Víctor ESQUIROL
BERLINALE

El gran festival con vida (inteligente) más allá de la alfombra roja

Con una sección competitiva en horas bajas, el festival de cine de Berlín tira de banquillo y nos invita a tomar refugio en sus secciones secundarias. Panorama y Forum lucen un plantel envidiable de autores que no decepcionan... y que justifican la visita.

Ya fuera por abundancia o por escasez, hoy la Berlinale decidió dejar de lado la Sección Oficial y potenciar las paralelas. La carrera por el Oso de Oro se vistió de gris. A veces, de negro. Mientras, resplandeció todo lo que no tuviera que ver con el escaparate principal del certamen.

La mañana se saldó con un programa doble memorable en su intrascendencia. El francés Cédric Kahn firmó con “La prière” un drama religioso-redentor tan correcto y nítido en el planteamiento de sus tesis, como plano en su desarrollo y consiguiente impacto. Por su parte, la italiana Laura Bispuri llegó con ínfulas trágicas con “Figlia mia”, aparatosa, rebuscada y tosca disección (con cuchillo de carnicero) a la maternidad, y con agravante por malgastar una gran dupla de protagonistas.

Pero todavía teníamos que tocar fondo, pues aún faltaban Mans Mansson y Axel Petersén con “The Real Estate”, una de las propuestas más infectas que haya visto yo en los diez años que llevo matándome en festivales. Tras la muerte de su padre, una mujer hereda un bloque de apartamentos en la periferia de Estocolmo. Con colores «polaroid» y planos cerradísimos, los directores nos enlatan en un cuchitril existencial y nos llevan por un mal viaje, desquiciado y desquiciante. Opulencia financiera y miseria moral delimitan espacios minúsculos habitados por seres asquerosos. El feísmo exacerbado, sin pizca de gracia (ni reflexión), es el único argumento de la propuesta. Un sustento insuficiente. Intolerable.

Pero por suerte, y como ya se ha dicho, la Berlinale acaba compensando, tarde o temprano, a través de otros canales. En la sección secundaria Panorama aguardaba Kiyoshi Kurosawa con “Yocho”, estimulante cinta de horror japonés. El autor de hitos de culto como “Kairo” o “Cure” siguió navegando por pesadillas apocalípticas. En esta ocasión, la de una invasión alienígena con tintes de epidemia, y con la familia y el trabajo como focos de propagación. Un ejercicio de género elegante y sugerente en sus mejores momentos, pero ante todo inquietante en su manera de juntar individuos y sociedad, y de describirlos como causa y consecuencia de la misma enfermedad.

Por último, y para mayor consuelo, nos metimos en Forum, sección secundaria en segundo grado. Ahí se desmarcaba Corneliu Porumboiu, estrella imprescindible en el equipo titular del nuevo cine rumano. Con el documental “Fotbal infinit”, dio una clase magistral concerniendo al «deporte rey». Con la excusa, se empapó del espíritu de toda buena tertulia futbolera y se gustó a sí mismo yéndose por las ramas. Estando en fuera de juego, vaya. Así, cuando menos se le esperaba, aparecía una y otra vez para marcarnos un gol por toda la escuadra. Tocaba redefinir la norma fundamental del «once contra once», o incidir en las calamidades burocráticas de Rumanía, o en el poder de la imagen como recordatorio de la naturaleza incierta de aquello que creemos inamovible. En definitiva, acertar en todo... y recordarnos, de paso, que ya sea en el cine o en el campo de fútbol, la Berlinale siempre provee.