Beñat Zaldua

España sigue dando mucho trabajo, Pepe

A partir de cierta hora, las Ramblas, recuperadas por un día por unos habitantes de la ciudad ávidos de pisarla, se hacen intransitables. Es el momento de buscar refugio, por ejemplo, en la Barceloneta.

Sant Jordi es un espectáculo en Barcelona, aunque solo sea porque, por un día, recupera para sus habitantes la arteria simbólica de la ciudad, Las Ramblas. Es la presuntuosa –con perdón y cariño– carta de presentación al mundo de un pequeño país que prefiere celebrarse con libros y rosas, pese al empeño de un juez del Tribunal Supremo de insistir en lo contrario. Es una jornada polisémica en la que cabe todo, hasta un homenaje al actor Pepe Rubianes. Por qué no.

No en vano, a partir de cierta hora, los puestos de Las Ramblas se hacen intransitables. Es el momento de buscar refugio en otras latitudes de la urbe, como la Barceloneta, un barrio donde el tiempo transcurre a otro ritmo. Está a escasos metros del Parlament, pero todas sus sacudidas llegan aquí con sordina, al ralentí. Es el único barrio de la ciudad que se toma en serio su carácter mediterráneo y para subrayarlo, desde hace una semana, tiene una calle dedicada a «Pepe Rubianes, actor galaico-catalán». Es la calle en la que vivió y hasta ahora se llamaba Almirante Cervera, un militar estrechamente ligado con la historia colonial española en Filipinas y Cuba. Dos por uno, por tanto, para el callejero barcelonés. Para mayor gozo de Rubianes, la calle hace esquina con la avenida Juan de Borbón.

Hace ya doce años que el añorado Rubianes informó a quien quisiera escuchar que la unidad de España le sudaba la polla «por delante y por detrás». Con mayor precisión, en una entrevista de TV3, añadió: «Que se metan a España ya en el puto culo, a ver si les explota dentro y les quedan los huevos colgando». El movimiento sísmico generado anticipaba el terremoto que vivimos hoy, en lo que al conflicto entre España y Catalunya se refiere, pero también en lo que al recorte de la libertad de expresión se refiere. Como si no formasen parte de la misma sacudida: el terremoto España. El mismo que requisa camisetas amarillas y carteles con el lema “Libertad”.

El de Rubianes fue un linchamiento en toda regla. Facebook no tenía página en castellano y Twitter ni siquiera existía, pero el veneno radiofónico de Jiménez Losantos –antiguo compañero de Rubianes en un grupo de teatro universitario– y varias columnas en los altavoces de la caverna bastaron para que, varios meses después, y una querella judicial mediante, unas decenas de ultras se manifestasen ante el Teatro Español de Madrid, en el que iba a estrenarse su opera prima como director, “Lorca eran todos”. «Si vosotros sois Rubianes, nosotros somos españoles», gritaban al público que asistió al estreno de la obra.

«Nuestro español bosteza / ¿Es hambre, sueño, hastío? / Doctor, ¿tendrá el estómago vacío? / El vacío es más bien en la cabeza». Rubianes utilizó este divertimento de Antonio Machado para explicar lo vivido aquellos meses. Se fue a Etiopía y se instaló allí con el objetivo confeso de recuperar su intimidad. Allí nació “Me voy”, un texto en forma de pequeño libro en el que Rubianes explica, entre otras cosas, que su frase en TV3 no fue sino una improvisación espontánea en la que aprovechó un monólogo que ya tenía escrito para responder a la pregunta que le había hecho el periodista Albert Om: ¿Qué opinión le merece la unidad de España?. En el monólogo original empleaba esas líneas para hablar sobre el trabajo, pero a la cabeza de Rubianes le pareció una buena idea, en aquel momento, utilizar las mismas palabras para referirse a España.

La asociación que la mente del locuaz actor hizó en aquel momento sigue siendo maravillosa una docena de años después. Qué trabajo, España; qué trabajo, ser español. Rubianes, en 2006, no era independentista; ni siquiera cabría incluirlo en la esfera del catalanismo tradicional, pero su estilo grotesco, soez, incorrecto y, en definitiva, rubianesco, tenía la virtud de sacar de sus casillas a esa misma España que 70 años atrás mató al poeta granadino. Un Lorca que, por cierto, estrenó varias de sus obras en el mismo teatro en el que siete décadas después fue perseguido nuestro protagonista.

Es tentador ponerse a elucubrar sobre qué diría Rubianes en este 2018 catalán, pero la prudencia invita a guardar silencio. Contentémonos con imaginárnoslo, más allá del sentido de su voto concreto, deseando la victoria del Sí a la independencia al menos por las mismas razones argüidas por el periodista Enric González, que ha dejado escrito que votaría que No, pero preferiría que ganase el Sí, para poder dejar así de vivir en España.