Claribel
He pasado mis años/ abriendo túneles/ ensuciándome el rostro/ masticando escupiendo/ el duro carbón de la poesía”. A finales de enero murió a los 93 años la poeta SalvaNica Claribel Alegría. Nacida en Estelí (Nicaragua), a los pocos meses su familia tuvo que huir al otro lado de la frontera, a El Salvador: ella afirmaba que así descubrió que tenía Patria y Matria. Estudió en EEUU, donde conoció a Juan Ramón Jiménez, quien seleccionó los poemas que conformaron su primer libro, y que la propia Zenobia Camprubí mecanografió. El padre de Claribel, médico y antiimperialista, prohibió a sus hijas que se casaran con un yanqui: ambas lo hicieron. Ella eligió como compañero de vida, de lucha y de literatura a un joven diplomático, Bud Flakoll, que renunció a su cargo en protesta por la política injerencista de su país. Juntos escribieron en 1966 “Cenizas de Izalco”, novela que denunciaba la masacre de miles de indígenas y campesinos perpetrada por el ejército salvadoreño. Vivieron muchos años en Deiá (Mallorca), y fueron muy amigos de dos de sus vecinos: Robert Graves y Julio Cortázar. Yo les descubrí en 1981, cuando se publicó aquí “Nuevas voces de Norteamérica”, donde tradujeron por primera vez al castellano a poetas como Mark Strand, Charles Simic, Louise Glück, Tess Gallagher o Carolyn Forchè. Escribió más de veinte poemarios, con esa personal fusión de intimidad y de historia, y en los que muchas veces dio nueva y sedicente voz a personajes femeninos de la literatura. Sergio Ramírez cuenta cómo aguardaba a sus amigos para platicar en el jardincito de su casa de Managua con un vaso de ron en la mano.

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