Mirari ISASI
BILBO

«La confrontación sigue siendo la misma, pero ya no hay resistencia»

Ahilan Waradarajah, tamil, y Viraj Mendis, cingalés, viven exiliados en Alemania y sin posibilidad de volver a su tierra. Aunque pertenecen a dos comunidades enfrentadas en Sri Lanka, ambos coinciden en reivindicar un Tamil Eelam independiente y libre para poner fin al conflicto.

El 18 de mayo de 2009 el Gobierno de Sri Lanka anunció la derrota de los Tigres de Liberación de la Tierra Tamil (LTTE), al confirmar la muerte de su líder, Velupillai Prabhakaran, y el fin de 26 años de conflicto armado tras una gran ofensiva militar sobre las zonas en las que la guerrilla instauró un Estado de facto tamil, que derivó en un genocidio con la masacre de decenas de miles de personas, la mayoría de ellas civiles, pertene- cientes a esta minoría étnica en la isla. Casi nueve años después, la situación de la comunidad tamil en Sri Lanka sigue siendo de discriminación y opresión por parte las autoridades cingalesas y continúa luchando para que en el ámbito internacional se reconozca como genocidio lo sucedido los primeros meses de 2009 en territorio tamil.

Ahilan Waradarajah y Viraj Mendis tuvieron que dejar Sri Lanka huyendo de la persecución política y viven exiliados en Alemania. Aunque pertenecen, respectivamente, a las enfrentadas comunidades tamil y cingalesa, ambos coinciden en su diagnóstico sobre la situación en Tamil Eelam, en su denuncia sobre el silencio de la llamada comunidad internacional en relación a este conflicto –ahora no armado, pero todavía sin cerrar– y en la hoja de ruta para la liberación nacional y social, que pasa sin duda por la independencia, según pusieron de manifiesto a GARA.

La sensación de victoria a raíz de la derrota militar de la guerrilla mejor organizada del mundo es algo que los cingaleses muestran continuamente a los tamiles, que van retrayéndose más y más a causa de la discriminación. Waradarajah hace hincapié en la situación «especialmente grave» de acoso que soportan las mujeres tamiles por parte de Fuerzas Armadas y civiles cingaleses, lo que «les agrede incluso culturalmente».

«La población cingalesa creía que el problema era el movimiento de liberación, pero la situación no ha cambiado en los últimos años. La confrontación sigue siendo la misma, pero ya no hay resistencia», asegura.

«Sois nuestros esclavos»

Y esa falta de resistencia, apunta Mendis, ha llevado a los cingaleses a acelerar la colonización en tierra tamil, que llega a niveles «increíbles» porque «ya no existe la fuerza del movimiento de liberación que fue capaz de frenarla al actuar como un dique de contención». Pero también ha acentuado la «insoportable» opresión racial, otra de las razones para luchar por la independencia. «Después de matar a más de 80.000 personas y de eliminar al movimiento de liberación, la opresión racial es cien veces mayor», sostiene Mendis, quien afirma que el mensaje cingalés –«no lo dicen, pero lo piensan»– es: «Si queríais independencia ahora está claro que nunca la vais a conseguir. Ahora sois nuestros esclavos».

Casi una década después, su situación no ha mejorado, la discriminación y la opresión marcan su día a día. Como ejemplo, Waradarajah menciona a los pescadores, que son desplazados a otras zonas en las que no pueden trabajar con el habitual pretexto de «razones de seguridad» y son sustituidos por pescadores cingaleses que se asientan en territorio tamil. También el trabajo agrícola que desempeñan los propios militares, una fuerza pagada por el Estado, y contra la que los productores locales no pueden competir.

Además, se está sustituyendo la nomenclatura geográfica tamil por otra cingalesa y están construyendo templos budistas –«una bandera para los cingaleses» y símbolo del imperante nacionalbudismo, «la ideología chovinista cingalesa (la ideología mahawamsa), construida en su día por Occidente», dice Mendis– para atraer a los cingaleses del sur de la isla. Y también denuncia cómo, después de que la resistencia tamil fuera «totalmente barrida», se extendió el consumo de alcohol, pornografía y drogas, algo nuevo en la cultura tamil a esa escala pero que encontraron un buen caldo de cultivo entre los jóvenes, una estrategia que ya se puso en práctica con los nativos norteamericanos y los aborígenes australianos. Pero matiza que «no solo es introducido por el Ejército, sino que también hay tamiles que lo han internalizado como negocio. Y el Estado se lava las manos».

En enero de 2015, Mahinda Rajapaksa, que había reprimido duramente a los tamiles, fue sucedido en la Presidencia del país por Maithripala Sirisena, que ganó las elecciones con un mensaje de reconciliación nacional. Pero tampoco ese relevo supuso un cambio en la vulneración de los derechos del pueblo tamil.

Waradarajah recuerda que un millón de tamiles viven en la diáspora y muchos de ellos siguen sin poder volver a su tierra debido a la política de control que mantienen las autoridades.

El Ejército, omnipresente

Mendis señala que la única diferencia entre ambos es su política exterior. «Rajapaksa se mantenía en un juego entre americanos y chinos, sin decantarse por ninguno y el nuevo Gobierno se ha alejado de los chinos y se ha acercado a las potencias occidentales. Para los tamiles no ha cambiado nada, para los americanos sí», afirma.

Tampoco ha variado la presencia del Ejército, si no es a peor. «Allí se da la mayor concentración de fuerza militar del mundo. Un soldado por cada seis habitantes», señala Mendis.

Se han construido infraestructuras, carreteras, grandes hoteles y lugares de ocio destinados a los turistas –y gestionados por militares–, una estrategia planificada para mostrar progreso al mundo exterior, pero para los tamiles la situación ha empeorado y «lo único que están consiguiendo es perder sus tierras». «El Ejército tiene mucho poder», subraya Mendis.

Aquella ofensiva que acabó con la guerrilla de LTTE ha dejado una presión enorme sobre quienes sobrevivieron, sobre todo sobre las mujeres combatientes. Y al respecto, Waradarajah menciona la instauración de nuevo del sistema de castas, más duro que el cingalés y que los Tigres habían abolido, cambiando incluso el modelo de apellidos. «El Gobierno está promoviéndolo de nuevo, lo que está afectando a quienes han ido saliendo de prisión y habían formado sus familias al margen de ese sistema», dice.

Un movimiento anticastas

El LTTE puso mucho énfasis en erradicarlo y Mendis señala que hay quienes mantienen que ese interés de los Tigres demuestra que «no eran un movimiento de liberación sino un movimiento radical anticastas de liberación social, que utilizaba la liberación nacional como pretexto para su lucha de liberación social. Había quien pensaba que la liberación nacional está bien pero cuestionaba el que se quisiera destruir algo que había sido siempre así».

El Gobierno vuelve a promoverlo como una forma de control, pero también para destruir el movimiento de liberación nacional: «Si destruyes los avances sociales también destruyes el proceso de liberación nacional».

Aquella ofensiva de 2009 dejó homicidios en masa, desapariciones de quienes se habían rendido, bombardeos de hospitales... La ONU denunció crímenes de guerra, pero Colombo impidió una investigación externa, aunque creó una comisión que concluyó que había indicios creíbles que apuntaban al Ejército como principal responsable. Pero todo quedó ahí. No hubo juicios ni condenas ni depuración de responsabilidades. En todo caso, ascensos. «Para la población cingalesa aquellos militares son héroes, si alguno hubiera sido juzgado, los cingaleses se hubieran vuelto locos. Es impensable», asegura Mendis.

«No les interesa»

Tampoco hubo una condena internacional. El silencio fue general, incluso por parte de gobiernos progresistas (Cuba, Bolivia, Venezuela...) que eran un referente para los tamiles. Para Waradarajah y Mendis, es «terrible» que la comunidad interna- cional no hable de genocidio y critican que «los grandes poderes decidan qué es y qué no lo es». «No les interesa aceptar que hubo un genocidio, independientemente de las pruebas que se presenten, y no hay división de opiniones al respecto en el mundo. Todos están de acuerdo. EEUU y China lo niegan, los países progresistas latinoamericanos y los fascistas tienen la misma posición», lamenta Mendis.

Recuerda Waradarajah que durante la ofensiva final del Ejército cingalés en 2009 hubo muchas manifestaciones de la diáspora tamil, pero se silenciaron. «No sabemos la razón, cuál es interés supremo. No puede ser Sri Lanka, no tiene ese poder, no tiene nada interesante. Tiene que haber algo más, razones geoestratégicas», dice.

Ni siquiera tuvieron el apoyo de India, con una importante minoría tamil. En la época de Indira Gandhi, tenía peso en el Movimiento de los no Alineados, simpatías hacia la URSS e interés en que EEUU no accediera al puerto tamil de Trincomalee, y de manera directa o indirecta apoyaba la lucha de los tamiles. «Pero tras el colapso soviético, India se alió con EEUU contra China y desapareció el último ‘aliado’ de los tamiles», relata Mendis.

También menciona el papel de China. «China no es la URSS –arranca este exiliado cingalés– y ese es el problema, porque la URSS era capaz de confrontar al bloque imperialista de EEUU y apoyaba, o tenía simpatías, por los movimientos de liberación nacional, aunque no lo que nos hubiera gustado». Pero China «no quiere confrontar porque su sistema económico es muy dependiente de EEUU. La clase obrera estadounidense está en China. Es difícil pensar que apoyara al LTTE e incluso que le tuviera simpatía».

Respecto al apoyo de Pekín a Colombo, cree que «calculó que los Tigres se iban a acabar y esperó. Trató de forjar una alianza con Rajapaksa para evitar que Estados Unidos accediera a Trincomalee y cuando Estados Unidos ofrecía algo a Sri Lanka, China elevaba la oferta. Fue una competición en la que sacrificaron a los tamiles».

«Responsables de sus muertes»

Casi nueve años después de Mullivaikkal, donde se acabó con la resistencia y tuvo lugar el genocidio tamil, trece personas están siendo juzgadas en Suiza, donde viven 50.000 refugiados tamiles, por haber recaudado dinero y haberlo enviado a Tamil Eelam. Según explica Mendis, la Fiscalía les acusa de haber prolongado la guerra y haber provocado la muerte de muchas personas al enviar ese dinero para apoyar a su gente. «Les acusan de ser responsables de sus muertes», señala.

«Fue un genocidio apoyado por fuerzas externas, pero la Corte suiza está transformando el genocidio en un suicidio. Es increíble que Suiza, que apoyó en su día el proceso de paz, diga ahora que los tamiles son responsables de sus propias muertes», subraya. A su juicio, «abriría un espacio para que los cingaleses puedan acusar a los tamiles de lo que sucedió, de su propio genocidio». «No se puede acusar a las víctimas del crimen que han sufrido», zanjó.

Tras Mullivaikkal, «donde acabó todo y desapareció cualquier atisbo de esperanza de otra solución y cualquier posibilidad de negociación», Waradarajah y Mendis tienen claro que la lucha será larga, porque el Gobierno de Sri Lanka no acepta ninguna propuesta y «no tiene enfrente un contrapoder».

Es algo que tienen que transmitir a las siguientes generaciones, que son las que «deben tomar el testigo y continuar la lucha hasta que Tamil Eelam sea independiente y libre, porque es la única solución» al conflicto tamil.