Por tanto, entidades como Save the Children, NRC o Samaritans Purse se retiraron.

Las consecuencias de esta decisión fueron inmediatas, como reconoce Vasilis Michalopoulos, coordinador local de la ONG vasca Salvamento Marítimo Humanitario (SMH): «Desde agosto hasta un mes y medio después no hubo tratamiento médico en Vial».

En la actualidad, este grupo de voluntarios da asistencia sanitaria a las más de 1.400 personas alojadas en el campo de refugiados de Quíos. Atienden en los turnos de la tarde y de la noche, en las emergencias de los fines de semana y en los desembarcos. «Son los huecos que no puede cubrir la sanidad pública por falta de fondos», resume Michalopoulos.

Al día, los voluntarios de SMH asisten a una media de 25 pacientes. La mayoría de los casos son enfermedades relacionadas con el frío. «Las tiendas de campaña no tienen electricidad y en las carpas grandes muchas veces los calefactores no funcionan», explica el coordinador griego. Esto supone que al menos 300 personas en el campo están expuestas a las condiciones del invierno.

El resto, los que duermen en barracones, viven igualmente en un campo que se embarra tras la lluvia y donde de las duchas casi nunca sale agua caliente.

Dolencias relacionadas con el frío

Estas condiciones de vida provocan que el 68% de los niños padezcan dolencias relacionadas con las bajas temperaturas. En el caso de los adultos, es un 30%, según las estadísticas elaboradas por SMH. En su libro de visitas médicas anotaron, por ejemplo, que el 11 de enero cuatro niños de una misma familia de afganos fueron atendidos por gripe. El día 7 de ese mes, un sudanés de 23 años se intentó suicidar. En diciembre, «20 personas intentaron acabar con su vida. Cada vez hay más casos», añade Michalopoulos. El coordinador de la ONG vasca destaca la situación de un niño de 9 años que quiso ahorcarse: «Vive solo con su hermano de 12 años. Los padres están en Alemania y los chicos ni siquiera tienen un móvil para comunicarse con ellos».

Un grupo de jóvenes se reúne delante de la hoguera en la puerta de la tienda de Bilal. Sentados en semicírculo, acercan las manos al fuego para calentarse, beben té y de vez en cuando tosen y se sorben los mocos.

Este grupo de migrantes no suele bajar a la ciudad porque, como denuncian, hay muy pocos autobuses que conectan el campo con Quíos y siempre van abarrotados.

Además, en ese trayecto, en el pasado, las mujeres sufrían tocamientos y acoso. Por eso, Gabrielle Tay, responsable del Athena Women Center, un espacio exclusivamente femenino, decidió pagar uno para que «puedan venir seguras al centro».

Los servicios de esta ONG son tan básicos que, en contraposición, describen perfectamente la realidad de una mujer en el campo de refugiados de Quíos. Por ejemplo, muchas de ellas van al Athena Women Center a ducharse: «Los baños en Vial son un problema, son inseguros para las mujeres, especialmente para las que viajan solas», narra Piper French, una voluntaria norteamericana. Una madre que acude regularmente al centro «tenía que ducharse a las cinco de la mañana con su hija mientras el hijo vigilaba», expone French.

«No creemos que los campos sean espacios seguros para mujeres. Por eso necesitan el Athena Women Center. Los voluntarios creemos que si el sistema no funciona tienes que construir otro aparte», analiza Tay.

Este espacio representa otro de los huecos (servicios que no se prestan) en la isla. En la actualidad, hay grupos de voluntarios que son responsables de la educación de los niños y de los adultos, de la formación técnica e, incluso, de una guardería.

Al contrario de lo que ocurre en Grecia continental, en Quíos, muy pocos niños acuden a los colegios griegos. «Solo los que viven en los apartamentos (contando también a los menores de edad, son 349 personas) pueden entrar en el sistema público de educación», argumenta Millet, de la escuela para migrantes gestionada por la ONG Action for Education.

La burocracia del Gobierno se interpone: «El criterio para entrar es que tengas una dirección y para ellos vivir en Vial no cuenta», explica. Estos voluntarios también notaron la marcha de las grandes ONG. Save the children gestionó hasta agosto en Vial un centro para los más pequeños. Sin su presencia «somos los únicos que ofrecemos educación entre los 6 y los 22 años», señala Millet. En total, enseñan griego, inglés, matemáticas, ciencias y artes a 250 estudiantes. «Es apenas el 60% de todos los niños de la isla», se lamenta el coordinador de la escuela.

En las aulas de Action for Education, los profesores voluntarios ven el efecto en sus estudiantes de vivir en Vial: «Los niños no duermen, tienen frío y sufren problemas mentales. Viven en condiciones preocupantes», denuncia Millet.

Una crisis cronificada

A finales del año pasado se cerró Souda, el campo que se encontraba en el centro de Quíos, la población que da nombre también a la isla. De esta manera, los migrantes desaparecieron de la vida cotidiana de los vecinos. Antes, en esas calles y en las cafeterías, se mezclaban locales y personas de distintas nacionalidades. En cambio, Vial se encuentra en el interior de la isla, a quince minutos en coche de la ciudad, a más de una hora andando. Solo las iniciativas voluntarias motivan a algunos migrantes a desplazarse a Quíos. El cierre de Souda era la demanda más habitual de los isleños. Parecía que con ese acto se daba por finalizada la crisis. Y, así además, se podían mejorar las condiciones de vida de los que residen en Vial. Según el responsable de migraciones en el Consistorio de Quíos, el vicealcalde Georgios Karamanis: «La emergencia, la presencia masiva de migrantes, debería haber sido algo de corto plazo, de apenas año y medio». En cambio, en la actualidad todavía 1.400 personas sufren el invierno en un campo que no está preparado para ello.

Y la asistencia humanitaria sigue encarrilada en dos mundos paralelos. En el lado institucional, Karamanis reconoce que al Gobierno central le falta «la flexibilidad necesaria»; en la parte de los voluntarios, los proyectos están siempre en el aire porque se sustentan con donaciones privadas y con el esfuerzo de cientos de personas.

De manera sincera, el vicealcalde afirma que la isla sigue en crisis «porque ni la Unión Europea ni el Gobierno griego ni nosotros mismos somos capaces de encontrar formas de enfrentar los problemas».

«¿Por qué las ONG son todavía necesarias en Quíos?», se pregunta Millet desde la escuela que gestiona en la isla. «¿Por qué después de tantos años los problemas siguen siendo los mismos?», concluye.