Koldo LANDALUZE
CRÍTICA «La forma del agua»

La Guerra Fría vista a través de una escafandra mágica

Cuando alguien como Guillermo del Toro oferta la posibilidad de cruzar al otro lado del espejo, dicha invitación se suele tornar en un fascinante viaje a lugares imposibles en los que, más allá de su incontestable fuerza visual o empaque narrativo, destaca la honestidad de un cineasta que siempre se ha mantenido fiel a su imaginario infantil. Dicha honestidad se traduce en un discurso valiente en el que predomina el profundo perfil de unos personajes mimados al detalle. Lo que topamos en las entrañas de “La forma del agua” podría ser considerado como la más completa plasmación de Del Toro. Tal vez ello se deba a que el filme ha calado profundamente en un amplio sector de un público seducido por una muy interesante relectura del viejo mito de “La Bella y la Bestia”.

Si bien esta podría ser una de las bases sobre las que se asienta el filme, lo que el autor de “El laberinto del fauno” nos propone no es más –y eso es mucho– que una compilación de lo que ha plasmado con anterioridad en su filmografía pero filtrado a través de una serie de recursos dramáticos que logran la plena complicidad por parte del espectador.

En este cuento de hadas adulto retornamos a un periodo de pesadilla en el que la vida de una mujer muda y anómina cambia por completo en cuanto descubra la magia esclavizada en un siniestro laboratorio gubernamental. Todo ello acontece en la trastienda de una Guerra Fría que alimentó la paranoia de la sociedad estadounidense y que, en manos del arquitecto de sueños mexicano, se transforma en una abracadabrante historia teñida de melancolía, desencanto y una poética rabiosa que adquiere su verdadera dimensión en cuanto nuestra protagonista decide aceptar lo que conlleva dar respuesta a la pregunta «¿y por qué no?» y que adquiere su verdadera dimensión en cuanto asumimos como real lo improbable.