Victor ESQUIROL
VERSIÓN ORIGINAL (Y DIGITAL)

Postales atlantes (II)

El calendario manda, lo sabemos los que algún día decidimos (vaya usted a saber por qué) dedicarnos a esto del cine. El transcurrir de los días, semanas y meses va marcando el ritmo y dirección de ese incontenible e interminable río en el que se ha convertido este mundillo. Aquel flamante estreno va a convertirse en agua pasada en un abrir y cerrar de ojos.

Ya se sabe, en el séptimo arte (o industria, a saber) impera lo efímero. Lo hace porque hemos aceptado que todo lo que se mete en sus fauces, va a adquirir inmediatamente dicho estatus. Angustioso, pero a la vez magnífico llamamiento al chaval que llevamos dentro: toca vivir la vida a la velocidad de la luz. El calendario apremia: apenas nos queda una semana para disfrutar en Filmin del Atlàntida Film Fest de este año.

Lo hacemos celebrando a esa juventud que nos empuja a seguir su ritmo. Empezamos con “Yo la busco”, ópera prima de Sara Gutiérrez Galve, directora de apenas 24 años de edad que nos sorprende con una absorbente odisea urbana nocturna por las calles de Barcelona. Tras un desengaño que roza peligrosamente lo amoroso, un joven que ya no lo es tanto decide librarse a la fortuna que le depararán las calles de la ciudad condal. Parece una revisión de “Eyes Wide Shut”, pero en realidad lo es mucho más de “¡Jo, qué noche!”. Del Kubrick invernal a aquel Scorsese aún en el verano de su vida. Gutiérrez Galve mezcla la diversión de la aventura improbable (que no imposible) con la tristeza (a lo mejor melancolía precoz) por aquel tiempo que se nos escapa de las manos.

Atractiva combinación de ingredientes reproducida, de forma mucho más oscura, en “Quiero lo eterno”. Su director, Miguel Ángel Blanca, es el artista multi-disciplinar a la cabeza de, por ejemplo, el grupo de música Manos de Topo. En su nueva incursión en el cine, se fija en las vivencias «ultraexistenciales» de un peculiar grupo de adolescentes. Una nebulosa de personajes que sirven al director como vía de escape hacia ese lugar en el que tan a gusto se siente. Esto es, en ese limbo marcado por la indefinición entre realidad y ficción. Ahí mismo, en ese no-lugar (o no-concepto), vagan criaturas inquietantes, sumidas en un caos mental en el que las incoherencias y las inconsistencias parece que se hayan convertido en la única manera de entender el mundo. Desasosegante deriva espiritual que se descubre, al final, como una de las miradas más impactantes que nos haya dado recientemente el cine sobre las –¿insalvables?– tensiones generacionales.

Hablando de... nada mejor para cerrar esta aventura atlante que afrontar el fin que nos espera a todos. “Casa de nadie”, de Ingrid Guardiola Sánchez, es un documental-ensayo que se mueve en comunidades envejecidas. El abandono al que estas han sido condenadas se remedia con la presencia de la cámara (y de la voz) de una directora que va más allá de la literalidad de las imágenes. Lo que vemos no son arrugas ni construcciones que se caen a pedazos por puro desuso, son más bien testigos de unos tiempos que se desvanecen junto a su memoria... y que permanecen, claro está, en la Atlàntida.