Dabid LAZKANOITURBURU
BILBO
Entrevista
LEONARDO PADURA
ESCRITOR CUBANO

«La inteligencia resistente de los cubanos es cuestión de orgullo nacional»

Prolífico autor –no solo– de literatura cubana negra –o viceversa–, leerle y escucharle es una lección de realidad de un país demonizado o endiosado, visiones sobre las que emerge una capacidad de resistir e improvisar que remite a la idiosincrasia de los cubanos.

Leonardo Padura (La Habana, 1955) ha recalado en Bilbo para promocionar su último libro, «La Transparencia del Tiempo» (Tusquets), dentro de la serie negra del detective Mario Conde.

Confieso que no soy un amante de la novela negra pero su última obra, además de ser un interesante fresco sobre la condición humana, aporta claves no menos interesantes sobre la sociedad cubana.

Toda&dcThree; las novelas sobre este personaje esbozan una crónica de la Cuba de los últimos años, del presente de Mario Conde, de su pasado vital y existencial y del de su generación. Y lo hago desde la perspectiva del hombre de la calle, lo más cercana posible a la realidad, pero sin que eso implique una literatura localista. Siempre busco la conexión con temas mas universales que tienen que ver con la condición humana. La necesidad de esos nexos universales es fundamental para que la literatura cumpla una función más allá de la simple crónica social.

¿Cómo es posible que con el potencial de la novela negra para trascender y reflejar la condición humana siga siendo para algunos un género menor?

Afortunadamente eso ya se superó. La literatura negra está desde hace muchos años en el mainstream de la cultura. Siempre ha habido un tipo de novela policiaca, detectivesca... que se basa en el juego inteligente, en el enigma, de un crimen misterioso que hay que resolver. Pero a la vez y desde Dashiell Hammet y Raymond Chandler siempre ha habido una novela negra que se ha encargado de mirar a la sociedad. En los últimos años, escritores como Manuel Vázquez Montalbán, el sueco Henning Mankell, Leonardo Sciascia en Italia, Rubén Fonseca en Brasil, Paco Ignacio Taibo en México... yo mismo en Cuba, hemos tratado de que sea una literatura con un valor artístico que utilice los recursos del género, pero no se quede en lo genérico, sino que vaya mucho más allá...

En su novela toca el tema de la represión de la homosexualidad, la santería, la emigración a Miami, la libreta de abastecimiento... toda una serie de reflexiones críticas sobre la historia y la realidad cubana.

En toda mi literatura, pero específicamente en estas novelas de la serie de Conde, hay una mirada a una Cuba posible, hay una verdad que no es absoluta porque la verdad absoluta no existe, pero es una verdad comprobable, y te puedo garantizar que no hay una sola mentira respecto a lo que ha sido Cuba y cómo la hemos vivido los cubanos.

¿Qué le parece esa visión maniquea que va de la demonización de Cuba a una deificación acrítica e igualmente religiosa?

Cuba siempre ha estado bajo la lupa. Es un país que tiene a la vez una virtud y una desgracia: es más grande que su geografía y siempre ha estado en el centro de interés desde el siglo XIX. No en vano España consideró la pérdida de Cuba como una desgracia mayor que la pérdida de todo el imperio americano.

La Revolución Cubana revivió ese interés por Cuba y la colocó en el centro. A partir de ahí surgieron dos lecturas sobre la realidad cubana, como el infierno comunista o como el paraíso comunista, y las dos pueden tener sus razones, pero ninguna abarca los matices reales, muy diversos, que hay en el medio. Cuba es un país que tiene luces. pero también sombras; hay cosas muy necesarias y encomiables, y otras que nunca debieron haber ocurrido. Así, se habla en el libro de la represión contra los homosexuales en los años sesenta y entrados los setenta y de otra serie de fenómenos que han ocurrido en el país.

Cuando estoy de gira y sobre todo en las entrevistas, estoy obligado a realizar dos trabajos: el de escritor y el de cubano. Con el segundo tengo que tratar de explicar esas luces y sombras, tan contradictorias y ricas y que me permiten escribir la literatura que escribo.

Su novela «El hombre que amaba a los perros» tiene como eje las confesiones de Ramón Mercader quien, por orden de Stalin, mata a Trotski, hereje por antonomasia del comunismo oficial. ¿Por qué esa elección?

Escribí sobre ese acontecimiento primero por ignorancia. Durante años, en Cuba, la figura de Trotski simplemente no existía. Era la misma política que en la Unión Soviética, donde en la foto que presidía la Plaza Roja con todos los líderes soviéticos estos iban desapareciendo según Stalin los iba matando.

A medida que lo fui conociendo me di cuenta de que la muerte de Trotski había sido el punto de no retorno de la posibilidad de la utopía igualitaria del siglo XX. El sistema había llegado a un nivel de enfermedad sin posibilidad de reversión, porque Stalin era un hombre enfermo y lo transmitió a esa forma de gobernar y de entender una sociedad que se basaba en la delación, en el miedo, incluso en el crimen por razones más personales que políticas, que fue lo que ocurrió en el caso que narra la novela.

Pero otro elemento importante es el hecho de que Ramón Mercader vive los últimos cuatro años de su vida en Cuba. El hecho de que yo pude haber pasado al lado, convivir en cierta manera con un hombre como Mercader, que como Trotsky es un protagonista de la historia, me dio una motivación adicional para escribir ese libro.

Como periodista de Internacional, no puedo evitar preguntarle por la situación política cubana y el futuro quince meses después de la muerte de Fidel Castro y cuando su hermano Raúl ultima para abril el abandono de la presidencia del país.

Lo que más preocupa a la gente es que le llegue el dinero para vivir en un país en el que el propio presidente reconoce que los salarios que paga el Estado, que emplea al 90% de la fuerza laboral, no alcanzan. Las condiciones son complicadas y la gente tiene que recurrir a alternativas de subsistencia, que ocupan una parte importante de su pensamiento.

Uno de los cambios que ha impulsado Raúl Castro ha sido permitir a los cubanos viajar con mucha mayor libertad. Así, se ha creado el negocio de las mulas, que van a países de América Latina a traer objetos para vender a Cuba, Eso alimenta el mercado negro y permite comprar un par de zapatos, una televisión....

Por otra parte, Raúl va a dejar el Gobierno y el Estado pero no el Partido, que decide las grandes líneas políticas en Cuba. Parece que hasta 2021 seguirá siendo el secretario general.

Por eso se habla de que va a haber una continuidad, con cambio de nombres pero continuidad, y eso crea unas expectativas por saber si habrá más cambios, más profundos, si todo se mantendrá más o menos como hasta ahora... Vemos el futuro como una interrogación que está allá en el horizonte...

¿Camina Cuba hacia un modelo a la China, de «economía de mercado socialista»?

No lo sé, pero no estoy nada seguro porque en Cuba se insiste en que la empresa socialista seguirá siendo el modelo y los negocios privados son realmente pequeños, algunos con mucho éxito, pero si miras la lista de los trabajos que se pueden realizar por cuenta propia casi te remontas al siglo XVIII. Puedes ser herrero, recogedor de palmiche... No se atisba una impronta de esa pequeña empresa privada en la economía interna del país. Por tanto, no creo que se vaya a seguir el modelo chino, ni siquiera el vietnamita.

La inteligencia que han demostrado los cubanos para mantenerse a flote incluso en situaciones límite, ¿es producto de la historia?

Yo creo que tiene que algo de idiosincrasia. Es cierto que los privilegios que han tenido los emigrantes cubanos en EEUU les han permitido instalarse en la sociedad norteamericana, pero eso no explica el éxito económico que muchos han logrado.

Hay algo que empuja a los cubanos, y hoy, con todos esos pequeños negocios privados en la isla, asombra esa capacidad de inventiva. Y esa resistencia colectiva que existe desde el siglo XIX, una capacidad de resistir que no deja de sorprender. Eso, en el contexto actual económico cubano, es esencial. Cuando Trump deroga posibles acercamientos, como el que pretendió Obama, y trata de reforzar el embargo –ahora mismo para viajar a EEUU a ver a la familia hay que ir a Bogotá a pedir un visado sin garantías–, la gente sigue ahí, resistiendo. Eso tiene que ver con un espíritu y orgullo nacional y esa capacidad de resistencia que hemos desarrollado a lo largo de los años.

¿Cuba sigue y seguirá, acaso no como unos y como otros desearían?

El futuro siempre es impredecible. La Unión Soviética parecía que era para toda la vida y desapareció. Recuerdo que en el año 1989 mi madre, que ahora tiene 90 años, me dijo que no pensó que en su vida iba a ver caer el Muro de Berlín. Y cayó.

La historia, como digo en esta novela, puede darte muchas sorpresas. Nada está escrito.